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Emprendimiento social en equipo en Cantabria. Con liderazgo femenino y principalmente rural. La nueva manera de hacer economía. Por Sandra Castañeda Elena.

Liébana Dulce y unas 20.000 especies de abejas

Teresa Cuevas y Carlos Posada trabajando en uno de los colmenares de Liébana Dulce, en San Pedro de Bedoya.

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La ciencia nos dice que hay más de 20.000 especies de abejas –sí, como la película–. Las hay sociales, semi sociales y solitarias, al igual que sucede con las personas, y algunas danzan para mostrar a sus compañeras dónde acaban de descubrir una fuente de alimento. Es posible que, de entre los insectos, las abejas sean de nuestros favoritos: nos dan alimento y, al igual que otros polinizadores, son esenciales para mantener la biodiversidad y garantizar la producción de alimentos nutritivos. A pesar de esta contribución enorme al sustento de la vida humana en la Tierra, casi el 35% de los polinizadores invertebrados –en particular las abejas y las mariposas–están en peligro de extinción a nivel mundial debido, principalmente, a prácticas agrícolas intensivas, cambios en el uso de la tierra, especies exóticas invasoras, plagas y el cambio climático.

Por todo ello, tenía especial curiosidad por conocer a Teresa Cuevas que, junto a su cuñado Carlos Posada, es socia de Liébana Dulce. Esta pequeña empresa apícola en San Pedro de Bedoya, en el municipio de Cillorigo de Liébana, comercializa miel y otros productos derivados del trabajo de unas 500 colmenas de abejas autóctonas, del tipo negra ibérica. “Queremos vivir del campo a la vez que conservamos el territorio, su forma de vida y su biodiversidad. Por eso trabajamos con este tipo de abeja, que en su día se adaptó a las condiciones de aquí, en lugar de optar por especies genéticamente modificadas que producen más y pican menos”.

Se trata de cuidar lo que te da de comer y contribuye a los ecosistemas que nos mantienen con vida. No lo podemos explotar

Teresa entiende su relación con las abejas desde la mutualidad, por eso no utiliza la palabra 'explotación': “Nuestra producción está orientada hacia el bienestar de los animales y la sostenibilidad, no hacia la obtención de gran cantidad de producto a cualquier coste. Es como la ganadería extensiva: se trata de cuidar lo que te da de comer y contribuye a los ecosistemas que nos mantienen con vida. No lo podemos explotar”.

De hecho, la cría de abejas es una continua búsqueda de equilibrio entre los intereses de los insectos y los de los humanos. “Si no fuera por los apicultores, no habría abeja melífera, la productora de miel”, sentencia. “Sin tratamiento para la varroa –un ácaro que ataca a las abejas y debilita las colmenas en Europa de forma generalizada desde hace unos 40 años–, no sobreviven, por eso no las hay salvajes. Es una relación simbiótica”.

El ciclo anual es esencial en esta profesión. La miel de Liébana Dulce, generada por las abejas gracias al néctar de la flor del brezo y del castaño, y a la mielada de las bellotas de los robles y encinas del valle, se recoge en septiembre. “Pero les dejamos provisiones para el otoño y el invierno, las abejas se quedan siempre con parte de su propia miel para pasar esos meses en los que no hay plantas en flor ni frutos de los que abastecerse. También es entonces cuando las tratamos contra la varroa, las bajamos del monte para que no pasen momentos de frío extremo y así empiezan una especie de hibernación”.

Durante ese tiempo, hay que controlar que tengan suficiente comida, que no haya ratones en los colmenares y que el jabalí o el oso no hagan de las suyas. “El oso, justo al terminar su hibernación, cuando aún no tiene fruta o bellotas, se acerca a comer la proteína de las larvas. Toma también la miel, pero no va a por ella, como nos han hecho creer los dibujos animados”, aclara Teresa con una sonrisa.

En primavera, cuando empieza a haber comida fuera y la colmena puede crecer, la reina comienza a poner. Poco a poco, Teresa y Carlos van subiendo las colmenas al monte, para que la temperatura sea más templada. En mayo, las abejas viven gracias al néctar de frutales y almendros, y en junio florece la zarza, el castaño y el tilo. Durante el mes de julio es cuando el roble y la encina dan frutos y el brezo, abundante en la zona, es el alimento por defecto a lo largo del verano, hasta que toca recogerse de nuevo a inicios del otoño.  

En Liébana se produce algo de miel en casi todas las casas para consumo propio, pero bajo la denominación de origen Miel de Liébana operan solo cinco productores. Teresa heredó las fincas de sus padres ganaderos y las colmenas y el saber hacer de su tío José María Gaipo, el primer apicultor en vivir de su oficio en Cantabria.

“En 2018 tocaba hacer un relevo generacional y me lancé: capitalicé el paro, pedí las ayudas para jóvenes agricultores justo antes de cumplir los 40 y empecé a rehabilitar la parte baja de una casa del pueblo como almacén y sala de trabajo”. En 2019, Teresa tuvo la primera producción y en el verano del 2020 las primeras visitas de pequeños grupos que querían conocer el funcionamiento de esta empresa familiar. En 2021 se sumó su cuñado Carlos a tiempo completo y, hace relativamente poco, han podido empezar a pagarse sueldos dignos, aunque no suficientes para el sustento familiar. “A día de hoy, sin los sueldos de nuestras parejas no podríamos vivir”, admite.

A pesar de ese salto que dio hace unos 5 años, de la oficina al campo, Teresa parece prudente y se define como una persona bastante racional. Ambas características se reflejan en la evolución del negocio: “Hemos crecido poco a poco, sin grandes inversiones ni deudas. Según recuperábamos algo lo volvíamos a invertir en la empresa. Y el número de colmenas lo hemos ido incrementando de manera natural, al ritmo que enjambraban las que teníamos, sin comprar adicionales”.

A día de hoy, en parte gracias a los programas de colaboración entre productores y supermercados que se llevaron a cabo durante la pandemia, aproximadamente el 50% de las ventas de Liébana Dulce se canalizan a través de tiendas de grupos como El Corte Inglés o Eroski. La otra mitad es venta directa. Como muchas otras iniciativas de este tipo –aquí La Pizpireta y Huerta Tarruco–, Teresa y Carlos empezaron vendiendo en mercados. “Nos pareció que era lo más razonable para no añadir intermediarios, ya que nuestro P.V.P. era más alto que el resto. Para nosotros esto es nuestro modo de vida, no un salario complementario, y queríamos poner en valor nuestras horas de trabajo, algo que cuesta en el mundo agrícola y ganadero”.

Sin embargo, los mercados requieren de mucha dedicación y es complicado compaginarla con el resto de tareas, por eso decidieron mantener su presencia solo en algunos especialmente fructíferos, como el Mercado de Granjeros de 'De Granja en Granja', y continuar la venta directa a personas que ya los conocían. La entrega la siguen haciendo en persona: “El cristal no te lo asegura ninguna empresa de transportes y, si se rompen los tarros, tenemos que reponer el pedido nosotros, así que el envío por terceros no merece la pena”.

A Liébana Dulce no le faltan clientes. Sin embargo, Teresa cuenta que la producción va a menos: “El clima está cambiando, se nota la escasez de agua. Estamos en una especie de primavera continua pero sin lluvia suficiente, y eso despista y debilita a las abejas”.

Recuerdo esas palabras mientras escribo estas líneas en el jardín de mi casa, a unos 20 grados al sol, un día de principios de febrero en el que escucho los sonidos típicos de abril y mayo. Me pregunto cómo andarán las abejas en Liébana, si habrán despertado de su letargo antes de tiempo. Si habrán salido, desorientadas por las temperaturas altas, a por un néctar aún inexistente, gastando una energía que no pueden reponer. En ese caso, Carlos y Teresa habrán salido a alimentarlas con miel adicional, como han estado haciendo los últimos inviernos.

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