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Un Podemos en el que quepan muchos Podemos

Podemos decide este fin de semana su futuro en Vistalegre II y resuelve la batalla entre Iglesias y Errejón

Isa Serra / Beatriz Gimeno

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El anuncio de que Íñigo Errejón, candidato de Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, concurrirá a las elecciones integrado en la plataforma Más Madrid, impulsada por Manuela Carmena, ha provocado una ola de estupefacción, desconcierto y desánimo en miles de personas que han confiado en Podemos desde que, hace cinco años, se presentara en el Teatro del Barrio de Lavapiés. Se trataba entonces de una nueva herramienta, que no iba a ser un partido al uso, donde la burocracia, los pasilleos, las peleas de poder, iban a ser sustituidos por una participación directa, amplia y transparente de toda la gente, viniera de donde viniera, que quisiera arrimar el hombro para propiciar el cambio político, intentando tomar impulso de toda la potencia de un movimiento como el 15M en el que miles de personas gritaron que los partidos no les representaban.

Desde el momento en que Errejón comunica su decisión, quienes la apoyan insisten en que es una jugada necesaria para recuperar la ilusión y que, a pesar de las formas, es la única posibilidad de ganar a la derecha. Los defensores de este movimiento visibilizan ahora los males de Podemos, su degeneración democrática, su falta de espacios de discusión, su falta de pluralidad y su cada vez mayor dificultad para ilusionar a nadie y, desde ahí, defienden que la candidatura de Errejón es la única que puede, si acaso, encarnar el espíritu con el que Podemos rompió el tablero. Y es absolutamente cierto que cuando no hay pluralidad y decisiones realmente colectivas (y no de parte, monolítica, aunque sea la mayoritaria) hay un límite objetivo que estrecha Podemos. Pero lo que no se menciona es que este Podemos que tenemos debe mucho de su cultura política al primer diseño como “máquina de guerra electoral” y que casi desde entonces los arrastramos.

El movimiento de Errejón no nos recuerda a ese Podemos que quisimos y que necesitamos, el de la cooperación frente a la competencia, el de “hagamos política para que no la hagan otros por nosotras”, el de lo colectivo frente a lo personal, sino más bien a otro movimiento tacticista unilateral inasumible para ninguna organización política; una huida hacia delante ante el temor de que los resultados electorales no sean buenos. En realidad no es más que la última vuelta de tuerca de la enésima bronca interna por el poder que venimos sufriendo desde el principio, pero aprovechado esta vez electoralmente para hacer una campaña “anti partidos” en un momento de crisis de la política y crisis de los partidos, como vemos en todo el mundo.

En este giro no se propone nada de lo que quería ser Podemos en su inicio: estar pegados a la calle y hacer un proceso democrático aglutinador. Errejón nos propone que le sigamos porque él sabe a dónde llevarnos. Otra vez.

En todo caso, no nos engañemos, el problema va más allá de la maniobra de Errejón y tiene que ver con la potencia de Podemos como herramienta de transformación social con alguna capacidad para encarnar las esperanzas de miles de personas. Podemos ilusionó no con su programa político, (evanescente y cambiante) sino con su propuesta de ser un partido diferente en el que las listas electorales no se componían en despachos, sino se hacían en primarias abiertas y plurales. Sin embargo, lo que hemos vivido (no nos engañemos más) es una sucesión de listas planchas y listas únicas, de pactos secretos acordados a última hora, de conspiraciones, de maniobras como poco dudosas. Hemos vivido un partido en el que, efectivamente, apenas se discute de política porque poca gente se atreve a hablar y en el que la arbitrariedad en las decisiones internas se ha convertido en la norma con la desaparición de una comisión de garantías que sea digna de ese nombre, con el lento morir de los círculos vaciados de contenido (era una idea innovadora y, con sus dificultades, podía haber sido una de las fuerzas de Podemos), y con las eternas purgas internas. Cada vez que una noticia sobre esto trasciende, envejecemos décadas.

El Podemos fresco e ilusionante que irrumpió en las europeas está escondido en el trastero y lo que se ve es un partido común y corriente.

Las instituciones nos han sentado muy mal, hemos envejecido rapidísimo. Las instituciones están hechas para alejar a representantes y representados, para crear una burbuja irreal que termina por absorber cualquier veleidad ideológica de cambio. No pusimos suficientes controles y nos hemos alejado de nosotros mismos. Se han conseguido cosas, es verdad, pero nadie puede esperar que sean suficientes, por sí solas, para mantener la tensión y la ilusión. Ser buenos en las instituciones, como se dijo en algún momento, no es suficiente, es lo mínimo y lo esperable. Ofrecer excelencia y honradez no es suficiente en un momento como el actual si en el camino nos dejamos democracia, participación, pluralismo, convivencia. Y todo esto proviene de Vista Alegre 1 donde se eligió un modelo de partido que se ha mostrado incapaz de retener a la gente, que se ha mostrado incapaz de hacer que la gente sienta que este es su espacio de participación política, que son necesarios/as, que tenemos que construir entre todas y todas, entre compañeros que piensan a veces diferente. Se construyó una máquina de guerra electoral que no ganó las elecciones pero que no se desactivó y que terminó usándose para matarnos entre nosotros mismos. De poco vale un discurso del “Sí se puede” mientras la práctica muestra que no. Y sin embargo no tenemos derecho (y tampoco tenemos verdaderamente razones) a pensar que no se puede.

En todo caso, a estas alturas ya no se trata de buscar culpables. La verdad es que a esto hemos jugado todos y todas, con más o menos entusiasmo, porque los espacios críticos fueron languideciendo y se vieron compelidos a integrarse a la fuerza en la maquinaria o a marcharse. A estas alturas, el culpable está a la vista: somos todos y todas las que hemos ejercido alguna responsabilidad  en la construcción de Podemos, en mayor o menor medida. No hemos sabido, no hemos podido o no hemos querido articular mecanismos que nos impermeabilizaran de los enormes riesgos que implica la acción política en las instituciones. La gente está hasta el gorro del melodrama, de nuestras camarillas autoreferenciales y de nuestras peleas. De unos, otras y de los de más allá. Así que si oímos un “que se vayan todxs” no nos apresuremos a descartarlo. Igual lo que tenemos que hacer es irnos todas y dejar paso a quien tenga más suerte o acierto. A estas alturas más vale hacer autocrítica y abandonar la dialéctica cainita. Esa espiral descendente nunca acaba y al final nos olvidamos de que a quienes debemos lealtad es a las miles de personas que confiaron en nosotros, que se levantaron a repartir octavillas, que pegaron carteles, que construyeron sus círculos en sus barrios o pueblos, que se quitaron un poco de su salario para colaborar en alguna campaña e independizarnos de los bancos, que creyeron que podían ser el sujeto activo de sus propias vidas.

Si Podemos tuvo potencia (y vaya si la tuvo) fue porque en su conformación pudo volcar los esfuerzos, el trabajo y las ilusiones de miles de personas. Y si salimos del atolladero será, exclusivamente gracias a esas miles de personas. El problema no es la pluralidad de criterios ni de posiciones; la unidad no puede confundirse con la homogeneidad. El problema no es que Podemos tenga demasiadas “almas”, refiriéndonos a las tres conocidas (Pablistas, Errejonistas y Anticapitalistas) sino que le faltan almas. Miles. ¿No resulta paradójico que en una fuerza como Podemos no se generen nuevos liderazgos, nuevos relevos que expresen los deseos de cambio? ¿No resulta agotador que cada intervención de “nuestros dirigentes” dedique más esfuerzos en hablar a las corrientes de Podemos que al conjunto del país?  Que nadie se engañe: con un partido movilizado y vigilante, no ocurriría. El tiempo apremia y proponemos lo que siempre hemos propuesto: buscar la solución a esta situación en un debate abierto, sincero y participado. Proponemos que Podemos articule, teniendo siempre presentes a todos sus aliados una candidatura en la Comunidad de Madrid que no nazca de una propuesta desde arriba sino de un proceso colectivo. Todo: la lista, sus posiciones, el programa. Y sin trampas plebiscitarias, ratificaciones en bloque y tampoco atajos: arriesgarnos a perder el control para ganar el futuro.

Dicho sea de paso, quien piense que cualquiera de los proyectos que se articulan en Podemos ganará espacio y tendrá éxito desgajado de los demás se equivoca, porque lo que garantiza el éxito electoral es la diversidad, no la división. Salvo que se defina éxito como supervivencia (que tampoco está garantizada). Eso vale tanto por los intentos de seguir caminos separados como para la voluntad de acallar al divergente mediante las maniobras ya reiteradamente utilizadas. Podemos nació apelando a todxs aquellxs que, desde distintos espacios, asumían que el sistema político y económico del 78 era un obstáculo para los intereses y derechos de la mayoría social, de los trabajadorxs, de las mujeres. Y dentro de ese horizonte, que es muy amplio, cabe todo el mundo que asuma la necesidad de articularse colectiva y pluralmente.

La iniciativa de Más Madrid no va por ese camino. Va precisamente por el contrario: asumir que una de las partes del movimiento transformador tiene, por sí misma, la capacidad de representar al todo y que las diferencias políticas y los debates son “ruido” que entorpece la gestión y la victoria. Si diverges sólo puedes sumarte si te tragas la divergencia. Supone, además, dejar aparcado un modelo, este sí garantizádamente exitoso, el de Ahora Madrid, que tenía a Manuela (sí, evidentemente) pero que tenía muchas más cosas: muy diversas gentes que apelaban (e ilusionaban) a distintos sectores sociales, donde había mecanismos colectivos previstos (nunca utilizados) para que las diferencias se resolvieran democráticamente y no con demostraciones mediáticas de fuerza. En lugar de ensanchar, como se pretende, estrecha y deja fuera un gran número de voluntades, imprescindibles para construir el futuro.

Por último no está de más recordar que no vinimos sólo a ganar elecciones, lo que demasiado a menudo parece ser nuestro único objetivo. Se pueden ganar elecciones y, aun así, no ganar nada. Las elecciones son una herramienta imprescindible, pero sólo una herramienta. Vinimos a construir una sociedad mejor sobre bases radicalmente democráticas para, desde ahí, impulsar el cambio. Y ese proceso que, ya deberíamos tenerlo claro, es mucho más largo que un ciclo electoral, requiere de toda nuestra inteligencia, entusiasmo y fuerza. Y cuando decimos “nuestra” no nos referimos a los cargos institucionales y orgánicos de Podemos, a sus líderes mediáticos. Estos son lo de menos. Absolutamente contingentes. Lo único necesario es nuestra gente. Y esa es la que tiene salvar el obstáculo.

Necesitamos, quizás, volver a empezar para ser los mismos que cuando empezamos. Ahora más que nunca, sumemos, debatamos, confluyamos, construyamos en común. Con valentía y corazón.

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