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Cómo le explicas a un parado que jamás encontrará trabajo en un planeta muerto

Un manifestante de los chalecos amarillos ondea una bandera tricolora francesa durante una manifestación en París

Cristina Armunia Berges

Las élites hablan del fin del mundo mientras que nosotros luchamos por llegar a fin de mes”. “Macron es el presidente de los ricos”. “Este mundo que ofrecéis no es para mí, es para los mercados”. Tajantes, cabreados y explosivos contra la precariedad y cualquier medida que merme todavía más su poder adquisitivo, los chalecos amarillos llevan ya casi un mes saliendo a la calle para protestar. A pesar de las medidas anunciadas por el presidente Emmanuel Macron hace unos días, este fin de semana se han reanudado las manifestaciones.

Los expertos esperan que una parte de la protesta haya quedado desactivada tras el anuncio del presidente de aumentar en 100 euros al mes el salario mínimo y ciertos beneficios fiscales para pensionistas y parados. Pero la realidad, la que grita desde el asfalto cada fin de semana, es que el hartazgo viene de mucho tiempo atrás y tiene diferentes componentes.

Alquileres desorbitados, precios en alza, impuestos y mucho paro. Son los principales problemas para la población gala a la que le cuesta aceptar medidas contra el cambio climático que supongan otro coste más para sus bolsillos sin ver una política redistributiva de la riqueza. Es decir, que cada euro recaudado vaya a parar al bolsillo de las clases que sí que lo necesitan y no de nuevo al bolsillo de los que más tienen y, normalmente, más contaminan. A todo esto, hay que sumar que Macron es una figura que indigna y mucho a la clase trabajadora.

“No podemos considerar a una persona parada únicamente por su lado productivo”, dice Florent Marcellesi, portavoz de Equo en el Parlamento Europeo. “Una persona parada también es una persona preocupada por su salud y por la de sus hijos. Es una persona que sabe también que cuanto más avanza la crisis climática más golpeará a las personas con menos ingresos si no hay una transición justa”, defiende. Según Marcellesi, “la lucha por el clima es también la lucha por el empleo” y será la redistribución justa la que haga que nadie se sienta atrás. La lucha por el medio ambiente no debería verse como un asunto que solo beneficia a los ricos. “La degradación medioambiental y las desigualdades sociales son dos caras de la misma moneda y las personas paradas pagan el doble por esto”.

“La respuesta ciudadana que se ha dado hasta ahora, como es el caso de los chalecos amarillos, no se opone a los acuerdos climáticos en sí”, asegura Marcellesi. “Se opone a un sistema que hace pagar los platos rotos a los de siempre, a los más vulnerables. La solución pasa por unir a los chalecos amarillos con los chalecos verdes, la lucha por la justicia social con la lucha por la justicia climática. No podemos elegir entre el fin del mundo o llegar a fin de mes”.

“No hay trabajo en un planeta muerto”

Las organizaciones ecologistas del mundo y también los sindicatos trabajan en torno al lema de que no habrá trabajo en un planeta muerto. La solución, insisten los expertos, no pasa por suprimir los impuestos verdes sino por no dejar a nadie atrás o aislado contra el cambio climático. Para ello, para que no se generalice la falsa idea de que la ecología es para los ricos, Mariano Sanz, el secretario confederal de CCOO en Medio Ambiente y Movilidad, considera que la planificación y la oferta de alternativas al ciudadano debe de ser tan importante como la implantación de las mismas medidas.

“En primer lugar, se tienen que asegurar los derechos de los trabajadores, tiene que haber voluntad política y acuerdos de Estado para que los inversionistas públicos y privados tengan certezas de que la decisión es firme y de que no va a pasar lo mismo que pasó con las placas solares por ejemplo”, dice Sanz. “La planificación tiene que ser firme y prudente, para que existan medidas adecuadas y saber qué impacto puede haber”, por ejemplo, si se sube el precio de los carburantes como ha pasado en Francia.

Tan importante como lo anterior, dicen desde CCOO, es dar alternativas a los empleos y a las comarcas que se vean afectadas. “Sin alternativas, se produce rechazo. Aquí es donde aparecen los chalecos amarillos, pero es que este fin de semana también lo hemos visto en Ponferrada”. Lo que el secretario de Medio Ambiente le diría al ciudadano es simple: “Que reclame a sus políticos que les den salidas y alternativas”.

Pero, además de exigir planificación y medidas al Estado, ¿cómo le explicas a un parado que jamás encontrará trabajo en un planeta muerto?

“En un ecosistema muerto no hay trabajo”, dice como primer argumento Javier Andaluz, responsable de Cambio Climático de Ecologistas en Acción. “La prueba la encontramos en lo que les sucederá a los olivos y a los viñedos. Si se supera el grado y medio pactado, estas especies desaparecerán porque no habrá agua” y quizá esto suceda en 30 años.

“Pasa lo mismo con el efecto contrario”, alerta el especialista. “Las lluvias torrenciales hará que se inunden fábricas, casas o grandes empresas”.

A nivel económico, en un periodo de tiempo no determinado, se producirá una gran escasez de recursos que hará que muchos empleos desaparezcan. “Si seguimos adelante con el consumo de petróleo, sabemos que se agotará y no hay ninguna energía que pueda sustituir la cantidad de empleos vinculados al uso del petróleo. Las fábricas cerrarán porque no tendrán energía, no habrá transporte de mercancías...”, recuerda Andaluz.

En un planeta muerto muchas cosas no funcionarán. “No habrá materiales por ejemplo para hacer material médico”, entonces poco importará tener empleo si no podemos acceder a medicinas o vacunas.

Finalmente, el mundo vivirá un proceso de gran presión debido a “movimientos poblacionales”, concluye Andaluz. “Cuando todo se degenere, cuando el planeta se vaya muriendo, lo hará lentamente y unas zonas estarán más afectadas que otras. Habrá migraciones, presión y un aceleración del desgaste. El empleo pasará a un segundo plano, porque tendrás mucho dinero y no podrás acceder a los recursos”.

Un líder en caída libre

En la cumbre del clima de Polonia se comentó que el Gobierno francés está en shock. Hace unos meses, el joven presidente protagonizó un vídeo en el que le decía a un chico en paro que él mismo le encontraría un trabajo cruzando nada más que la calle. A los pensionistas les ha dicho en alguna ocasión que no se quejen tanto o ha llegado a reconocer que no sabía cuál era el salario mínimo de su país (que rondaba los 1.500 euros antes de las medidas anunciadas). Ahora Macron es un líder en caída libre de popularidad.

“La lectura que se hizo [sobre el liderazgo de Macron] desde España fue muy equivocada”, asegura el politólogo Pablo Simón en una entrevista con eldiario.es. “La idea era que Macron tenía un apoyo mayoritario en la sociedad francesa. En la primera vuelta de las elecciones se vio de manera muy clara que, aun siendo la fuerza más votada, realmente se enfrentaba a un país que estaba dividido en cuatro trozos muy simétricos y que tanto los de Mélenchon como los de Le Pen sentían un importante rechazo hacia su figura”, explica.

Entre los manifestantes, en torno al 45% son votantes del Frente Nacional y tan solo un 5% de los que ahora salen a la calle votó a Macron en los pasados comicios. “Macron se encuentra en medio de un gran problema. Retirar el impuesto del diésel le deja menos margen para llevar a cabo políticas redistributivas aunque ni él mismo es que estuviera muy por la labor”, añade Simón.

“Pero las protestas están tan descentralizadas”, dice sobre la posibilidad de que las últimas medidas calmen un poco los ánimos, “los chalecos amarillos son, haciendo una analogía un poco burda, como si el 15M hubiera sido violento porque recoge algunas propuestas que son incompatibles entre sí y no existen interlocutores. Por eso, es muy difícil saber si habrá descenso en la conflictividad”.

“No sabemos cómo evolucionará el movimiento de los chalecos amarillos”, dice el eurodiputado Marcellesi. “Aunque es posible que sus efectos políticos se noten a largo plazo tal y como ocurrió con los indignados del 15M. Mientras tanto, se enfrenta al reto de unirse al movimiento ecologista y convertirse en un movimiento por la transición justa o, por el contrario, corre el riesgo de ser capitalizado por la extrema derecha”. Marcellesi cree que la izquierda debe liderar las respuestas en torno a los retos que presenta el cambio climático porque si no lo hará “una respuesta xenófoba y ecofascista liderada por la extrema derecha”.

Por qué es difícil que pase en España

Una de las grandes preguntas que se hacen ahora los ciudadanos europeos es que si lo que está sucediendo en Francia puede ocurrir también en otros países que se encuentren en situaciones de precariedad laboral similar. El pasado fin de semana, en Bélgica, se produjeron pequeñas movilizaciones al estilo de los chalecos amarillos que concluyeron con 400 detenciones.

Para el politólogo, la clave está en si los ciudadanos tienen o no mecanismos para cambiar la realidad política a corto plazo, es decir, si sienten que tienen más opciones aparte de salir a la calle para llevar a cabo acciones directas. Lo que nos diferencia, sobre todo, según Simón es que la sociedad española podrá vehicular toda la frustración a través de próximas convocatorias electorales.

“A diferencia de lo que ocurre en Francia, cuya legislatura está cerrada y es de cinco años, la reacción solo se puede producir en la calle”, explica. Lo que sucede en estos momentos en el país vecino recuerda más a la España caliente de los años 2012 y 2013.

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