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La productividad manda: adiós a las pymes de barrio, hola a empresas más grandes

Ilustración de David Velasco.

Daniel Yebra / Raúl Sánchez

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En los últimos años, la economía de España está sacudiéndose todos sus lugares comunes históricos. La creación de empleos de mayor valor añadido discute aquello de que somos un país de camareros. Las exportaciones de servicios relacionados con la consultoría, la tecnología o la información rompen con un sector exterior centrado en el turismo y los automóviles. La salida de la doble crisis de la pandemia y la invasión rusa de Ucrania se ha conseguido sin una destrucción masiva de puestos de trabajo, elevando el salario mínimo (SMI) y reduciendo la desigualdad. Y, del mismo modo, los datos de empresas inscritas a la Seguridad Social apuntan a un descenso de las más pequeñas en la última década y a un importante crecimiento de compañías grandes, teóricamente más productivas.

España se está rebelando contra el sesgo tradicional de una economía edificada sobre un tejido de pequeñas y medianas empresas (pymes), y autónomos. Nuestro país debate ahora esa preponderancia y traza una tendencia de aumento del tamaño de las compañías que apoya una mejora de la productividad, como lo hacen otras dinámicas que se observan en el mercado laboral (más creación de empleo en ocupaciones más cualificadas) o el propio crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto).



El estancamiento de la productividad (que mide la eficiencia de una economía según la relación entre el valor de la producción y el empleo) es el principal argumento que los enfoques neoliberales usan para negar la posibilidad de mejoras de las condiciones laborales de los trabajadores. Por ejemplo, para negar mejoras como la rebaja de la jornada laboral oficial sin una reducción del salario, según se ha comprometido el Gobierno de coalición.

Este estancamiento se explicaría en parte por el reducido tamaño de la empresa media, dado que, según la literatura económica y salvo excepciones, las pymes son menos productivas porque sus costes de financiación son más altos y, por tanto, pueden invertir menos en tecnología, innovación, investigación o en la búsqueda de nuevas líneas de negocio. Y porque, además, las empresas más pequeñas encuentran más dificultades para formar a sus trabajadores y para retener talento, y pueden especializarse menos y, por supuesto, tampoco les resulta fácil exportar.

Las excepciones tienen que ver con empresas pequeñas que alcanzan más productividad asumiendo grandes riesgos, “pese a las limitaciones en la inversión y a estar más expuestas a las incertidumbres”, según demostró una investigación del economista Rajeev Dhavan sobre el sector industrial estadounidense publicada en 2001.

Ante estas evidencias, son buenas noticias para la productividad de nuestra economía el crecimiento del 50% del número de empresas inscritas en la Seguridad Social con más de 500 trabajadores, en la última década. O casi el mismo incremento de las compañías de 250 a 499 trabajadores, según se puede ver en el primer gráfico de esta información. En cambio, los datos apuntan a una ligera caída de las micropymes y los autónomos desde enero de 2013 hasta febrero de este 2024.

En números absolutos siguen siendo una amplia mayoría estas últimas, casi 700.000 de 1 ó 2 trabajadores, casi 300.000 empresas de 3 a 5, 135.000 de 6 a 9 trabajadores, 167.000 de 10 a 49, 27.000 de 50 a 249, 3100 empresas de 250 a 499 y cerca de 2.600 grandes, de 500 trabajadores o más.



Eso sí, las cifras de la Seguridad Social muestran que cada vez hay más trabajadores en las empresas más grandes. Exactamente, las compañías de plantillas con más de 500 personas han pasado de aglutinar el 31,7% del empleo en enero de 2013 al 35,8% en febrero de este año. Mientras, el porcentaje de trabajadores ha descendido en las micropymes.

Hay que tener en cuenta que en esta tendencia concreta cobran importancia los servicios de sanidad, la educación y otras empresas públicas, que son grandes empleadores y donde las principales estadísticas del mercado laboral vienen desvelando que ha habido un incremento destacado de los puestos de trabajo en los últimos años.

De hecho, en esta otra información, ya se analizó que los cálculos clásicos de la productividad (valor añadido de un sector en relación con las horas trabajadas, según la Contabilidad Nacional) en algunos sectores públicos como la sanidad es “excesivamente sencillo”, y no recoge que en los hospitales se ha trabajado especialmente duro desde 2020, con un salto tecnológico y mejor organización. Esta visión fue enmendada en otros países, como Reino Unido, desde finales de los 90.



En el tercer gráfico de esta información se puede entender la importancia de los grandes empleadores públicos en la sanidad, la educación o las actividades administrativas. Por otra parte, resaltan elevados porcentajes de empresas grandes en la banca, en la información y las comunicaciones, en la energía y en el transporte y el almacenamiento.

Pero también queda claro que los sectores donde más trabajadores están empleados por empresas más pequeñas son la hostelería, la construcción, el sector primario, el artístico y del entretenimiento, el sector inmobiliario y, sobre todo, el de los servicios domésticos, con una mayoría de autónomos (o más bien autónomas).



Si se une esta observación con que hay más jornadas parciales en las empresas más pequeñas, se puede concluir que estos sectores son menos productivos potencialmente y son los más precarios, en general. Es indiscutible en los servicios domésticos, y más concretamente en los cuidados, muy feminizados y en los que se cimienta la brecha salarial y la desigualdad económica de género.

El impacto del SMI

Las subidas del salario mínimo (SMI) desde 2018 han sido cruciales para reducir poco a poco esta brecha y han jugado un papel crucial en el aumento del tamaño de las empresas en España. Un estudio académico, publicado en 2022, de un equipo de economistas liderado por Christian Dustmann, analizó el efecto de la introducción de un SMI en Alemania y concluyó que no destruyó puestos de trabajo pero sí que elevó los sueldos y que desplazó trabajadores de empresas pequeñas (las pymes de barrio o del mundo rural) a empresas grandes.

“De empresas que pagaban peor a empresas que pagaban mejor y de empresas menos productivas a otras más productivas”, incide el estudio. En otras a palabras, el SMI habría dado el golpe de gracia a pequeñas empresas poco rentables y que, con mucha probabilidad, necesitaron endeudarse para sobrevivir al shock de la COVID o, al menos, para pagar sueldos.

Por otro lado, en 2016, un informe del Banco de España averiguó que “los incrementos de productividad son seguidos por aumentos significativos en el tamaño empresarial medido por el número de empleados”.

“Por el contrario, no se observan ganancias de productividad tras episodios de aumentos en el tamaño empresarial. Este hallazgo cuestiona el consenso establecido de que la baja productividad agregada en España se debe a un exceso de empresas pequeñas en comparación con otros países europeos. De acuerdo con mi interpretación de la evidencia empírica, la baja productividad de las empresas españolas, tanto pequeñas como grandes, podría ser la principal causante del excesivo número de empresas pequeñas y, por tanto, de la baja productividad agregada”, explicó Enrique Moral-Benito en el informe de Banco de España.

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