La portada de mañana
Acceder
El fantasma de una repetición electoral sobrevuela la campaña catalana
Teresa Ribera: “Las llamadas leyes de concordia imponen la desmemoria”
OPINIÓN | Cuatro medidas para evitar el lawfare, por Juan Manuel Alcoceba Gil

Cómo el hallazgo del archivo del jefe de la Falange en un vertedero de un pueblo de Sevilla acabó convertido en una novela

Enrique Gómez Lázaro.

Alejandro Luque

12

María del Carmen Ayala (Los Palacios, Sevilla, 1957) pasó su infancia oyendo hablar de Enrique Gómez Lázaro, el vecino de su pueblo fusilado por los falangistas cuando contaba solo 27 años de edad. Nada extraño, ya que aquella víctima de la sinrazón que sacudió España en 1936 era el novio de su tía Ana María, de modo que la historia quedó grabada a fuego en la memoria familiar. Lo que no podía sospechar entonces es que nueve décadas más tarde acabaría escribiendo una novela sobre estos hechos, Un rumor de palabras (Dyckinson).

“He crecido con esta historia”, afirma la autora. “Mi madre, igual que me la contaba, me cantaba romances. Yo siempre me he apañado con los versos, empecé a escribir con 11 años, pero nunca me vi capaz de escribir una prosa larga. Hasta el día que mi tía murió, y pasando por la tapia del cementerio, y me arrogué la obligación de contar lo que le pasó. Pensaba: esta mujer, que ha sufrido tanto, ¿se va para el otro mundo y esto se acaba? ¿Nadie va a recordar aquello?”.

Ella sí estaba dispuesta a recordar, sabiéndose quizá la única persona capaz de hacerlo. “Los asesinos de Enrique creían que, matando el cuerpo, acababan con el halo de la persona, y en cierto modo era verdad, porque nadie en el pueblo lo conocía ya. De modo que me puse a investigar, pero dando palos de ciego”. Ayala empezó a buscar textos dispersos en la Biblioteca Nacional o, en su condición de funcionaria, pedía algún día de asuntos propios para bucear en las viejas actas del Ayuntamiento de Los Palacios. Pero no era suficiente.

Un hallazgo oportuno

“Tenía que comprender por qué gente normal y corriente se deja arrastrar hasta esos extremos”, comenta la escritora, filóloga de formación pero, según reconoce ella misma, sin un conocimiento profundo de la historia. “Quería leer sobre la época, pero sin apasionamiento. Empecé por los autores extranjeros que se ocuparon de ella, y luego pasé a los historiadores españoles. Di con un hilo importante al llegar al desastre de Annual, lo fui mezclando todo con los recuerdos de mi madre. No dejaba de tomar apuntes, pero aquello no acababa de despegar”.

Hasta que las casualidades salieron en su auxilio. “Me puse a investigar la figura del jefe de la Falange que se atribuyó la jefatura en la zona durante los días del alzamiento, ya que el verdadero jefe se encontraba ausente. Llamé a una persona para que me diera norte de unos datos que estaba buscando y, cuál no sería mi sorpresa, cuando me cuenta que un día en el vertedero de Los Palacios un vecino llamado Antonio Maestre Pérez había encontrado unos papeles volando y había sospechado que se trataba de algo importante. Los metió como pudo en una bolsa, aunque muchos se perdieron, y los guardó hasta que pudo ponerlos a mi disposición. Se trataba del archivo del jefe de la Falange”.

Después de diez años “de idas y venidas”, comenta, “y de creer que no sería capaz de hacerlo”, por fin el relato fue cobrando forma. Ni siquiera detuvo a Ayala una caída que le produjo una fractura en el brazo. “Dos tercios de la novela los manuscribí, porque no podía parar”.

La Iglesia casi siempre ha cuidado su pan, y su pan es someter a las personas a través de las ideas. Muchos sacerdotes arengaban y daban bendiciones a los falangistas. El púlpito tuvo un papel fundamental en la legitimación del régimen

El papel de los púlpitos

Con los nuevos materiales incorporados a su mesa de trabajo, la atención de María del Carmen Ayala se fue desplazando hacia una figura tristemente decisiva en aquellos primeros compases de lo que desembocaría en la Guerra Civil: el delator. “Es tristísimo, porque algunos eran incluso amigos de los fusilados. Es increíble comprobar cómo se comporta el ser humano a causa de las envidias y, sobre todo, de la impunidad. Eso en lo civil. En lo religioso, ya sabemos, Ego te absolvo a peccatis tuis…”, dice la autora.    

Ayala también asegura que “en ningún momento he querido castigar a nadie en el libro”, pero tampoco puede ocultar que “la Iglesia casi siempre ha cuidado su pan, y su pan es someter a las personas a través de las ideas. Muchos sacerdotes arengaban y daban bendiciones a los falangistas. El púlpito tuvo un papel fundamental en la legitimación del régimen”, agrega.

Y también en el fusilamiento del joven, como se verá en la novela. “Mi madre me insinuó algo en su momento, pero no le di importancia. Hasta que mi amigo archivero me dio la clave: ”¿Sabes por qué mataron a Enrique?“. ”Por socialista“, respondí yo. ”No, fue por otra cosa“.  

“Podría suceder de nuevo”

Ese espanto le llevó también a leer libros de psicología, “para intentar comprender la raíz del mal, para preguntarme si hay algo en el cerebro para explicar las cosas que pasaron…”. “Y, ¿sabes lo peor? Que volvería a pasar. Me recuerda a aquella novela de Roger Martin du Gard, Los Thibault, que habla de dos hermanos con visiones distintas del mundo y nos muestra cómo en ese devenir se calientan los ambientes, cómo los ruines se unen entre ellos y se hacen fuertes. Eso es lo que pasó en España, y lo que podría suceder de nuevo”.

Es una obscenidad que vidas segadas de una manera tan ignominiosa pasen y las nuevas generaciones ni siquiera sepan de todo aquel sufrimiento

Las primeras reacciones ante la novela han confirmado a Ayala en la necesidad de escribir un libro como este. “Una prima mía me decía: hemos escuchado tantas veces esta historia, pero no hemos cobrado conciencia de lo que fue hasta que no lo hemos leído”, dice. “Sin embargo, he intentado que no fuera solo algo del pueblo, sino que he tratado de darle el barniz para que se universalizara. Fueron tantos crímenes, en tantos sitios… He tratado también no solo de narrar, sino de reflexionar”.

“Esto es un canto contra el olvido, y una catarsis desde el punto de vista personal”, concluye Ayala. “Tengo 66 años y hubo un momento en que se me iban las palabras del discurso, y empecé a preocuparme por ello. Mi novela lucha contra eso. Es una obscenidad que vidas segadas de una manera tan ignominiosa pasen y las nuevas generaciones ni siquiera sepan de todo aquel sufrimiento”.

Etiquetas
stats