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'Purple washing' o acordarse del feminismo cuando interesa

Barbijaputa

Durante las últimas semanas, a raíz del debate que se ha producido en Francia sobre la prohibición del burkini, ha pasado algo impensable; no se lo van a creer, pero sí: un montón de hombres se han puesto a opinar sobre qué deben vestir las mujeres. Quién lo iba a decir. Y menos mal, porque tanto las mujeres de Occidente como las de Oriente lo necesitábamos. Miedo me da imaginar qué sería de nosotras, hoy día, si no hubiéramos tenido siempre a hombres desde todos los púlpitos diciéndonos qué hacer, decir, opinar y vestir. Sinceramente, creo que hay muchas probabilidades de que anduviéramos comiendo dátiles enganchadas a las ramas de los árboles.

Éstos que arremeten contra el velo o el burkini son los mismos que jamás han escrito antes una sola línea (ni escribirán en el futuro) de lo que supone la depilación en Occidente, como tampoco lo harán nunca en favor de cualquier tema que implique la liberación de las mujeres.

El último caso lo tenemos en un artículo de El Mundo llamado La mora y la pijaflauta, firmado por un señor llamado Jorge Bustos. Ya se pueden imaginar el nivel del texto sólo leyendo el título, pero les copio mi parte favorita: “Flaco favor les hace la empanada mental y la desvergüenza ética con que aquí la misma pijaflauta que atribuye por la mañana al heteropatriarcado cristiano la paliza de un infecto machista a su ex, niega por la tarde la condición estructural del machismo coránico, que al parecer no rige para la morita que baja a la playa tapada como si tuviera la lepra. Ocurre que la feminista de progreso ha encontrado en el burkini la penúltima excusa para liberar su histeria penitencial por pertenecer al hemisferio de las libres y prósperas, al que desearían pertenecer tantas hijas del Profeta”.

En un sólo párrafo, el autor, demuestra que:

1. No sabe qué es ni qué dice el feminismo. 2. No sabe que un feminismo que no sea “progresista” no es un feminismo que luche por la liberación de todas las mujeres. 3. No sabe que el término “histeria” para referirse a actitudes femeninas no lo usa nadie que no haya nacido antes de 1930. 4. No sabe que referirse como “infecto machista” a un maltratador no despistará a nadie de su propio machismo. 5. No sabe que usar “morita” es machista, por el diminutivo, e islamófobo por el “mora”. 6. No sabe que no hay ni un sólo país, mucho menos todo un hemisferio, donde las mujeres sean libres.

Ustedes dirán lo que quieran, pero escribir todo un artículo para demostrar todo lo que uno ignora por completo, me parece una proeza digna de elogio. Aunque se haya hecho involuntariamente.

De todas formas, no ha inventado nada nuevo este señor al usar la lucha de las mujeres para justificar su islamofobia. A esta práctica que consiste básicamente en defender medidas o políticas xenófobas y racistas con la excusa de que es necesaria para la liberación de las mujeres se llama “purple washing”, por ser el morado el color relacionado con el feminismo. El término, muy necesario como ven, lo acuñó la activista feminista Brigitte Vasallo.

Pero lavar de morado tu racismo para hacerlo pasar por una causa noble no sólo no oculta tu racismo, sino que además deja entrever tu misoginia; usar la opresión femenina para fines execrables no tiene otro nombre.

Pasa lo mismo con los que ejercen el llamado pink washing, que viene a ser lo mismo pero con la lucha LGBTI y, también, con la lucha contra el cáncer de mama. De hecho, el término pink washing fue acuñado en un primer momento por la Breast Cancer Action para denominar las prácticas de marketing de las empresas que usan el cáncer de mama y el lacito rosa: parecer solidarios con el único fin de vender más un producto en concreto, aunque para la fabricación de ese producto se utilicen ingredientes que aumentan el riesgo de padecer dicha enfermedad.

De casos de purple washing en nuestro país vamos sobrados. Cada vez que el islam es motivo de debate, los medios se llenan de hombres que se acuerdan de que el feminismo existe y de que hay mujeres oprimidas en el mundo. Por supuesto, las mujeres de sus países occidentales no lo están, claro... de hecho, siempre que pueden, arremeten contra ellas, intentando ridiculizarlas y convirtiéndose en un verdadero obstáculo de la lucha, ya que aprovechan sus espacios en los medios para sus fines, medios con millones de lectores.

Yo no me canso de hacer esta prueba –y le animo a que ustedes la hagan– porque nunca falla: cuando lean a un articulista usar la excusa del feminismo para justificar opiniones xenófobas, racistas, machistas o, en general, deleznables, hagan una rápida búsqueda de en qué otro momento de sus carreras periodísticas han usado la palabra feminismo (test válido para cualquier usuario de internet rastreable en Google). Yo lo he hecho con nuestro protagonista de hoy y Google ha dado un resultado de un total de tres artículos en los que, ¡sorpresa!, se limita a criticar el movimiento y a reírse de él.

No sólo hablamos de columnistas, claro, el purple washing lo vemos cada día en nuestras redes sociales. En los días que siguieron a las violaciones de Colonia, la derecha española (medios y lectores) inundó sus portadas, sus muros de Facebook y timelines de Twitter, de gritos de guerra contra el feminismo (como se lo cuento) por no destacar que los agresores, al parecer, no eran occidentales y ceñirnos sólo en que eran hombres. Purple washing de primero de xenofobia: querer que denostemos, sólo, un tipo de violencia contra las mujeres: la que ejercen hombres de otras nacionalidad, sin analizar la del raíz el problema e invisibilizando su denominador común: los hombres.

Para despedirme, les dejo con un ejemplo audiovisual de purple washing, con el que no sabe una si reír o llorar. Supongo que primero lo uno y después lo otro. El protagonista de este vídeo es una representación perfecta, pero más cómica y menos historiada, de todos esos columnistas que nos dicen –y nos dirán siempre– qué opinar sobre nuestras propias opresiones.

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