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Fresas y mantas: un año de lucha frente a siglos de racismo

Mame Mbaye. Foto: Byron/ Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid

Moha Gerehou

Las reflexiones sobre el tiempo siempre son injustas, pero a la vez inevitables porque casi todo lo medimos con el tiempo. Suena a tópico, pero hay pocas cosas más ciertas que decir que el tiempo es relativo, y en el racismo/antirracismo no es menos. En el último año -contando desde el 11 de noviembre de 2018 hacia atrás- recuerdo los minutos que parecían años y las horas que se almacenaron en la mente como secuencias fugaces.

La muerte de Mame Mbaye me pilló cogiendo un vuelo de dos horas que se me hicieron infinitas. El modo avión y la falta de respuestas a miles de kilómetros del suelo contribuyeron notablemente a esa percepción. No quiero ni pensar (o sí) en cómo fue ese tiempo para sus amigos y familiares, para los que estaban cerca, en Lavapiés, y para los que aguardaban desde Senegal la fatídica llamada. Allí la manta era la excusa, pero fue el racismo quien lo mató.

El episodio de las jornaleras marroquíes de Huelva resultó ser el último eslabón de la engrasada máquina colonial y patriarcal y se convirtió en una dosis de dolorosa realidad. Por la situación en sí misma y por el tibio (diría que inexistente) rechazo social. La comparación con la reacción en otros casos fue sangrante. Allí las fresas eran la excusa, pero fue el racismo lo que las marcó.

En el otro lado recuerdo la manifestación antirracista del 12 de noviembre de 2017 como si fuera ayer, y cuando echo la vista atrás me vienen caras, abrazos, puños en alto y gritos, también lágrimas, aunque todo son flashes. Tres o cuatro horas que mi cerebro ha reducido a pocos segundos, en breves instantes de orgullo y felicidad que comparten cajón.

Reflexionando sobre el tiempo me viene a la cabeza una frase que pronunció el líder del PP, Pablo Casado, en octubre: “La Hispanidad es el momento más brillante de la humanidad porque nunca antes había conseguido trasladar la cultura, la historia, la religión a tantos sitios a la vez”. Si la frase de Casado fuera cierta habría que cuestionarse qué hemos hecho en todos los años de humanidad para que un concepto como la Hispanidad sea lo más brillante. Un hecho que el catedrático Antonio Acosta resume en que “la presencia de España en América fue el resultado de una conquista violenta y muy dura”. ¿Será el momento más brillante de la historia de la humanidad para quienes sufrieron esa violencia? ¿Su percepción del tiempo sobre esta época será la misma que la de Casado? Algo me dice que no.

En 2017 se celebró una marcha que tenía como lema “por una sociedad sin racismo” y que supuso un punto de inflexión porque puso en el centro que estaba liderada por personas migrantes y racializadas. Un apunte nada menor porque supuso un giro en el discurso y en las prácticas que hasta ahora, a veces por circunstancias sociales y otras por planteamientos morales, nos relegaba a migrantes y racializados a lugares secundarios o solo encerrados en el papel de víctima. Un año después, con sus altos y bajos, idas y venidas, momentos bonitos y horribles, la lucha sigue, se amplía y marcha firme al objetivo del curso anterior: construir una sociedad sin racismo.

Tras 364 días –lo sé, pero nada es perfecto– desde la manifestación anterior hay instantes a los que echaré la vista atrás y me parecerán eternos, dignos de ser olvidados por el dolor y el sufrimiento que reflejan, pero también de ser recordados por su memoria o para tomar nota. Pienso en Mame Mbaye, en las jornaleras de Huelva, en Jesús y el abuso en la Renfe, en las muertes en las fronteras construidas por tierra, mar y aire; en la brutal paliza a Miguel Ángel, en las personas cercanas que sufren ante unas leyes y su burocracia racista que las aplasta una y otra vez, en la esclavitud o en los niños obligados a crecer con la piel más dura por los golpes del racismo. Por desgracia también habrá hueco –siempre lo hay- para pensar en todo aquello que hicimos mal o pudimos hacer mejor, y sobre todo en quienes arrimaron el hombro al lado para luego perder la cercanía y marcharse.

Un año de antirracismo es poco si lo comparamos con los siglos de racismo que venimos sufriendo, pero es mucho para las comunidades racializadas y migrantes cuando vemos que los pasos adelante pueden mejorar nuestras vidas. El objetivo es claro y los atajos no existen: la prudencia en la pelea antirracista solo muestra el privilegio de a quien no le importa o no le va la vida en ello. Por eso es importante poner el cuerpo y la fuerza en las acciones cotidianas y en las extraordinarias como las distintas marchas alrededor del 11 de noviembre.

Angela Davis lo dijo en su última visita a Madrid: “Las manifestaciones son ensayos de revolución”. Hagamos caso porque no vamos sufrir más tiempo y son muchos siglos de racismo pesando sobre las espaldas. Salgamos a la calle y transformemos esto, porque son vidas las que están en juego.

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