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La España harta

El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el presidente del PP, Pablo Casado, conversan tras finalizar la concentración este domingo en la plaza de Colón de Madrid

Antón Losada

A la derecha española le ha dado para llenar la plaza de Colón por los pelos y poco más. Esperaban inundar el centro de Madrid con la supuesta ola masiva de rechazo popular a Pedro Sánchez y al diálogo en Catalunya. Lo tenían tan claro que hasta una parte de la izquierda estaba convencida y había buscado ponerse de lado para no verse arrastrada. Pero esto funciona así. Si quieres ganar una moción de censura en las calles tienes que reventarlas de gente. Si solo cubres los huecos, has fracasado. Y eso han hecho: cubrir huecos. Lo saben los convocantes y lo sabemos todos, no se deje engañar.

La única conclusión que se puede sacar de la manifestación es que la derecha española no quiere diálogo en Catalunya y exige elecciones ya porque está convencida de ganarlas. Nada que no supiéramos desde junio de 2018. El resto de las evidencias que los organizadores pretendían presentar con la convocatoria ni han comparecido, ni se han podido aportar. Ni afluencia millonaria, ni convocatoria histórica, ni denuncia ciudadana de la traición a España, ni incontestable moción de censura popular contra Pedro Sánchez.

La España cabreada está muy cabreada y son muchos, resulta indiscutible y lo hemos podido constatar de nuevo. Pero también que, por mucho que muevan la bandera y declamen como personajes de Calderón de la Barca, no representan mucho más que su propio cabreo; ni siquiera con sus maquinarias políticas y mediáticas a pleno rendimiento parecen capaces de juntar para abrir los telediarios con un record de manifestantes. A Colón acudieron los convencidos, ni uno más.

La insoportable expropiación de la bandera, el himno y la nación promovida por los Albert Rivera, Pablo Casado y Santiago Abascal solo entusiasma a sus votantes y parece que ni siquiera a todos. Tan importante como analizar quienes fueron resulta preguntarse por los miles que no acudieron y los convocantes, sin duda, esperaban. Puede que se deba al frío de ayer, o al enorme poder de convicción de los muchos cómplices que el nacionalismo tiene en España y que periodistas independientes, como los lectores del manifiesto, no se cansan de señalar y denunciar.

Pero puede que la razón resida en que también hace mella en la derecha moderada el hartazgo por la crispación como único mensaje, el guerracivilismo como único discurso y la demonización del adversario como única política. O que el rechazo al diálogo y al relator no resulte tan mayoritario ni tan univoco como se pretende hacer creer. O que muchos no vean qué relación existe entre la unidad de España y la convocaría de elecciones. O que, incluso, no pocos crean que volver a votar no arreglará gran cosa.

El Gobierno y el Govern harían bien en aprovechar que Colón no salió como esperaban sus convocantes y reabrir la senda de una negociación política basada en la cooperación, no en la competición. Hay millones de españoles, hartos de enfrentamientos y ultimatos, esperando que demuestren su capacidad para ponerse de acuerdo y buscar soluciones. Muchos estamos hartos de la gente que siempre tiene razón. Queremos gente que prefiera arreglar los problemas, aunque eso requiera darle una parte de la razón a otro. Hay una España cabreada pero también parece que asoma una España harta de tanto cabreo.

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