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Ataque de pánico en Moncloa

Pedro Sánchez en el Congreso

Antón Losada

Todos nos protegemos instintivamente la cara ante el riesgo de un impacto, todos buscamos instintivamente dónde está la palanca del freno de emergencia si vemos que el tren va demasiado deprisa y todos apretamos instintivamente el botón de las alertas del coche si vemos algo raro en la carretera; en Moncloa también. Asustarse es humano porque todos necesitamos protección, pero no resulta necesariamente efectivo; solo aparatoso. Que Moncloa intente recuperar la iniciativa y cambiar la conversación pública metiendo en la agenda la cuestión de los aforamientos resulta comprensible. Que vaya a lograrlo proponiendo suprimir, mediante una reforma constitucional exprés, los aforamientos que siempre se han levantado cuando la Justicia lo ha pedido ya es otra historia.

Pedro Sánchez venía de una semana más bien horrible, marcada por el caso Carmen Montón, la campaña de “fake plagios” sobre su tesis, la colección de disparates para justificar la venta de armas a la tiranía saudí y, sobre todo, la lentitud de Moncloa a la hora de reaccionar, siempre a remolque de los acontecimientos. La agenda no le favorecía y las críticas a su esperada entrevista con Ana Pastor en La Sexta no habían sido buenas. Había que hacer algo, seguro que dijo alguien en Moncloa, y a alguien le pareció buena idea ir a por los aforamientos.

Justo cuando la agenda empezaba a cambiar, justo cuando quienes habían salido a cazar el elefante blanco de la tesis presidencial tenían que empezar a explicar por qué volvían con conejitos y currículos cada vez más pequeños, justo cuando Pablo Casado renunciaba a ser catedrático de metafísica, o justo cuando trabajadores y sindicatos salían a aplaudir su decisión sobre las bombas, Moncloa decidió que era buena idea empezar el día prometiendo acabar con los aforamientos y acabar la tarde teniendo que explicar por qué se mantienen para la familia real, por qué no se acaba con los miles de agentes del orden inexplicablemente aforados o si realmente merece la pena meterse en una reforma constitucional para eliminar solo parcialmente el aforamiento de los representantes políticos; la noticia iba menguando más rápido que el currículo de Albert Rivera.

Puede que, efectivamente, la propuesta agudice las contradicciones del Partido Popular e incluso de Ciudadanos, forzados a votar o verse acusados de proteger a los aforados, pero, sobre todo, acabará por poner de manifiesto las contradicciones del Gobierno, el PSOE y sus socios y apoyos parlamentarios. Si no acaba en otra rectificación, va a andar cerca. Con lo fácil y lo que humaniza asumir errores en público, con humildad y honestidad, buscar un perfil más bajo y esperar a que el viento acabe de cambiar. Solo había que mantener la calma y quedarse callado. Y si la discreción fallaba, ahí estaba en la agenda de previsiones el show de José María Aznar, Gabriel Rufián, Toni Cantó y Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados, el dream team de la política espectáculo; esa donde ni siquiera uno puede quedar vivo al final.

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