Stratford-upon-Avon: un viaje literario a los misterios del Shakespeare de Maggie O'Farrell

Estatua de William Shakespeare en Stratford-upon-Avon.

Laura Rodríguez Hernáiz

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Dicen las malas lenguas –y muchas de las biografías oficiales– que Shakespeare no se llevaba bien con su mujer. Que se vio obligado a casarse con ella, una campesina ocho años mayor que él, tras dejarla embarazada y por eso se mantuvieron separados durante parte de sus vidas. Que la muerte de su hijo de once años, convertida en un par de notas a pie de página en su vida, no le importó demasiado porque en el siglo XVI perder a un hijo era casi una costumbre.

Viajamos hasta el pueblo que le vio nacer, para recorrer los tres escenarios del Hamnet de Maggie O'Farrell. Una novela editada en España por Libros del Asteroide que aleja la imagen del dramaturgo de la del solitario mujeriego en Londres para crear una historia alternativa sobre la vida de un hombre del que poco se sabe a ciencia cierta.

La casa natal de Shakespeare

En las calles de esta pequeña ciudad al sur de Birmingham, todavía se aprecian cientos de fachadas con vigas de madera y tejados puntiagudos. Han pasado más de cuatrocientos años, pero el dramaturgo sigue presente en sus rincones. Cuando él nació, apenas mil personas habitaban esta ciudad-mercado, de las cuales doscientas morirían por una epidemia de peste: otro de los misterios en los que nos adentramos a lo largo de este viaje. La enfermedad no se menciona ni una vez a lo largo de su obra, algo que para O'Farrell podría significar que fue la causa de la muerte de su hijo.

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A escasos metros de la estatua, encontramos la casa natal de William Shakespeare. Un edificio de estilo Tudor en pleno centro, propio de una familia de clase media, que sería al mismo tiempo vivienda para la familia y negocio para el padre.

Sigue en pie gracias a que un grupo de escritores, alentados por Charles Dickens, decidieron hacer una colecta cuando un posible comprador amenazó con llevarse cada viga a los Estados Unidos. Nace entonces la Shakespeare Birthplace Trust para preservar la memoria del dramaturgo.

Nuestra visita comienza en el mismo punto en el que Maggie O'Farrell sitúa las primeras páginas de Hamnet: un pequeño anexo construido junto a la casa con sólo dos habitaciones, donde se cree que William y Anne (o Agnes) vivieron durante los primeros años de matrimonio. La premura tras quedarse embarazada –seis meses después nacería su primera hija– cuando él tenía dieciocho años y ningún oficio conocido, apuntan a que pudo ser la única opción de la pareja.

En la planta de abajo, una pequeña sala con chimenea y celosías ejercería de salón-cocina mientras la habitación superior sería el dormitorio de William, Anne y sus tres hijos. Al entrar, llama la atención que el espacio lleva el nombre de su hermana. 

Aunque los guías relatan que aquí vivieron Shakespeare y su mujer, y la hermana de Shakespeare no se casó hasta finales de 1590 –después de que Shakespeare comprase una mansión para su familia–, el paso de su hermana por el anexo es el único del que queda constancia. Lo que pasó anteriormente es otra de las incógnitas en la vida del dramaturgo.

Accedemos a la habitación de invitados, forrada con tejidos que ayudaban a guardar el calor. Allí, observamos “la mejor cama” que, por costumbre en la época isabelina, estaba reservada para los invitados. Sus acabados de madera y la calidad de sus telas la convierten en la pieza más cara de la casa. También el suelo de piedra –el único del piso inferior que conserva el original– es de gran calidad. 

Como hombre de renombre, el padre de Shakespeare debía mostrar aquí su poder económico.

La guantería de John Shakespeare

Este espacio funcionaba al mismo tiempo como taller y como tienda, con acceso privilegiado a una de las principales calles de la ciudad. Aunque ya no huele a los excrementos, huevo u orina que se usaban para procesar las pieles, podemos imaginar a los vecinos llamando a la ventana para comprar algunos guantes.

Aquí pasaría John Shakespeare gran parte de su tiempo. Comerciante de lana, guantero, catador de cervezas, alguacil, concejal y alcalde de Stratford son algunos de los trabajos que se le conocieron. Su mal carácter, presente desde las primeras páginas de Hamnet, es otra de las especulaciones que O'Farrell atribuye a su pérdida de estatus.

Una serie de multas –por comerciar ilegalmente con lana– derivarían en importantes problemas económicos a pesar de que la venta de guantes era entonces un negocio boyante. Los bordados y materiales de este complemento eran, en la Inglaterra de la época, el principal signo de estatus.

Más de setenta referencias a este oficio en la obra de Shakespeare parecen indicar que lo aprendió desde muy joven. Cuando preguntamos a los guías sobre la posibilidad de que William se marchase a Londres para ampliar el negocio de guantes de su padre, como aventura Maggie O'Farrell, escuchamos una de las frases que nos acompañarán en nuestro viaje.

“Hamnet es un trabajo de ficción. Una familia con esa condición económica no necesitaría mandar a su hijo fuera”, nos responden. Sin embargo, cuando Shakespeare se marchó a la capital (los llamados años perdidos de los que no queda registro, entre que en 1585 nacieran los gemelos y en 1592 comenzase a tener reputación en un teatro londinense) coincide con los problemas económicos del padre (1586-87). Un dinero que William volvería a restaurar dentro de su familia.

Justo encima de la guantería se situaba la habitación de las niñas: la única sin calefacción, ruidosa y maloliente. Nada que ver con la que Shakespeare debió compartir con sus hermanos. El color rojo de la cama que compartían se usaba para ahuyentar a los malos espíritus.

Anne Hathaway's Cottage

Apenas media hora de caminata a través de este bucólico camino nos lleva hasta la granja donde nació y vivió su mujer: Anne Hathaway's Cottage. Para O'Farrell, este camino sería el que recorrería el joven Shakespeare para enseñar latín a los hermanos de su futura mujer. 

Entonces sólo los niños recibían educación y William asistiría hasta los catorce años a la King's New School, un edificio que merece la pena visitar, donde aprendería latín, griego y poesía, además de tener su primer contacto con la dramaturgia. 

Allí, los niños de cuatro años se sentaban en un banco, los de cinco en el siguiente y así hasta los catorce años –edad en la que posiblemente Shakespeare dejó la escuela para ayudar en la guantería– transmitiendo el conocimiento de unos a otros y afianzándolo cuando, en el siguiente banco, fueran capaces de enseñar a sus discípulos. Unos estudios a los que William habría accedido gratuitamente por ser hijo de un cargo público.

Si bien la familia de Shakespeare se pudo permitir una casa en el centro de la ciudad, su mujer procedía de una familia de granjeros que se había mudado a una granja típica del condado de Warwickshire años antes de su nacimiento. Entonces la casa tenía sólo tres habitaciones, un sistema de calefacción central y treinta y cinco hectáreas de terreno.

Aquí crecería la protagonista de Hamnet rodeada de caballos, cerdos y gansos, pero también de plantas. Huérfana de madre desde pequeña, es más que probable que Agnes se ocupase de la huerta desde muy temprana edad al ser la primogénita.

En este entorno, O'Farrell la imagina conocedora de plantas medicinales, intuitiva, casi bruja, observadora, independiente, desacostumbrada a rendir cuentas.

“No se puede comparar con nadie a quien conozcas. Le da igual lo que piensen de ella. Siempre hace lo que quiere… cuando mira a alguien le ve hasta el fondo del alma. No hay ni una gota de hostilidad en ella. Se toma a las personas por lo que son, no por lo que deberían ser”, la describe en Hamnet.

La segunda mejor cama

“Apenas existen seis menciones sobre ella y se han escrito libros enteros”, apunta un nuevo guía. Terminamos el recorrido frente a la principal fuente de desacuerdo. La mala relación del matrimonio se atribuye a una mención en el testamento de Shakespeare, que dejó “su segunda mejor cama” a su mujer, algo que se ha interpretado como un gesto de desdén.

Frente a la que pudo haber sido esa “segunda mejor cama”, el guía nos explica que –como aprendimos en la casa natal, la mejor cama estaba destinada a los invitados– el legado habría sido el lecho conyugal en el que murió Shakespeare. Esto, sumado a que se trata de un añadido al tercio de la herencia por derecho, al apoyo de sus hijas y a que las camas eran la pieza más cara de la casa, podría haber significado un acto de amor y no de odio. A nuestro nuevo guía parece convencerle más la interpretación de Hamnet que a sus predecesores.

New place, la última mansión

A tres manzanas de la casa que le vio nacer, frente a su antigua escuela, el dinero del éxito londinense del escritor fue invertido en comprar la casa conocida como 'New place', una de las más grandes del pueblo. Fue adquirida en 1597, un año después del fallecimiento de su hijo, y en ella vivirían su mujer y sus dos hijas, aunque el dramaturgo también se retiraría allí en sus últimos años de vida. Otro de los motivos que apuntan a una buena relación del matrimonio.

Los dibujos de la época muestran tejados puntiagudos y estructuras que recuerdan a la casa natal del escritor. Recientes excavaciones arqueológicas han encontrado cáscaras de ostras, lechones y venado en el lugar en el que la familia Shakespeare habría arrojado la basura y, junto a las dependencias, una chimenea y un pozo subterráneo que funcionarían como horno y nevera.

De la casa nada queda en pie: fue demolida por su nuevo dueño. Parte de ese espacio lo ocupan hoy estos jardines, esculturas que repasan la obra del dramaturgo más famoso de todos los tiempos, y un edificio de ladrillo que alberga una exposición sobre las mujeres de su vida: su madre, su mujer y sus dos hijas.

Igual que Maggie O'Farrell, decidimos no acompañar a Shakespeare hasta la capilla de Stratford-upon-Avon donde descansan sus restos (la ya restaurada Holy Trinity), sino que preferimos quedarnos en el teatro. Uno de los tres de la ciudad donde la Royal Shakespeare Company mantiene vivos sus versos.

“Un trabajo de ficción”

Usar Hamnet como guía de viaje para este recorrido deja algo en evidencia: los datos sobre la vida personal del dramaturgo son escasos y sus biografías están tan repletas de especulaciones como la obra de la autora irlandesa que, sobre una exhaustiva documentación, imagina una versión plausible y diferente a la validada por decenas de biógrafos frente a la misma falta de evidencias.

Una historia alternativa en la que casarse con una mujer ocho años mayor no significa un matrimonio infeliz, en la que el duelo por la muerte de un hijo no entiende de épocas y en la que la vida familiar del autor habría inspirado muchas de las obras más famosas de la historia. Una mirada actual, al fin y al cabo, sobre un autor que ha pasado a la historia por no estar anclado en el tiempo.

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