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The Guardian en español

Diez formas para vivir una vida anticapitalista en un mundo capitalista

Colas en un centro comercial.

John Harris

Como dice el nuevo anuncio de Amazon: ¿lo sientes? En medio del mal tiempo y su oscuridad característica, diciembre es sinónimo de estampidas en centros comerciales, de un sinfín de clics en la red y del gran rugido de los camiones de reparto. O siendo reduccionista: capitalismo en su máxima expresión.

Aun así, esas cosas son claramente solo una parte de lo que somos, incluso en esta época del año. “Gran parte de cómo vivimos nuestra vida diaria –nuestras interacciones y compromisos con la vida familiar, amistades, vocaciones, pertenencia a organizaciones políticas, sociales y espirituales– es en esencia no capitalista o incluso anticapitalista. Nuestras vidas están llenas de cosas que hacemos gratis, por amor y por principios”, cuenta la activista estadounidense Rebecca Solnit en su libro Hope in the dark.

Hay un sinfín de formas mediante las cuales la gente rechaza los imperativos del dinero y el beneficio, así como miles de iniciativas y organizaciones que permiten hacerlo. Estas son algunos de los ejemplos de “cosas cotidianas que representan un estilo de vida no capitalista” propuestos por los lectores.

Practicar el 'freecycle' todo lo posible

Millones de personas ya conocen el funcionamiento básico del 'freecycling': cuando estás cubierto de cosas que no necesitas o no quieres, puedes contactar con alguien por internet para quien pueda darle un uso. Hasta 2009, el gran jugador en este ámbito era Freecycle Network, fundada en Arizona en 2003. Pero una disputa por una supuesta mala gestión y la represión contra iniciativas locales favorecieron el nacimiento de Freegle, en Reino Unido. Freegle tiene 2,5 millones de usuarios. Por citar algunas de las cosas ofrecidas de forma gratuita: camas, pianos, bicicletas... por no mencionar una “bolsa de maquillaje y artículos de aseo personal abiertos, pero todavía utilizables”.

La versión analógica del 'freecycle'

Chris Everitt vive en Berlin. “Hay un concepto alemán, Sperrmüll, para dejar objetos domésticos que no quieres en la calle”, cuenta. “La gente simplemente los coge, pero si siguen ahí al día siguiente, se recogen como basura. Tenemos un pequeño callejón cerca donde la gente deja cosas todo el tiempo: libros, muebles, ropa, cachivaches e incluso comida”, añade.

“Ya no compro ropa”

“Ya no compro ropa”, señala Clea Whitley, londinense de 33 años. “He pasado los últimos 11 meses aprendiendo cómo fabricarla. Tengo que comprar tantas telas naturales y orgánicas como sea posible (y solo de mercerías pequeñas e independientes), así como patrones de ropa, pero solo compro lo que necesito y con suerte no hay trabajo infantil, químicos tóxicos o crueldad animal”, cuenta Whitley.

No usar bancos

Kevin McCarron es funcionario. “He mantenido mi dinero fuera de los bancos desde mediados de los 80”, cuenta. “Solo meto mi dinero en cooperativas de ahorro y crédito”, añade. Esto puede suponer un estilo de vida oneroso en el que sea necesario retirar dinero en efectivo de cajeros, pero no. Muchas cooperativas de ahorro y crédito ofrecen un sistema de pago con tarjeta llamado Engage, que también funciona con Google Pay.

Deshacerse del gimnasio

Un graduado de 23 años en Sociología de Manchester escribe: “Una vez me apunté a un gimnasio. 27 euros al mes por respirar aire caliente mezclado con sudor, escuchar música pop excesivamente alta y alardear y promover del estilo de vida glamuroso e indulgente que proporciona el capitalismo. También me di cuenta que me sentía mucho más presionado por obtener un peso y una forma corporal ideal por las funciones de las máquinas, como el contador de calorías, el nivel de esfuerzo y la velocidad. Ahora disfruto corriendo por el parque, donde puedo disfrutar de un ambiente pacífico. No hay espejos para mostrarte tu buen o mal aspecto, no hay medidas de productividad. Solo ejercicio puro y natural que nuestros cuerpos saben cómo hacer sin una cinta de correr”.

Fabricar tu propia mantequilla untable

Una pequeña contribución, quizá, pero muy ingeniosa. Solo tienes que mezclar mantequilla con aceite, preferiblemente sin un sabor demasiado fuerte. “Es más fácil de untar y reduce la cantidad de mantequilla que utilizamos”, señala un lector anónimo. “Es una alternativa a la margarina en recipientes de plástico y a aquellos que utilizan aceite de palma. Aunque me preocupa el trato a las vacas, no contribuyo a la destrucción de las selvas de Borneo, que son el hábitat de orangutanes. Los orangutanes están en peligro, las vacas, no”.

Busca en internet y después visita la biblioteca

“Busca libros en Amazon, lee las reseñas y resérvalo online en la web de la biblioteca pública por un euro”, recomienda Kath, de Oxford. Obviamente, esto puede ser difícil si la austeridad ha afectado a tu servicio local de biblioteca, pero es una buena idea. Las bibliotecas, de hecho, aparecen en muchas de las respuestas de la gente. Sarah, una lectora de Auxtin, Texas, rinde homenaje a sus maravillas no capitalistas. “Las instituciones sociales y civiles como las bibliotecas son lo más cercano que tienen los estadounidenses a los palacios”, afirma. “Podemos andar entre riquezas e inspirados no por joyas, sino por ideas e historias”, añade.

Un teléfono justo

La fabricación de smartphones a menudo evoca condiciones laborales espantosas y materiales tóxicos. Por eso Fairphone, un invento holandés que utiliza Android como sistema operativo, ofrece un producto más ético que la mayoría de los teléfonos. Charles, un lector de 22 años de Londres, lo utiliza. “En mi opinión, la principal ventaja es la modularidad del teléfono”, cuenta. “Cada pieza individual se puede enviar para reparar o actualizar, algo que el resto de compañías desalientan con su obsolescencia programada”.

Compartir comida descartada

“Soy voluntario para Manchester FoodCycle”, cuenta Jo Harvey, de 42 años. “Una vez a la semana juntamos los alimentos excedentes de tiendas locales y supermercados y por la tarde hacemos una comida de tres platos gratis para todo aquel que se presente. Utilizamos de forma gratuita una cocina local y un salón, la comida la elaboran voluntarios y la comida es gratis, ya que en cualquier caso iba a ser tirada a la basura”, añade.

No conduzcas

“Nunca he conducido un coche y pretendo no hacerlo nunca”, cuenta Sara Gaynor. “En 1988, tras vivir en Copenhague, decidí que nunca formaría parte de la cultura del coche y de todo lo que le acompaña: petróleo, contaminación, atascos, mantenimiento del vehículo, combustible e industria publicitaria. Voy todos los días en bicicleta al trabajo. Hago la compra con la bicicleta. Y mis hijos han crecido viajando en bicicleta y en transporte público”. Gaynor también acude a los eventos de Masa Crítica: una idea que nació a principios de los 90 en San Francisco y que consiste en grandes concentraciones de ciclistas que reivindican temporalmente las calles, normalmente el último viernes de cada mes.

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