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The Guardian en español

Corea del Sur prohíbe el regreso de los norcoreanos que huyeron años atrás y ahora quieren volver a su país

Policías surcoreanos en el puesto fronterizo del puente Tongil cerca de la Zona Desmilitarizada en Paju (Corea del Sur).

Benjamin Haas

Seúl —

Desde el momento en que Kim Ryon-hui pisó Seúl, ha tenido un único objetivo que ha definido cada momento de su vida: regresar a su hogar en Corea del Norte.

Es un anhelo extraño entre los casi 30.000 desertores norcoreanos que viven en Corea del Sur, de los cuales muchos han arriesgado su vida para escapar de la pobreza, el hambre y la opresión política. El deseo de Kim de regresar la ha convertido en una heroína en Corea del Norte, donde los funcionarios reclaman su regreso, mientras que en el Sur el Gobierno sospecha de ella y se ha negado a concederle un pasaporte porque temen que puede intentar llegar a Corea del Norte desde China.

Hace siete años que Kim intenta regresar a Pyongyang donde viven su hija y su marido: ha hecho protestas, ha dado discursos y ha presentado peticiones a las Naciones Unidas afirmando que está atrapada y que es una extraña en tierra extranjera.

Kim Ryon-hui espera que la cumbre entre el líder norcoreano Kim Jong-un y el presidente de Corea del Sur Moon Jae-in haga realidad su sueño de regresar a Pyongyang. Funcionarios norcoreanos han pedido en numerosas ocasiones que a Kim se le permita regresar y han dicho que es un condición previa para cualquier posibilidad de reunificar las familias divididas por la Guerra de Corea de 1950-53.

“Para que se pueda negociar la reunificación de las familias divididas durante la cumbre intercoreana, yo tengo que poder regresar”, señala Kim. “Confío en que este año podré regresar con mi familia”.

“Siento que es una cuestión de vida o muerte, pero tengo esperanzas”, añade. “No sé cómo lo he hecho los últimos siete años. Si me dijeran que tengo que esperar más tiempo, no sé si podría hacerlo”.

Ciudadanos de segunda categoría

La odisea de Kim comenzó cuando viajó a China a hacerse un tratamiento médico en 2011 y se escandalizó al saber que el país vecino comunista no ofrece sanidad pública gratuita. Comenzó a trabajar para pagar las facturas, cuando un traficante de personas que lleva norcoreanos a Corea del Sur le convenció de que podría ganar más dinero allí y volver pasados unos meses.

Pero cuando llegó a Corea del Sur no tardó en darse cuenta de que era solamente un billete de ida. Como todos los desertores norcoreanos, fue interrogada por agentes del Servicio Nacional de Inteligencia y tuvo que firmar una declaración en la que rechazaba cualquier apoyo al Norte. Automáticamente se convirtió en ciudadana de Corea del Sur, y ya no podía visitar el Norte sin aprobación del Gobierno.

Kim pensaba sacar el pasaporte y regresar, pero las autoridades se lo denegaron cuando supieron que su destino era Pyongyang.

Entonces, Kim intentó falsificar el pasaporte, pero le descubrieron y fue condenada a dos años de prisión. Cumplió 10 meses de la condena antes de ser liberada en 2015. Desde que recuperó la libertad, ha viajado por Corea del Sur para dar conferencias en las que expresa su deseo de regresar a su país.

En numerosas ocasiones le han preguntado por qué quiere regresar si la vida es mucho más cómoda en el Sur. “No importa cuánto dinero tengas. Si no puedes compartirlo con tu familia, no significa nada”, afirma. Otras personas le han aconsejado que intente lograr que su familia escape de Corea del Norte y se reúna con ella en Seúl.

“El vivir aquí durante siete años me ha enseñado lo que es la vida de un desertor norcoreano”, asegura. “Los desertores norcoreanos siempre seremos extraños en este país, siempre seremos ciudadanos de segunda categoría. Yo nunca querría que mi hija viviera así. Los desertores norcoreanos son tratados como la ceniza de los cigarrillos que se arroja en las calles”.

La mitad de los norcoreanos que vive en el Sur asegura haber sufrido discriminación por parte de empleadores, colegas e incluso extraños en la calle.

Kim creció en Pyongyang, trabajaba como costurera y vivía cómodamente para los estándares norcoreanos. Su marido era un cirujano militar, un empleo codiciado en una sociedad como la del Norte.

Ahora Kim vive en Seúl en una casa en ruinas llena de gente que quiere regresar a Corea del Norte, la mayoría ancianos veteranos de guerra que han estado en el Sur desde el fin de la Guerra de Corea. Son personas que quieren morir en el país donde nacieron, pero aquel país natal ahora es sólo un borroso recuerdo.

Kim conoce personalmente a siete desertores que quieren regresar, pero dice que hay muchos más de los que se conocen. En febrero, una mujer fue arrestada por violar la Ley de Seguridad Nacional de Corea del Sur que prohíbe ayudar a Corea del Norte, por enviar 130 toneladas de arroz a funcionarios del gobierno de Pyongyang antes de regresar a su país.

“Los echo de menos todo el tiempo”

Pero Kim está convencida de que su odisea está llegando a su fin. Cuando hace poco habló con Kwon Chol-nam, otro desertor que ha expresado públicamente su deseo de regresar al Norte, su voz se llenó de esperanza al decirle: “El mes que viene nos vamos a casa”.

Kwon viajó a Corea del Sur voluntariamente para ganar dinero y pagar el tratamiento médico de su hijo tras ser convencido por un traficante de personas. Desde el momento en que llegó, tuvo dificultades económicas, primero con el traficante y luego con su empleador.

Desde entonces se ha arrepentido de su decisión de viajar al Sur. Dice que es discriminado constantemente, hasta el punto de que dejaron de pagarle por su trabajo.

Llamó a la policía para intentar cobrar su dinero y durante una acalorada discusión con su jefe, lo empujó y acabó arrestado. Sentado en la comisaría, Kwon decidió que quería regresar a Corea del Norte. Desde ese momento, “mi voluntad de regresar al Norte no ha cambiado nunca” afirma.

“El dinero es importante para vivir, pero lo más importante es ser tratado como un ser humano. En el Norte nunca nadie me trató de esta manera”, cuenta. “Cuando llegué a Corea del Sur, me dijeron que me tratarían de forma igualitaria, pero era mentira”, añade.

Abatido y desconsolado, Kwon intentó regresar a Corea del Norte, pero lo atraparon y pasó varios meses en la cárcel. Desde entonces, ha protestado solo en el centro de Seúl en un intento por hacer público su caso.

Ahora vive solo en un pequeño piso en las afueras de Seúl, donde lucha por pagar el alquiler de 170 euros. Dice que la mayoría de los desertores norcoreanos que conocía ya no le hablan por miedo a atraer la atención del Servicio Nacional de Inteligencia.

“Realmente echo de menos a mi familia. Incluso ayer soñé con ellos”, señala. “Los echo de menos cada momento que paso aquí en Corea del Sur”.

Traducido por Lucía Balducci

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