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The Guardian en español

EN PRIMERA PERSONA

El relato de la primera persona que se sentó a protestar junto a Greta Thunberg: “A veces estábamos solo ella y yo”

Benjamin Wagner junto a Greta Thunberg en agosto de 2018. (Mårten Thorslund)

Benjamin Wagner

Me enteré de la foto que Greta Thunberg había subido el 20 de agosto de 2018 a Instagram cuando alguien la republicó en Facebook. Llevaba sus medias de leopardo y tenía esa hoja de la que tanto se ha hablado después (la que está debajo de la piedra), con los motivos para faltar al colegio: “Está claro, los niños no hacemos lo que ustedes nos dicen que hagamos. Hacemos lo que ustedes hacen. Y como ustedes, adultos, se están cagando en mi futuro, yo también lo hago”.

Era un texto cabreado, acusador y moralista, sin ninguna sombra de disculpas. Me gustaba esa actitud. Ese verano yo había estado diciéndole cosas parecidas a mis amigos, despotricando porque nadie hacía nada. Veía hipocresía y falta de sinceridad en todos los niveles, desde las personas que me rodeaban hasta las instituciones y los políticos.

Me daba la impresión de que mis amigos estaban incómodos, avergonzados, y era genial ver a alguien hablando de una manera tan directa. Yo había estado sintiéndome tenso y culpable por no hacer nada, así que decidí ir al edificio del Parlamento para ver qué estaba pasando con Greta y para apoyar su denuncia.

La protesta de Greta comenzó ese día, el 20 de agosto de 2018, y yo estuve con ella todos los días desde el 21, cuando también se unió Rolf Sauer, un colegial de 12 años. Hasta el penúltimo día, tres semanas después, estuve hablando con la gente que pasaba por la calle sobre los temas que queríamos abordar. En ese momento yo estaba empleado como profesor suplente, pero no tuve problemas en el trabajo –tampoco me pagaron, por supuesto.

Greta no era tan intimidante como había pensado yo a partir de su hoja con los motivos. Ella y yo hablábamos casi siempre de temas relacionados con la crisis climática. Me impresionó: daba la bienvenida a todo el mundo y animaba a la gente a que se uniera. Como hemos visto desde entonces, su retórica era maravillosa.

En aquellos primeros días, un hombre de mediana edad y traje se detuvo y nos miró. Yo me preparaba para responder con un comentario sarcástico porque otras personas parecidas a él ya habían sido groseras con nosotros. Algunos transeúntes eran agresivos, le decían estúpida a Greta y le gritaban “¡Vuelve al colegio!”. Pero lo que nos dijo este hombre fue que no podía entender cómo era posible que no hubiera más protestas así. Tras una larga conversación me dio su tarjeta y vi que era un alto cargo del Gobierno.

Que me viera tanta gente fue algo nuevo para mí, no tengo un historial de activismo, y en varias ocasiones tuve ganas de rendirme. Aquello no era cómodo, a veces llovía o hacía frío, y tenía la sensación de que mis amigos consideraban ridículo lo que hacía. Algunos días sólo éramos Greta y yo, pero a medida que pasaba el tiempo, más gente se unía a la protesta.

Después de tres semanas de protestas, y pasadas las elecciones del 9 de septiembre, Greta redujo la protesta a los viernes. Era un proyecto a largo plazo y no todos podían hacer una huelga diaria. Cuando nuestra protesta terminó dejé de seguir a Greta por un tiempo. En verdad, traté de no pensar en la crisis climática. Hasta que empecé a verlo en todos los periódicos. Incluso mi madre hablaba del tema.

En octubre de 2018, me mudé de Estocolmo a Gotemburgo para estudiar Bellas Artes y en septiembre de 2019, tomé partido en acciones directas contra una nueva infraestructura de gas natural bloqueando el acceso de camiones al puerto. La empresa, Swedegas, había invertido mucho dinero y ya tenía el permiso de construcción pero el Gobierno sueco detuvo el proyecto en octubre. Una vez más, se demostró que el activismo sí sirve para algo.

Traducido por Francisco de Zárate

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