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'La Luna', la feminista republicana ejecutada por Franco como castigo para todas las mujeres

Rosario Peña Luna (84 años), hija de Carmen Luna, ante el retrato de sus padres. |

Juan Miguel Baquero

“Mi madre era una rebelde, pero no para matarla”. Así arranca Dalia Romero Luna a hablar de Carmen Luna. Una mujer que además de ser su madre fue una de las muchas que representaban el naciente feminismo republicano con el que el golpe de Estado perpetrado por las tropas franquistas en 1936 quiso acabar. Una de las que buscaron torcer el curso patriarcal de la historia y acabaron encontrándose con la represión y el castigo y el sumisa y devota de Franco.

“Mi madre quería la libertad para la mujer”, cuenta Dalia, una “viejita” que ya ha cumplido un siglo de vida y atiende la llamada de eldiario.es desde su casa en Mallemort, un pueblo cercano a Marsella. Allí acabó exiliada. “A mí no me mataron porque me escapé a zona republicana”, dice. Dalia tenía 18 años en 1936, el año en que empezó la guerra y en el que los rebeldes ejecutaron a su madre como castigo ejemplarizante.

La República quiso transformar el país y cambiar el discurso social. También para las mujeres, que rompieron los rancios esquemas que precedían al nuevo modelo y quisieron empezar a escribir ellas mismas su propia historia. Sin embargo, el golpe de Estado contra la democracia frenó el cambio de paradigma y devolvió a las mujeres al hogar y a la tradición.

El franquismo acabó imponiendo una doble venganza sobre la mujer. Era el escarmiento adoctrinador para aquellas que transgredieron los límites de lo que la dictadura había pensado para ellas. Una represión de género que dominó a través de ejecuciones, cárcel, torturas, violaciones, rapados y aceite de ricino o por medio del destierro interior que condenó a las mujeres señaladas como rojas.

La cultura como herramienta

La Luna –así era conocida entonces Carmen– quería “que el pueblo tuviera la cultura y la educación como una herramienta, que supiera defenderse y no agachara la cabeza para todo”. Era “rebelde”, asume Dalia, con causa: “para denunciar las injusticias y defender los derechos”. Quería que hubiera “escuelas, instrucción y trabajo” en vez de “tanta miseria terrible”.

Por eso los franquistas mataron a la Luna, para atemorizar y dejar claro el camino del silencio y la obediencia. Porque la subordinación de la mujer no entraba en su diccionario. El relato de terror ocurrió en Utrera (Sevilla), donde Dalia tiene todavía viva a una de sus hermanas, Rosario Peña Luna (84 años), hija del segundo matrimonio de Carmen Luna.

“Lo recuerdo todo”, confiesa Dalia con un asimétrico acento francés y andaluz. “Mi madre vendía en la plaza del pueblo y tenía mucho contacto con la gente, les ayudaba y aconsejaba para que no se callaran, para que protestaran y reclamaran lo que era suyo”, sostiene. “Los fascistas la vigilaban (sobre todo en los meses previos a la sublevación armada) y por estas razones la cogieron y la asesinaron”, culmina.

“Lo recuerdo todo”, repite. Fue hace 82 años. “Ella no hizo nada malo a nadie”, asegura. Dalia tiene ahora “100 años y cinco meses”, precisa. “La tengo presente, siempre, y todos los días me acuerdo de ella y de lo que le hicieron”, dice recordando a su madre.

El patriarcado nacionalcatólico

La memoria histórica de la mujer española del siglo XX osciló entre la ruptura con el patriarcado y el concepto nacionalcatólico del franquismo; entre la libertad y las ataduras. De los cambios sociales, culturales y políticos que la República puso encima de la mesa a la consigna machista que resume la dictadura de Franco: “el niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”.

“Hacíamos teatro para que la gente aprendiera, para que leyeran y se preocuparan por sus cosas”, narra Dalia. Animada por su madre, pertenecía a una compañía llamada Pan de piedra y estaba afiliada al sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT). “Los compañeros iban al campo de noche para dar lecciones y yo misma sabía leer y escribir porque había aprendido sola en mi casa”, cerca del influjo feminista de su madre.

“En aquella época había una propaganda terrible y el pueblo estaba muy animado”, dice, “pero no para matar, eso lo hicieron ellos (los fascistas), sino para salir adelante”. Los golpistas acabaron acusando a Dalia. “Eso de que fui a matar es mentira, las juventudes de Utrera no matamos a nadie”, asegura. En el pueblo, sin embargo, los golpistas acabaron ejecutando a 424 personas.

“Y a tantísimas mujeres y compañeras que asesinaron, hasta niñas de 15 años”, continúa, “no solamente confederadas, republicanas o socialistas, de todas clases, y metieron a muchas en prisión”. Todas las que osaron enfrentar los ideales tradicionales.

De ahí el castigo ejemplar. “La mataron en la puerta del cementerio por la mañana y la dejaron allí hasta por la noche”. Era la pedagogía del terror usada por los franquistas como estrategia atemorizante. Un plan ejercido con especial saña sobre el cuerpo de la mujer.

“A mi madre la metieron presa, un mes, y la sacaban y le decían ‘vamos a darle el paseo’, a saber todo lo que le harían allí dentro”, cuenta Dalia. “La quitaron de en medio bien pronto”, lamenta. “Estaba todo el mundo aterrado”. No como antes, apunta, cuando la República trajo “todas las libertades”. Cuando los hijos de la Luna jugaban en su pueblo: “Un día nos cambiamos los nombres y cuando volvió del campo se lo dijimos y se echó a reír”. Y se quedaron con los nuevos. Ella sigue llamándose Dalia. “Y a la más pequeñita le pusimos Libertad”.

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