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La ayuda discreta del tendero en el mercado: “No voy a consentir que un cliente pase hambre”

Rafael García, comerciante en una pollería del mercado del barrio madrileño de Campamento.

Gabriela Sánchez

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Los pasillos dibujados entre puesto y puesto del mercado de Campamento, un barrio del sur de Madrid, no se despejan ni un momento. Muchos clientes, protegidos con mascarillas, esperan su turno conservando el metro y medio de distancia, saludan al vendedor por su nombre, le indican que les prepare el producto “como siempre”.

Rafael García, el pollero, corta varias piezas mientras piensa en uno de tantos vecinos que ha dejado de venir. Uno de los asiduos, de esos que no suelen fallar. A los que no hacía falta preguntar el grosor aproximado de los filetes y ya imaginaba de antemano las cantidades de su compra semanal. De los que tienen suficiente confianza para contar algunas de sus circunstancias personales, pero no tanta como para pedir ayuda. “Me acuerdo de un cliente habitual, que viene todo el año, ahora está necesitado, pero no viene por vergüenza”, explica García, propietario de la pollería de la Galería de la Alimentación de Campamento.

Al inicio del estado de alarma, muchos vendedores de mercados de abastos repartían pedidos de manera gratuita a sus clientes de riesgo. Lo hacían para adaptarse a las nuevas circunstancias ligadas a la crisis sanitaria y evitar mayores pérdidas, pero también para apoyar a sus vecinos. A medida que han pasado las semanas, la proximidad ligada al comercio tradicional les ha permitido identificar situaciones de necesidad entre sus clientes.

En distintos mercados de España, propietarios de puestos de alimentos están colaborando a través distintas vías, ya sea de manera individual o de forma organizada, en la donación de comida a aquellas familias afectadas por la emergencia social provocada por la COVID-19. En la Boquería de Barcelona, no hay día en que sus vendedores no dejen una parte de sus productos en las oficinas de la asociación de comerciantes para ser entregada a las organizaciones del barrio del Raval.

En la Comunidad Valenciana, la Asociación de Mercados Municipales asegura que, aunque están sufriendo grandes pérdidas ligadas al brote, está siendo habitual la solidaridad con clientes asiduos: “El otro día, me contaban que le han despedido y el jefe no ha tramitado el subsidio y está desde marzo sin cobrar. Si yo sé eso, le doy un kilo de pollo o de alas...”, cuenta por teléfono José Pérez Acebedo, presidente del colectivo.

Dejar los productos a precio de coste

“Ahora es momento de ayudarnos y ya está”, sentencia García, el pollero del mercado madrileño de Campamento, donde han dado un paso más, y se han unido de manera oficial a una iniciativa de reparto de alimentos creada por la asociación de vecinos del barrio. Juntos, han ideado un sistema propio de distribución de productos frescos, por el que las familias afectadas por la crisis pueden hacer sus propios pedidos por valor de ocho euros por cada miembro. Para financiarlo, los vendedores han acordado con el colectivo dejar los productos a precio de coste o por debajo de este. Del resto se hace cargo la asociación, a través de donaciones recibidas por parte de vecinos y la Fundación La Caixa.

En el local que han habilitado para este fin en el interior del mercado, el presidente de la asociación de vecinos de Campamento coordina el reparto de alimentos durante varios días a la semana. “La idea es dignificar la ayuda. Ellos pueden elegir los productos que se llevan. Los vecinos que tienen necesidad, después de haber registrado sus datos y haber tenido una breve entrevista con nosotros, hacen su pedido hasta llegar al tope establecido en función de la familia”, explica. “La colaboración de los comerciantes y la relación que tienen con los vecinos es fundamental”, apunta el líder del colectivo, quien compagina esta tarea social con su trabajo como cámara de televisión.

“Hace una semana, un cliente, de toda la vida, que lleva más de 30 años, me contaba que se han quedado sin trabajo él y su mujer. Llevan sin cobrar dos tres meses, tienen que pagar el alquiler y me decía: no tengo que comer”, describe García detrás de una larga hilera de pollos. “Pues yo le digo: lo que te haga falta. Mañana, pasado, al siguiente. Lo que haga falta”, sostiene el vendedor, quien lleva años colaborando con Cáritas.

“Si hay alguien que sé que anda floja, no le cobro”

Después de recoger varias bolsas de comida en el local de la asociación, una vecina espera su turno en la frutería. Octavio la saluda y, después de alguna broma, le pregunta por sus hijos. Ella le pide un brócoli, para complementar la ayuda alimentaria recibida. Él no se lo cobra. “Con la comida vamos tirando. Él, por ejemplo, que siempre está ayudando”, dice la señora antes despedirse. “Cuando hay que ayudar, se ayuda. Si hay alguien que sé que lo necesita, me hace la compra, sé que anda floja, le hago un descuento o, a veces, no le cobro”, cuenta el frutero unas horas después.

“Yo lo que no voy a consentir es que un cliente pase hambre. Estamos en España. Afortunadamente, mal o bien, podemos comer”, apunta el vendedor, detrás del mostrador repleto de fruta y verdura: “A mí no me cuesta nada coger una bolsa y echare tres manzanas, tres naranjas y tres peras, no se me van a caer los anillos”.

El comerciante asegura que, a pesar de la crisis, han mantenido los niveles de venta. “Vemos a más gente joven, caras nuevas, que antes compraban los fines de semana en grandes superficies y, ahora, vienen al mercado evitando grandes colas”, sostiene.

Desde otros mercados, los comerciantes sí se están viendo afectados por las restricciones ligadas al estado de alarma, especialmente aquellos negocios con ventas importantes a establecimientos hosteleros o que dependían del turismo. Es el caso de La Boquería, en Barcelona. Según la asociación de sus comerciantes, el hecho de estar situado en un barrio plagado de apartamentos turísticos unido al cierre de restaurantes está provocando una disminución de sus ingresos. “Igualmente, se está notando mucho que los vendedores quieren ayudar. Traen productos o nos preguntan a donde pueden llevar productos”, señala por teléfono Óscar Ubide, gerente del colectivo, quien se acuerda de un comerciante concreto con varios negocios en la zona. “Cuando va al mercado central a hacer su pedido, siempre carga una furgoneta entera y la lleva al banco de alimentos. Él no quiere decir quién es, pero está ayudando mucho”, detalla.

En la Comunidad Valenciana, el presidente de la Asociación de Comerciantes de Mercados Municipales responde con enfadado ante la “poca ayuda” que, a su juicio, les están prestando los ayuntamientos de la región. “Aquí nos cogió en Valencia con todo preparado para los 15 días de las Fallas. Muchos restaurantes se lo han tenido que comer, se han arruinado totalmente. Si conoces casos, es normal ayudar”, indica Pérez Acebedo, quien también ha percibido la vergüenza para pedir ayuda entre clientes habituales.

En el mercado madrileño de Campamento, tratan de sortear ese apuro anterior a la solicitud de apoyo. “A muchos les da cosa decir: oye, que no puedo pagar. Y entonces no vienen. Cuando lo sospechamos, a través de Andrés -presidente de la asociación de vecinos-, llamamos. 'Oye, hay algún problema, ¿pasa algo?', les preguntamos. Esta semana, una familia que tendría que haber recibido un pedido de ayuda se echó para atrás. ”Al marido le daba vergüenza que les viesen, son unos comerciantes del barrio... Si hace falta, se lo llevamos a casa y ya está“, resuelve Rafael García.

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