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Opinión - Noticias que no interesan. Por Esther Palomera

Cuenta atrás para evitar las cuartas elecciones generales en cuatro años: solo Sánchez e Iglesias pueden hacerlo

Abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la moción de censura contra Mariano Rajoy.

José Precedo

El juego del gallina, la ruleta rusa, dos coches hacia el precipicio como en la escena de Rebelde sin Causa... El periodismo es pródigo en metáforas cuando no tiene gran cosa que contar. Desde el 28 de abril en que el PSOE dio el vuelco electoral y celebró sus 123 diputados –una proeza en la era de los nuevos partidos, agrandada por el descalabro del PP, pero que en todo caso lo deja lejos de la mayoría absoluta– apenas ha sucedido nada: cuatro reuniones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, dos de ellas fuera de agenda y todas sin avances, salvo una frase de consenso que ni siquiera significa lo mismo para ambos, “Gobierno de cooperación”.

Y poco más... Si acaso, la escenificación del presidente en funciones y candidato a la reelección, que recibió en Moncloa en varias tandas a los líderes del resto de las principales formaciones políticas. A todas, menos a Vox. De la última, Albert Rivera se descolgó alegando que ya no tiene más que hablar con Sánchez.

Por el medio hubo una triple cita electoral –municipales, autonómicas y europeas– que ganó el PSOE y hundió a Podemos y sus confluencias en los territorios. Y sobre todo, guerra psicológica, una larga guerra psicológica que se ha estirado durante ocho semanas, sin que de momento haya logrado ablandar a ningún partido.

Del PSOE a Podemos, amenazando con nuevas elecciones y supuestos sondeos letales para la izquierda rupturista. Lo dijo el pasado viernes la ministra portavoz, Isabel Celáa con una frase admonitoria: “No queremos ir a elecciones a pesar de lo que dicen las encuestas”. Guerra psicológica de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, para recordar que o Unidas Podemos entra en el Gobierno o nada y que quien más tiene que perder en otros comicios es el que ahora duerme en La Moncloa... y dentro de unos meses ya veremos. Del PP hacia Ciudadanos, al que Pablo Casado invita a abstenerse porque “ya pactó una vez con los socialistas” y para que que el Gobierno no dependa de “populismos y enemigos de España”. Y si creemos al partido de Albert Rivera, guerra psicológica de los poderes fácticos hacia Ciudadanos para que consienta hacer presidente a Sánchez.

Porque en el desierto informativo que han sido los últimos dos meses, la única noticia pasó inadvertida en medio de un desmentido del departamento de comunicación de Ciudadanos. Para negar que la invitación de Rivera lanzada hace una semana en un acto público el pasado viernes “a fundar un partido” fuese un recado a dirigentes críticos como Toni Roldán o Javier Nart –que habían abandonado la dirección entre duros reproches– el equipo de prensa de Rivera escribió a los periodistas: “Lo de que se formen un partido iba por patronal, sindicatos o bancos que le dicen lo que tiene que hacer”.

Ciudadanos estaba acusando a la banca y a la gran empresa de presionar a un partido para que se abstenga en la investidura de Sánchez y lo hacía alguien tan poco sospechoso de enemigo de esos sectores como el equipo de Rivera, pero el asunto pasó desapercibido en medio del ruido general.

Comunicadores poco partidarios de Sánchez como Federico Jiménez Losantos también empujan hacia la abstención de las derechas y El Mundo, erigido en principal azote del PSOE, publica sondeos según los cuales siete de cada diez votantes de Rivera quieren que facilite la investidura y uno de cada cinco ya se ha arrepentido de votarlo.

Tanta estrategia de la fontanería de los partidos y –a tenor de los lamentos de Ciudadanos– también de algunos pilares del establishment, ha sido vana. Dos meses después de los comicios, no hay presidente a la vista y las fuentes consultadas admiten que el verdadero partido empieza ahora.

Sánchez ha logrado hasta ahora un único apoyo, el del diputado del partido de Revilla en Cantabria. Suma 124 escaños, lejos de los 176 que requiere la primera votación, fijada ya para el 23 de julio, pero también, de tener más síes que noes en la segunda, que se celebrará el 25, antes de que empiece a correr el calendario hacia la repetición electoral. El marcador está ahora en 151 votos negativos: 66 del PP, 57 de Ciudadanos, 24 de Vox, 2 de Navarra Suma y 2 de Coalición Canaria, frente a 124 escaños que avalan a Sánchez.

La vista puesta en las “últimas 48 horas”

El socialista, que hizo carrera a cuenta del “no es no” a Rajoy, ha llegado a pedir la abstención de PP y Ciudadanos mientras denominaba “socio preferente” a Unidas Podemos, pero su equipo sabe que la única ecuación posible es con el partido de Pablo Iglesias.

“La investiduras se empiezan a negociar en las últimas 48 horas”, aseguraba hace unas semanas en privado una persona en el círculo de confianza de Sánchez. El candidato a la reelección, que estas semanas ha rechazado de plano la posibilidad de un gobierno de coalición con ministerios para Podemos bajo la premisa de que ambos partidos ni siquiera suman, confía en la persuasión de las encuestas que tiene a su favor y en que la activación de la cuenta atrás haga su trabajo. “Necesitamos un gobierno en julio, no en agosto ni en septiembre”, dijo el presidente en funciones en la cumbre del G-20 en Osaka.

Los cálculos en Moncloa no solo prevén que los socialistas podrán aumentar sus apoyos en unas elecciones que, si nada cambia, ya tienen fecha –el 10 de noviembre– a costa de la coalición de Iglesias y de Garzón; también contemplan una previsible recuperación de Casado y el PP que en todo caso dejaría a las derechas lejos de la mayoría absoluta si se vuelve a votar dentro de cuatro meses.

En Unidas Podemos, Pablo Iglesias repite que la condición para apoyar a Sánchez es tener carteras en el futuro Gobierno y poder fiscalizar el pacto programático desde el Consejo de Ministros. El mensaje es coherente con lo que el líder de Podemos prometió en campaña y con su minuto de oro en el debate de Televisión Española en el que pidió el voto a los que piensan que la política no sirve para nada: “Si después de un Gobierno de cuatro años no hemos conseguido cambiar nada, no nos voten nunca más”.

Entonces Iglesias no sabía que iba a perder 1,5 millones de votos y 29 diputados en las generales y casi 900.000 más en las autonómicas. Así que su estrategia pasa hoy por convertir esos escaños en poder gestionar por primera vez presupuesto público. “Iglesias está herido y a alguien herido hay que darle una salida”, dice una persona que está al tanto de las resistencias en el PSOE de compartir gobierno con Unidas Podemos y que considera “poco serio” ofrecer secretarías de Estado a un partido a cambio de sus 42 diputados.

Mientras todas estas cábalas se dan en la trastienda de los partidos que amagan con otras elecciones, ahí fuera esperan una larga lista de reformas de las que casi nadie se ha acordado estos últimos dos meses, pero que estaban en los programas electorales: acabar con la reforma laboral del PP, con la ley mordaza y con la regla de gasto que atenaza a los ayuntamientos; aprobar un abanico de leyes sociales que no han visto la luz en el año largo que ha pasado desde que Mariano Rajoy fue desalojado en la primera moción de censura de la democracia que tumba a un presidente.

Rajoy es historia y ya solo aparece en fotos veraniegas de su nueva vida de registrador de la propiedad, pero sus Presupuestos continúan y eso lo condiciona todo: hasta las transferencias a las Comunidades Autonómas, que esperaban ingresar 5.000 millones de euros más derivados del aumento de la recaudación por el crecimiento de la economía. Porque sin Gobierno ni Presupuestos, España sigue a la cabeza del crecimiento en la zona euro, pero la ausencia de negociaciones inquieta a los sindicatos, que abogan por un gobierno de izquierdas en el que Unidas Podemos tenga peso aunque no se mojan con la fórmula, y también a la patronal.

Y no solo esos empresarios que reniegan de un gobierno de izquierdas que pueda tocar la política económica o los impuestos, empieza a haber prisa en otros sectores.

Lo reconocía la semana pasada el presidente de una empresa pública: en las reuniones de la SEPI cunde la desazón incluso entre los directivos afines al PSOE: muchos tienen pendientes planes para jubilar personal o inversiones extraordinarias, y todo está parado a la falta de que haya Gobierno y Presupuestos.

Diferentes colectivos esperan rebajas del IVA para productos especiales, ya no digamos las grandes reformas –RTVE, Consejo General del Poder Judicial, Pacto de Toledo– que requieren del consenso de los grandes partidos. Todo está a la espera de que haya un Gobierno. Quedan 20 días para la primera investidura. Si de esa votación Sánchez no sale presidente, habrá una prórroga de dos meses hasta que se disuelvan automáticamente las Cortes y se convoquen las elecciones. Y a partir de entonces, 47 días más hasta que España vote de nuevo el domingo 10 de noviembre. Por cuarta vez desde 2015. Si Sánchez o Iglesias no le ponen antes remedio.

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