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Piedra o tijera: Podemos ya no será el mismo

Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Irene Montero, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y otros líderes de Podemos celebran los resultados el 20 de diciembre.

Andrés Gil

La maquinaria electoral tiene fecha de caducidad. El tándem formado por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se está fracturando en Madrid y se está convirtiendo en una centrifugadora en el resto del Estado. Porque en realidad lo que está en juego no es sólo quién se hace con el Consejo Ciudadano autonómico de Madrid. Sino quién se hace con la hegemonía en Podemos, porque esa hegemonía está en disputa.

¿Por qué se disputa la hegemonía en un partido? “Muchas veces se instrumentalizan posiciones políticas para dar una batalla orgánica”, comenta a menudo un dirigente. Es decir, que a veces se defienden ciertas posiciones –primarias, confluencia, federalidad, descentralización, organicidad, amabilidad, firmeza, tono– más por situar al rival enfrente que por tener unas convicciones inquebrantables sobre ellas.

En todo caso, existen múltiples factores para alinearse y realinearse, y en cada protagonista habrá operado el suyo. Y a veces tiene hasta traslación estética o gestual: con chaqueta o sin chaqueta; con el puño o la V de victoria, con la piedra o la tijera; Bruce Springsteen o Coldplay; los hípsters o los Chikos del Maíz; con hilo rojo o sin hilo rojo; de Vallecas o Pozuelo...

Las posiciones políticas se cruzan y entrecruzan entre sí, y también tienen que ver con cómo ha de relacionarse Podemos con su entorno –confluencia vs. partido único; Unidos Podemos, las confluencias, los sindicatos, los movimientos sociales, la sociedad civil–; cómo ha de comportarse con el PSOE –sorpasso o sustitución, investidura de mínimos, investidura sin mínimos o Gobierno de coalición– ; cómo ha de ser su discurso –populismo vs. narrativa de izquierdas; posmoderno o con hilo rojo de la historia; amable o impugnador; frío o épico–; cómo interactuar con el palacio institucional, la Cultura de la Transición –CT–, la calle y el régimen mismo –reforma/izquierda régimen vs. ruptura–; cómo ha de ser la estructura del partido –más o menos vertical, más o menos federal, más o menos jerárquico, más o menos orgánico–; y cómo se aplica la transversalidad.

Los integrantes de Podemos se han ido ubicando en cada uno de estos ejes en los últimos dos años, si bien en los últimos meses la polarización, y hasta simplificación, se ha acentuado, como evidencia la batalla de Madrid entre los proyectos de Rita Maestre y Tania Sánchez –con buena parte de la extinta Convocatoria por Madrid; algún rostro tradicionalmente más cercano a Iglesias, como el diputado Miguel Vila o su responsable de Redes y diputado autonómico, Eduardo Fernández Rubiño; y los que dimitieron en marzo del órgano autonómico en una crisis que desembocó en la destitución del secretario de Organización, Sergio Pascual–; el más afín a Iglesias, Juan Carlos Monedero y el equipo de la secretaría general y participado por Ramón Espinar, María Espinosa y Fran Casamayor, y el articulado en torno a Anticapitalistas –Miguel Urbán, Isabel Serra, Raúl Camargo– y autónomos e independientes –Lorena Ruiz Huerta, Pablo Carmona, Montse Galcerán y Emmanuel Rodríguez, entre otros–. Estos dos últimos proyectos mantienen contactos para llegar a acuerdos sobre documentos organizativos y políticos y, en último término, concurrir juntos a las primarias de la dirección frente a Maestre y Sánchez.

Pero, además, hay relaciones personales labradas o no en espacios de activismo o militancia, en el partido o en la institución –hay gente que se lleva bien y gente que se lleva mal; hay confianza o desconfianza–; hay quien se siente, con razón o sin ella, más o menos escuchado o cuidado o valorado; y está también la ambición personal o colectiva: apuestas que se hacen o se dejan de hacer más por cálculos políticos tácticos en función de las coyunturas que por motivos estratégicos ideológicos.

Gane o pierda Iglesias; gane o pierda Errejón el asalto de Madrid, el Podemos resultante será diferente al que alumbró Vistalegre hace dos años. Madrid marcará el devenir del Vistalegre 2, previsto para la primera mitad de 2017, el de Unidos Podemos, la construcción del bloque histórico o el partido único.

Podemos ya no será la maquinaria electoral vertical fundada en Vistalegre: será un partido, seguramente en movimiento, pero un partido que resolverá, de un lado o de otro, entre el puño o la V de victoria, la piedra o la tijera, el hilo rojo o la posmodernidad, la camisa sudada o la chaqueta; el discurso más duro o el discurso más amable. Iglesias o Errejón.

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