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Entre el izquierdismo y el pragmatismo: los márgenes de Unidos Podemos ante la presidencia de Pedro Sánchez

Abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la moción de censura contra Mariano Rajoy.

Andrés Gil

Los cinco escaños del PNV inclinaron la balanza el viernes. Pero existía balanza gracias a los 67 escaños que aportaban Unidos Podemos y las confluencias a los 84 de Pedro Sánchez. Y algo debió influir en el PNV el horizonte de una moción de censura instrumental anunciada por Pablo Iglesias que precipitara las elecciones y echara por tierra ese pacto presupuestario cerrado con Mariano Rajoy y que ha intentado conservar como un tesoro.

En el grupo confederal de Unidos Podemos-En Comú-En Marea son conscientes de que el final del Gobierno del PP ha supuesto un momento de esperanza en la población española de izquierdas, que ha identificado al PP como el responsable de la mayor parte de los males recientes (corrupción, recortes, Catalunya…). Y que esa población ha vivido la moción de censura como “una oportunidad para el cambio”. De ahí el “sí, se puede” entonado desde la bancada de Iglesias tras la elección de Sánchez y difundido por las redes sociales –en las de Podemos más que en las de IU–.

Pero el nuevo Gobierno cuenta con 84 diputados de 350, la mayoría de los cuales, además, son más próximos a Susana Díaz que a Pedro Sánchez, y llevan dos años heridos por las batallas internas. Es un grupo, desunido y que se sabe insuficiente para gobernar. Además, se enfrenta a un Senado con mayoría absolutísima del PP, con las restricciones impuestas por la política económica pactada con la Unión Europea (programa de estabilidad, regla de gasto, etc.), los presupuestos de Rajoy y, en última instancia, una Mesa del Congreso –el árbitro de la Cámara– adversa.

En Unidos Podemos cuentan con que el PSOE tratará de llevar a cabo políticas de izquierdas que recompongan en el imaginario la idea de que es la alternativa eficaz del PP, una suerte de regreso al bipartidismo que tanto añoran los principales partidos del régimen del 78.

Pero esas políticas no podrán requerir ni procesos legislativos complejos ni grandes partidas presupuestarias. Es decir, serán previsiblemente de corto alcance real, pero que pueden tener un gran impacto simbólico: por ejemplo, ser el primer presidente del Gobierno que asume la aconfesionalidad constitucional del Estado y promete su cargo sin símbolos religiosos.

La incógnita principal es hasta dónde, en el tiempo, esa debilidad parlamentaria le permitirá llegar. Pero en todo caso, en tanto que el ciclo electoral está a punto de abrirse, el reto para Sánchez es que su presidencia permita al PSOE afrontar las próximas elecciones mejor que antes y recuperar el terreno perdido que han señalado las encuestas.

En definitiva: toda esta etapa estará marcada por el ciclo electoral, con medidas que pueden resultar efectistas y que configuren la figura de Sánchez como estadista y al PSOE como el partido que encarna el país gracias a una poderosa herramienta: el poder de la comunicación desde el Gobierno.

El apoyo incondicional de Unidos Podemos a la moción de censura de Sánchez responde a que son conscientes de que en el imaginario colectivo de su electorado real y potencial, el desalojo de Rajoy suponía una ventana de oportunidad para “el cambio”. Y le permitía, como espacio político, aparecer ante la opinión pública como facilitador de ese cambio, útil.

El PSOE, al que algunas encuestas le daban ya como tercer partido y viene desgastándose desde el 20D de 2015, ve este nuevo escenario como una oportunidad para fortalecerse y disputarle electorado tanto a Ciudadanos como a Unidos Podemos. Ante Ciudadanos, porque ha demostrado que es alternativa al PP, en tanto que Ciudadanos se retrató junto a un Rajoy agonizante en la moción de censura. Y ante Unidos Podemos, porque tratará de recuperar electorado por su izquierda, como partido constitucionalista, de orden, progresista.

En este sentido, en Unidos Podemos son conscientes de que cualquier sobreactuación puede hacerles daño. Si se tacha al Gobierno de Sánchez con exageración de “neoliberal” o “derechista”, puede recibir la penalización del electorado progresista. Pero si se sobreactúa por el otro lado, calificándolo como el verdadero “gobierno del cambio”, también puede ser penalizado.

Así, en Unidos Podemos entienden que su espacio ahora se mueve en un difícil equilibrio entre dos extremos: el extremo izquierdista y el extremo adaptativo-pragmático o institucional. Un equilibrio que quizá no sea tan estrecho, en tanto que el PSOE tendrá que pactar reformas con Ciudadanos y el PP, mientras no tendrá margen para resolver de un día para otro grandes problemas estructurales del país –sociales, desigualdad y Catalunya–.

Y, por otro lado, no podrá aprobar una mínima agenda social por sí mismo, necesitará el apoyo de otras fuerzas que, en conjunto, son más numerosas que el grupo parlamentario del PSOE, lo cual dificulta que el PSOE se pueda atribuir las iniciativas progresistas como victorias propias en exclusiva.

De alguna manera, Unidos Podemos ha elegido como presidente a su potencial principal rival político en un espacio ideológico compartido, y en esos vasos electorales comunicantes, su reforzamiento pasará en buena parte si se produce un debilitamiento del competidor. ¿Habrá abrazo del oso? En la memoria de muchos permanecen los cogobiernos entre PSOE e IU, que casi siempre fueron capitalizados por la fuerza mayoritaria y no alteraron el equilibrio de fuerzas.

La moción de censura ha vuelto a representar el cara a cara entre el PP y el PSOE, entre los representantes de ese bipartidismo que parecía gravemente herido. Ese regreso “de cuatro a dos”, ¿se prolongará?

Dependerá, en buena medida, de si Unidos Podemos se mueve bien ante el Gobierno de Sánchez entre los márgenes del izquierdismo y la institucionalización; si navega las sobreactuaciones desde la izquierda y la derecha; entre la caricatura del pitufo gruñón y la de la muleta previsible y gratuita; y si es capaz de aparecer ante la opinión pública como un agente imprescindible del cambio político.

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