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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La dignidad de Gaza

Familias palestinas intentan regresar a sus casas en el norte de Gaza.

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El mundo mira atónito la destrucción de Gaza y el sistemático exterminio de sus habitantes por parte del Estado de Israel. Frente al brutal ataque que el grupo terrorista Hamas cometió el pasado 7 de octubre de 2023, la reacción del gobierno ultra-conservador de Benjamin Netanyahu no ha sido menos cruenta. Nos hallamos inmersos en otro episodio de un largo y complejo conflicto con una escalada de violencia que no solo ha alterado profundamente la geopolítica mundial, ya bastante delicada con la guerra de Ucrania, sino también los fundamentos morales de la sociedad, las bases del derecho internacional, la actividad intelectual y académica e incluso las conciencias individuales como no había sucedido desde el 11S. 

Un grupo de colegas del departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra en Barcelona, de muy distintos perfiles políticos e ideológicos, estamos indignados por los avatares de esta guerra. Nuestra indignación se une a la acusación de genocidio contra Israel que ha elevado el Gobierno de Sudáfrica a la Corte Internacional de Justicia, a las advertencias de António Guterres, secretario general de la ONU, o a las denuncias de la situación por parte de Josep Borrell como Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. 

Estas –pocas– voces críticas contrastan con el silencio de la mayoría de dirigentes europeos frente a este drama y al atronador mutismo con que han respondido intelectuales y académicos. 

Solo unos pocos han contextualizado históricamente el conflicto. Algunos, como Ilan Pappé, han recordado el proceso de desposesión de los palestinos desde 1948, incluso antes; otros, como Shlomo Ben Ami, han subrayado la complejidad del conflicto y la imposibilidad de verlo de una forma maniquea. Pero lo que estamos presenciando hoy día supera cualquier límite: desde octubre de 2023, Israel ha perpetrado una destrucción sistemática y masiva del territorio y su población hasta el punto de convertir Gaza en un espacio inhabitable e insalubre. El asesinato indiscriminado de civiles inocentes, incluido el porcentaje excepcionalmente alto de niños, conduce irremediablemente a la destrucción del futuro de los palestinos. 

Por todo ello, la situación de Gaza es una vergüenza global y un oprobio a la humanidad que no puede permitirse por la comunidad internacional. Ahora estamos viendo cómo no solo se perpetra un nuevo genocidio, sino cómo incluso se permite y justifica por aquellos países más implicados en la defensa de la paz, la justicia social y la democracia. 

La cuestión del genocidio parece haberse atascado en la semántica: el genocidio se niega por falta de intencionalidad (argumentos como: Israel solo quiere erradicar a Hamás, no a los palestinos) o comparándolo con otras atrocidades y señalando las diferencias, como si cada genocidio fuera idéntico y se proclamara como tal. Más bien, el genocidio tiende a enmarcarse como una autodefensa inevitable. Corresponde a la comunidad internacional, no a los perpetradores, decidir qué es genocidio y evitar que vuelva a ocurrir. Todos estos argumentos que niegan el genocidio son irrelevantes cuando miramos los hechos: los palestinos son asesinados a escala masiva, no se hace ningún esfuerzo para proteger a los civiles o defender el derecho internacional humanitario o las leyes de guerra. Las vidas árabes son tratadas, una vez más, como prescindibles. La implacable matanza de habitantes de Gaza se presenta como un daño colateral necesario e inevitable para proteger a Israel y, por extensión, a la democracia y los valores occidentales. Mientras tanto, la proporción entre civiles asesinados y militantes de Hamás asesinados es tan grande que el periódico israelí Haaretz argumentó que, en lugar de que las muertes de civiles constituyan un daño colateral a la guerra contra Hamás, la matanza de militantes era un “beneficio colateral” de la guerra extrema, una escala mayor de masacre de civiles inocentes. Esta cruel eliminación de vidas humanas equivale a genocidio.

El Gobierno de Netanyahu está compuesto por individuos de tinte ultra-radical que han llegado a plantear el uso de armas atómicas en Gaza y del que emanan proyectos de desplazamiento forzoso de la totalidad de la población gazatí. Hasta los fatídicos atentados, dicho Gobierno estaba inmerso en un proceso de destrucción de las estructuras democráticas en Israel que puso en su contra buena parte de la sociedad internacional y a buena parte de la sociedad civil israelí. Tristemente, muchos gobiernos del mundo libre y democrático han olvidado esto a la vez que justificado las acciones genocidas del gobierno israelí. Esta contradicción la expresó a la perfección la política pakistaní Hina Khar, quien escribió que “existe un abismo cada vez mayor entre los valores que los gobiernos occidentales proclaman defender y su conducta real”. 

Por este motivo es necesario criticar la destrucción de Gaza y los gazatíes y, al mismo tiempo, defender un Israel democrático y abierto cuyos ciudadanos puedan vivir en paz y con total seguridad. El discurso en torno a los horribles acontecimientos ocurridos en Gaza e Israel está sumido en una retórica polarizada. Esto incluye voces supuestamente liberales de izquierda que elogian los horrendos ataques del 7 de octubre como una resistencia heroica y anticolonial. Semejante retórica no solo es injusta con las víctimas y los secuestrados, sino que no ayuda en nada a Gaza, ya que solo sirve para alimentar una visión de suma cero que encuadra el apoyo a Palestina como un ataque a Israel. O que tilda cualquier crítica a Israel de antisemitismo, un juego peligroso que infla y corroe el significado real de este fenómeno muy real de odio contra los judíos.

Sin embargo, creemos que debería ser posible comprender, por un lado, el miedo y el trauma de los israelíes, dejar espacio para la compleja historia entre Israel y Palestina y, por el otro, dentro de este matiz, gritar un fuerte y rotundo No a los horrores perpetrados en nombre de la autodefensa y la democracia.

La proliferación de opiniones polarizadas y el ataque a cualquier tipo de perspectiva matizada y humanizadora han hecho que muchos se sientan demasiado intimidados para hablar en contra de los horrores perpetrados en Gaza o para expresar su empatía por el miedo y el trauma que enfrentan los israelíes"

La proliferación de opiniones polarizadas y el ataque a cualquier tipo de perspectiva matizada y humanizadora han hecho que muchos se sientan demasiado intimidados para hablar en contra de los horrores perpetrados en Gaza o para expresar su empatía por el miedo y el trauma que enfrentan los israelíes. Creemos que empatizar con los israelíes y pedir un alto el fuego inmediato no son mutuamente excluyentes. De hecho, consideramos esencial dotar de mayor voz a los israelíes que aborrecen lo que está haciendo su gobierno y que a la vez se sientan escuchados cuando se trata de temores legítimos por su propia seguridad. Además, también es nuestra responsabilidad apoyar a los israelíes disidentes, que son cada vez más reprimidos y atacados de maneras que equivalen a una persecución totalitaria, y que también necesitan contar con el apoyo de la comunidad internacional.

Estas acusaciones han inhibido cuando no acallado a buena parte de la intelectualidad, la política y el mundo del derecho occidental. Pero nosotros no podemos callarnos. Expresar nuestra opinión no es solo un acto de denuncia, sino un acto radical de “responsabilidad hacia el mundo”, tal y como expresaba Hannah Arendt. El silencio ante los acontecimientos de Gaza no solo es una cobardía, sino incluso una infamia civilizatoria. Solo la denuncia de estos crímenes intolerables, la exigencia de condiciones humanitarias para los gazatíes y el conjunto de palestinos, y la necesidad de un proyecto político que desemboque en la convivencia entre israelíes y palestinos ha de ser el único horizonte adecuado. 

La orden de la CIJ del 26 de enero para que Israel “tome todas las medidas a su alcance” para prevenir el genocidio no puede imponerse excepto mediante presión política. Creemos que ahora es el momento, como académicos, de exigir que nuestra comunidad haga todo lo que esté a su alcance para ejercer tal presión. La única forma de revertir la actual situación es emprender lo antes posible una larga y compleja vía política, que desde luego no excluya la responsabilidad penal de los gobernantes de Israel ante los tribunales internacionales, y que proponga una solución satisfactoria para lograr una paz y una convivencia entre comunidades en el actual Israel. La falta de respuesta y el silencio ante estos atroces crímenes nos llenaría de infamia a todos. Hay que levantar la voz. La dignidad de Gaza es la dignidad de todos.

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