“Una, grande y libre”: el ignorado escudo franquista del Instituto San Isidro que se resiste a desaparecer

Luis de la Cruz

Madrid —

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Si paseamos por la céntrica calle Estudios uno de estos días primaverales empujados hacia el estío por el cambio climático, podremos alcanzar a escuchar el ligero rumor de las clases del vetusto Instituto de Educación San Isidro escapando por sus magníficos ventanales abiertos. Si aupamos un poco la mirada, indiscreta, veremos en alguna de las aulas diferentes cronogramas y motivos que animan las clases de historia en sus paredes. Al llegar a la suave confluencia de la pequeña vía con la de Toledo, nos toparemos con el colosal portalón principal del centro educativo. Probablemente, no miremos hacia arriba, por lo que pasará inadvertido un gran escudo franquista sobre la puerta. Además de por vivir en las alturas, pasa desapercibido también por el resto de emblemas heráldicos de corte imperial que adornan el San Isidro con los que se mimetiza. Pero en este se puede ver, si uno conserva buena vista, el “Una, grande y libre”.

La retirada del escudo ya fue pedida en 2018 por Comisionado para la Memoria Histórica nombrado por el Ayuntamiento de Madrid. Dos años después, el bajorrelieve seguía en su sitio y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) registró una solicitud en la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid. En 2022, el entonces diputado autonómico de Unidas Podemos Agustín Moreno enseñó la fotografía la Asamblea de Madrid y volvió a solicitar que se quitara. Este mismo año desaparecieron los que aún había en el Ministerio de Exteriores, pero aún no ha llegado el turno del emblema en el instituto.

Más que pasar desapercibido, el escudo parece invisible. No lo hemos encontrado mencionado ni en la web oficial del centro, ni en otra que, de carácter más informal, se enlaza desde esta y que se ocupa de la historia y el patrimonio del instituto. Tampoco en las páginas especiales de la Comunidad de Madrid dedicadas a los institutos históricos de nuestra ciudad o a las colecciones históricas del centro en forma de visita virtual. Ni tan siquiera en la Mediateca de EducaMadrid –a pesar de que la primera imagen es la de su portada– ni en su Revista digital, donde dedican sitio a sus espacios históricos.

En un artículo de 2008 escrito desde dentro del propio claustro se afirmaba que “al cruzar la puerta del instituto flanqueada por imponentes escudos, nos encontramos con un magnifico claustro construido en granito”. Fue aproximadamente en esa época cuando surgió la idea de aprovechar el patrimonio del San Isidro como recurso educativo, con el museo como joya de la corona de su difusión. La aparente ausencia de la etapa franquista en la genealogía de los centros educativos españoles es prácticamente transversal a los mismos. Solo tímidamente, algunos acometen el diálogo pendiente, como es el caso de la guía para descolonizar la memoria del Ramiro de Maeztu publicada recientemente por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática.

 Una rica historia por completar

Para rastrear los orígenes del San Isidro hay que viajar al siglo XVI, cuando Felipe II traslada la corte a Madrid, y en la fundación en la calle Toledo del Colegio de San Pedro y San Pablo de la Compañía de Jesús en 1572. La emperatriz María de Austria (hermana de Felipe II) legó gran parte de su fortuna a los jesuitas a cambio de que fundaran el que se llamaría Colegio Imperial y en tiempos de Felipe IV se fundan en el propio Imperial los Reales Estudios, un centro de estudios superiores no universitarios (aunque un siglo después le será reconocida esta categoría). El Siglo de Oro español pasó por sus aulas: Calderón de la Barca, Quevedo y Lope de Vega fueron alumnos. Como luego lo serán también del instituto múltiples personalidades, como Camilo José Cela, Julián Besteiro, Niceto Alcalá-Zamora o Eduardo Dato, entre otros.

Los Reales Estudios sobrevivieron a la expulsión de los jesuitas de España en 1767, aunque una parte se reconvierte en viviendas y la iglesia–la Real Colegiata de San Isidro– se segrega. En realidad, los miembros de la congregación volvieron y se fueron en varias ocasiones hasta que se produjo la desamortización de Mendizábal en 1836. En 1846, los Reales Estudios se convertirán en la primera sede de la Universidad Central de Madrid (actual Complutense).

El Instituto de Segunda Enseñanza San Isidro nace como tal después de la Ley Pidal de 1845 y durante el primer tercio del siglo XX entran en sus muros las ideas renovadoras de la Institución Libre de Enseñanza. La guerra dio un vuelco a la vida del edificio, que sirvió de refugio antiaéreo –aunque también funcionó una pequeña escuela para hijos de milicianos–; durante la posguerra, fue el propio franquismo el que se ocupó de cambiar la naturaleza educativa del San Isidro, que dejó de ser mixto para ser exclusivamente masculino, situación que no se revertirá hasta 1983. La reforma de 1943 es la que le daría, a grandes rasgos, su actual fisonomía, aunque volvió a ser reformado a principios de los setenta y en 1985.

Algunos de los docentes del instituto fueron depurados después de la guerra, como el botánico Luis Crespí Jaume, que no pudo volver a ejercer hasta 1954, y lo hizo entonces en el San Isidro. O Enrique Rioja Lo Bianco, director del centro desde 1931 y participante de las Misiones Pedagógicas, que cruzó los Pirineos en 1939 en compañía de Antonio Machado y tuvo que exiliarse en México.

El San Isidro vivió las dos caras del franquismo. Por un lado, la inevitable grisura de la enseñanza nacionalcatólica. Por otro, el impulso estudiantil a la oposición al régimen. En 1969 la Brigada Político Social detuvo a jóvenes bachilleres que habían creado unas comisiones de enseñanza media cuando estaban en clase. Fueron trasladados a la Dirección General de Seguridad (DGS), en la Puerta del Sol, donde fueron torturados; luego, llevados a la prisión de Carabanchel y juzgados bajo las normas de la justicia militar. Durante la huelga general de educación de 1987 el instituto fue escenario de reuniones de representantes de los profesores en huelga venidos de distintas partes del país.

La presencia del franquismo en nuestras calles ha ido reduciéndose desde la llegada de la dictadura, pero su rastro se resiste a la extinción. Con el primer ayuntamiento democrático se cambió el nombre de muchas calles; luego llegaron las obligaciones dictadas por las leyes de Memoria Histórica (2007) y de Memoria Democrática (2022). Cada cambio, supone una batalla extenuante y una –como se llama ahora– batalla cultural. El escudo ignorado del San Isidro es uno de esos pasos que, al parecer, está costando dar.