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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Tengo 75 años, muchos proyectos y miedo a que la vejez se presente ahora de golpe

Tren de Cercanías

Rosario García Durá

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Tengo 75 años y mi salud es bastante buena, en todo caso, por el momento. Y aquí estoy, dentro de lo que se llama “población de riesgo”. Tengo que empezar por decir que mis 75 años de vida se han ido encontrando con una serie de proyectos, una buena parte de los cuales, he podido realizar.

Estos últimos años de retiro profesional me han permitido disfrutar de unos deliciosos momentos de pereza y, paralelamente, continuar implicándome en algunos proyectos locales. Así que continuaba teniendo la impresión de avanzar, de estar montada en el tren de la acción. Es verdad que era solo un tren de cercanías, nada lujoso, ni muy rápido, pero que pasaba por paisajes entrañables.

Y aún sabiendo que la última parada estaba cerca, allá en alguna parte no tan lejana de mi futuro, yo seguía participando en algunos pequeños proyectos que me interesaban: ecología, emigración, algún bricolaje de tipo artístico. Continuaba con la pequeña batalla, perdida de antemano, del aprendizaje del inglés, tenía aquel viaje montado y pagado a Senegal, aquel otro a Marruecos. Había decidido plantar un chopo en el jardín, ese árbol que canta con el viento, quería buscar una funda para el sillón que no sé por qué se ensucia tanto. Y también, claro está, seguía con el proyecto de toda mi vida adulta, intentando calmar la agitación de la mente.

Y de repente, el tren se paró. Ya ni siquiera se podía salir a buscar la funda para el sillón. Al principio pensaba que era una parada técnica y que en pocas horas recomenzaríamos el viaje. Pero no. Cada vez las cosas se ponían más complicadas y, además, se decía que si el tren se volvía a poner en marcha, ni siquiera se sabía la dirección que iba a tomar.

Para los pasajeros más jóvenes estaba claro que, de una manera u otra, el viaje iba a continuar, aunque quizá con muchas dificultades. En mi caso, y en el de tantos amigos y familiares de mi edad, el viaje estaba seriamente comprometido. Para empezar, la muerte podía colarse, en cualquier momento, en nuestro compartimento. Además, suponíamos que seriamos los últimos en bajar del tren, y que posiblemente lo haríamos con cierto temor, olisqueando con desconfianza el aire exterior.

¿Y nuestra implicación en los diferentes proyectos sería todavía factible? Hemos estado activas en manifestaciones, actos públicos, reivindicaciones… ¿Tendremos las ganas y la fuerza de continuar? Podemos esperar que nos queden todavía algunas estaciones antes de la parada final, pero el tiempo pasa y no tenemos mucho más a disposición. ¿Cómo vamos a continuar este viaje?

En lo que a mí respecta, me siento desconcertada y por momentos con miedo, miedo de que la vejez que he ido distrayendo con mis pequeños proyectos se presente de golpe y me inmovilice en una silla de ruedas, frente a una televisión encendida. Pero siento también que ahora tengo la oportunidad de mirar pausadamente a mi alrededor y de afinar el oído para escuchar de verdad la vibración del mundo. La oportunidad de vivir y de prepárame para el no vivir, sin más.

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