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La empresa que alquila “habitáculos” de dos metros a pobres en naves industriales llega a Madrid

El promotor de las "casas colmena" enseña hasta dónde llegarán los habitáculos y el baño en Madrid

Analía Plaza

Este domingo hizo fresco en Madrid. Unos diez grados en la calle y no muchos más en la tercera planta del 124 portal 5 de Camino de Hormigueras, una calle en mitad del polígono industrial de Vallecas. Allí, de diez a tres, recibió el catalán Marc Olivé a los interesados en alquilar un habitáculo de 1,20 metros de alto por 1,20 de ancho y 2,20 de fondo a razón de 215 euros al mes.

–Los habitáculos no llevan calefacción. No puedes meter tu propio calefactor por temas de seguridad. Pero la temperatura será buena.

La nave es grande, de unos 600 metros cuadrados. A un lado, las ventanas tintadas y llenas de roña dan a un patio interior. Al otro ni siquiera hay cristales, solo una puerta que da a un garaje con varios furgones aparcados. El promotor explica que la sustituirán por una pared acristalada y que, cuando luce, el sol entra hasta muy adentro (este domingo estaba nublado y todo estaba a oscuras). Acondicionarán la estancia con “mucho led” y bombas de aire que soltarán calor en invierno y frío en verano.

–Si hace falta más, ponemos otro cacharro fuera–, continuó. –Esto es como cuando vas en el bus: hay gente que se hiela y otra que va achicharrada.

Olivé es la cara visible de Haibu, una empresa domiciliada en Barcelona y cuyo administrador único es Eduardo Jausi Sala. Jausi trabajó como diseñador de escenarios para la empresa Special Events, de la red de la Gürtel, y fue imputado y puesto en libertad en 2009. Poco más se sabe de él en relación a este negocio, porque el que lo lleva todo —el que responde al teléfono, al Whatsapp, el que habla con medios y se enfrenta públicamente a los políticos— es Olivé. En la entrada, frente a la mesa a la que sienta a la gente para informar, está su maleta pequeña. La ha dejado sobre un cartón. Dice que lleva la expansión de Haibu en toda Europa.

Las “casas colmena” se hicieron virales en septiembre de 2018, tras una publicación del portal inmobiliario Idealista y otra anterior en El Periódico. Por aquel entonces Haibu no era mucho más que una maqueta, unos anuncios colgados por Barcelona, un local vacío y una empresa fantasma. El Ayuntamiento no había recibido solicitud de licencia de obras, pero la empresa empezaba a hacer ruido y a tantear. En febrero de este año, las primeras infraviviendas ya operaban de forma clandestina “en un municipio del área metropolitana muy cercano a la capital catalana”, según El País. En abril, colgaron varios anuncios en internet de futuras colmenas en Madrid: una en Tetuán, otra en La Elipa y otra en Avenida de América. Los interesados se inscribieron en la web y no recibieron noticias hasta el pasado 3 de diciembre. Ese día Haibu envió un email para informar de que del 9 al 15 de diciembre abriría su primera casa en la capital.

“Esta Casa Haibu aún no dispone de licencia oficial, por lo tanto tenéis que saber que su ubicación debe mantenerse en secreto”, decía el email. “Los que estén interesados en una plaza deben enviar un email o un whatsapp diciendo 'me interesa'. Después recibirán la dirección exacta de la casa para programar una visita”. No estaba ni en Tetuán ni en La Elipa ni en Avenida de América, sino al sur de la M-30 y a veinte minutos del metro o tren más cercanos. “¿Esto es cerca o lejos? Es que no lo sé, yo siempre miro el mapa desde arriba y punto”, ríe Olivé durante la visita. “Siempre intentamos que esté bien surtida la zona. Hay un McDonald's y un Aldi cerca”.

“Me interesa”

No acudió demasiada gente durante la mañana del domingo a ver la nave, antigua sede de la empresa de papelería Formularios Mosa. Olivé pensaba que habría una avalancha, pero entre sábado y domingo “solo” consiguió registrar a 35 personas. Para que la “casa” sea viable, indica, necesita al menos 45 interesados. Dispondrá de 65 plazas. Una vez llenen el cupo, en apenas quince días estará lista. “Esto es poner el parquet, pintar techos y paredes. Con la pistola no se tarda nada. Vienen los de IKEA, que nos ayudan un montón aunque no oficialmente, y se monta rápido”. IKEA dice a este periódico que no existe colaboración alguna con Haibu.

Las dudas asolan a uno de los tres jóvenes que pasan por allí. Dos, peruanos, llegan juntos con una bicicleta (no han podido coger el autobús desde la estación porque no les dejaban meterla) y una mochila de Glovo que parecen compartir. El tercero es argentino y se gana la vida tocando en la calle. “¿Nos puede notificar apenas estén empezando a construir para hacer la reserva? Yo me inscribo apenas empiecen. Si hay 35 y ahora nos inscribimos nosotros tres, no quedan tanto hasta los 45”, dice el primero. “A mí me gustaría dar la paga y señal ya”, añade el argentino.

El sitio es tan inhóspito (no hay bombillas, el suelo aún está lleno de papeles y hay varios muebles viejos tirados) que no le ha entrado por los ojos a todo el mundo. Pero es la forma de operar de Haibu, que no construye hasta que no tenga asegurados unos cuantos inquilinos. A estos les cobra un mes de reserva, comprometiéndose a devolver el dinero si finalmente no lo llena. “Todos los ayuntamientos de España saben quiénes somos”, dice. “Le damos mucha caña a esto para que la gente entienda que es viable. Lo único que falta es un pequeño tecnicismo con la licencia”.

En efecto, Olivé le da mucha caña a esto. No suelen negar entrevistas. Incluso ha dejado que la revista Vice les haga un completísimo reportaje fotográfico y en vídeo en Barcelona, en el que se ven perfectamente las bondades de los habitáculos, donde no puede uno ni ponerse de pie, o de los baños y sus sanitarios desgastados y viejos. Con esto pretenden desafiar a los Ayuntamientos y lograr que les hagan una regulación ad-hoc. “Es un poco como lo que pasa con los patinetes”, dice. “Yo lo pongo de ejemplo”.

La nave de Camino de Hormigueras está catalogada como suelo industrial. Haibu ha pedido, dice Olivé, licencia de oficina con área de descanso. Otra opción es ser un hotel, lo que implicaría el pago de una tasa turística de algo más de un euro por persona y noche. “Si vosotros pagáis 215 euros por habitáculo y hay que quitar los 40 por persona”, nos explica a los interesados, “es un buen cacho”.

–Si no tiene licencia, ¿no corremos el riesgo de que venga el Ayuntamiento y nos eche?

–Estamos en la fase crítica. Si viene el Ayuntamiento y no está montada, se devuelve la reserva. Pero si en 15 días está todo montado y la gente está aquí es distinto: con gente les cuesta muchísimo más pararlo.

El tour del terror

Tras resolver las dudas técnicas, Olivé hace una visita guiada a una nave que aún no tiene nada. Los habitáculos irán pegados a la pared. Dibuja una raya en la porquería del suelo para marcar hasta dónde llegarán de largo. Como el techo de este local es un poco más alto que otros, se permitirán construir unos habitáculos un poquito más altos que el resto, de 1,60 metros en vez de su 1,20 estándar. Casi, casi, se podrá entrar de pie. La cocina no tendrá fuegos ni freidoras porque no habrá extracción de humo: solo hornos, robots de cocina y microondas. Los habitantes tocan a una nevera por cada cuatro personas. En toda la estancia habrá cámaras, visibles y no visibles, para vigilar comportamientos y posibles hurtos.

La empresa es estricta en sus normas para residentes, como explicará más tarde el promotor. Además de prohibir las relaciones sexuales en los habitáculos, controla las visitas: si llevas a alguien, has de avisar previamente al “supervisor”, una persona que está constantemente conectada a un grupo de Whatsapp. Y debe ser alguien cercano, un familiar o amigo muy íntimo. “No puede ser que cada fin de semana te traigas a una amiguita”, dice riendo. El supervisor también intermedia cuando alguien deja algo sucio o fuera de su sitio. No se hacen reproches: si ves el fregadero lleno de platos, sacas una foto y se la envías, que ya se encargará él de decir en el grupo que el que los haya dejado debe recogerlos.

“Aquí va a haber niños de 4 y 6 años. La convivencia es importante”, dice. Más tarde dirá que, de las 35 reservas, solo seis son de mujeres.

El paseo continúa. “¿Os hago el tour del terror?”, pregunta Olivé. Se refiere a los baños que aún quedan en la nave, que tampoco tienen luz y están en un estado lamentable, descuidados y mugrientos. Se pueden aprovechar, dice, así que ahí irán los “cagaderos” para hombres. “Esto es como un juego de tetris”, repite varias veces uno de los repartidores de Glovo.

–Sabemos que el modelo es viable–, insiste Olivé. –Estamos a trámite. Todo estará regularizado en cuatro meses. Esta semana tengo reunión con el alcalde. ¿Cómo se llama el alcalde?

–Almeida.

Busca en el Whatsapp y enseña una conversación con un perfil con la misma foto que tiene José Luis Martínez-Almeida en Twitter.

–Ahh, sí, José Luis. Alcalde.

–¿Te comunicas directamente con el alcalde? Qué nivel.

–¿Has visto, Maribel?–, ríe. –Esto ya es 'confidenziale'.

–¿Pero qué 'feeling' tenéis con ellos?

–'Feeling' de que como me toque las narices van a venir mis amigos rusos a verlo. Ese es el 'feeling'.

Un proyecto para “remontar a las personas”

“Con Ada Colau tenemos la batalla abierta”, continúa. La alcaldesa amenazó con un millón de multa si Haibu no desvelaba las ubicaciones de sus locales. “Ya hemos dicho a todos los políticos que no estamos haciendo nada ilegal. Todo es transparente. Yo voy a las noticias, doy la cara y mi teléfono está en la web. Nos llama la gente para ponernos verdes, pero siempre estamos online. En Madrid tenemos reunión con el José... es que no sé como se llama. Tenemos reunión para saber de qué pie cojea. ¿Vamos a ir a las buenas, a las malas o cómo quieres ir? Hace un mes y medio contactamos con ellos y les hemos enviado emails. El problema es político, no técnico”. Al cierre de este artículo, eldiario.es no había recibido información del Ayuntamiento sobre el estado de las reuniones y de esta solicitud.

Antes de pasar unos papeles a los interesados para que rellenen con su nombre y el tipo de habitáculo en el que están interesados (mini, medio, dúo o doble, de 315 euros al mes), Olivé da las últimas pinceladas sobre lo que supone el “proyecto”.

“La idea es ayudar a remontar a las personas, que de aquí salgas fuerte económicamente. Es una plataforma de salida”, dicen. Asume que los interesados no están pasando por su mejor momento en cuanto a ingresos (los repartidores de Glovo, por ejemplo, pretendían alquilar un cubículo doble para pagar a medias) y que aspiran a, al menos, una habitación. Si ven que el inquilino gasta mucho o se va de vacaciones mientras vive en la colmena, entenderán que no se esfuerza en ahorrar, que no cumple los requisitos que piden y podrán echarle. Entienden que hay gente que “llega en situación crítica”, pero no permiten que llegues borracho a casa. Aseguran que “si no trabajas, es porque no quieres”, ya que colaboran con empresas de trabajo temporal para proporcionarte empleo.

“Una vez vino un escritor que quería escribir un libro y no nos gustó el perfil. Ya sabemos que los escritores cobran el paro durante dos años y no escriben ni cinco líneas”, ríe Olivé. “Queremos gente que lo haya pasado mal para que sepa lo dura que es la vida. Vosotros que repartís sabéis lo que cuesta ganar diez euros”.

El catalán termina su discurso antes de despedirnos explicando que en Haibu hay más de 40 personas, unas 15 en nómina y el resto dedicando su tiempo libre, y que esto es un proyecto altruista, que si uno hace cuentas verá que su beneficio es ínfimo (para ser altruista no debería tener nada de beneficio económico). Haibu se constituyó a principios de año con 3.000 euros de capital social y aún no ha presentado cuentas. En las infraviviendas de Vallecas pretenden meter a 65 personas, que a 215 por cabeza suponen casi 14.000 euros de ingresos al mes. En el edificio de al lado se alquila ahora mismo una nave similar de casi 400 metros cuadrados por 1.400 euros al mes; 600 serían 2.200 euros mensuales. Habría que descontar los suministros e internet, pero eso son 11.800 euros que sacan al mes en esta única nave. Los muebles son baratos, así que la inversión inicial no parece demasiado grande.

Haibu dice en su web, en el apartado en el que matiza las informaciones de los medios, que “la cantidad invertida serán 160.000 euros” (no especifica a qué se refiere exactamente) y que “si alguien tiene una calculadora, que haga las cuentas y no diga tonterías”.

Los repartidores de Glovo acuerdan pagar en cuanto comience la construcción. El argentino dice que pagará el lunes y da las gracias a Olivé por este proyecto, muy positivo porque los alquileres están por las nubes por culpa de la gentrificación. “Nosotros venimos a reventar la burbuja de los alquileres. Cada persona que venga es una que no paga habitación, así que tendrán que bajar”, concluye. Es la misma premisa de la que parten las políticas de vivienda pública en alquiler —si compites con precios bajos, el mercado privado también tendrá que bajarlos— pero formulada por una empresa que entra a las ciudades saltándose las normas.

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