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La directora de AI Turquía que pasó cuatro meses en prisión: “Es más importante lo que una cree que el miedo”

Idil Eser, directora de Amnistía Internacional en Turquía, en su visita a Madrid.

Icíar Gutiérrez

El pasado 14 de octubre, Idil Esser cumplió 54 años entre rejas. No podía recibir cartas ni llamadas, pero asegura que le llegó el apoyo desde fuera gracias a los periódicos que sí tenía permiso para leer. La directora de la rama turca de Amnistía Internacional (AI) llevaba entonces más de tres meses encarcelada en un edificio de máxima seguridad.

Esser había sido detenida en julio junto a nueve activistas de derechos humanos que se encontraban en un taller en Estambul. En una redada, la Policía detuvo a todos, incluidos los dos formadores. Tardaron días, dice, en saber por qué se les arrestó. La Fiscalía los acusaba de pertenencia a diversas “organizaciones terroristas”, cargos que la ONG calificó de “ridículos e infundados”.

Según datos de AI, desde el intento de golpe de Estado de julio de 2016, se han abierto investigaciones penales contra más de 150.000 personas en Turquía. Entre ellas está Taner Kiliç, compañero de Esser y presidente de la rama turca de la ONG, en prisión preventiva desde el 6 de junio de 2017.

Esser, sin embargo, fue liberada bajo fianza el pasado octubre y sigue a la espera de juicio junto a sus compañeros. La activista ha visitado España para agradecer el apoyo que recibió durante aquellos meses. “La solidaridad internacional ha sido vital para conseguir nuestra liberación, así que estoy aquí para dar las gracias a todos en nombre de los once de Estambul”, explica.

En un informe reciente, AI alerta de que más de 1.300 ONG turcas han sido clausuradas por “vínculos no especificados con grupos terroristas”. Y advierte del “clima de temor” que se ha instalado entre quienes defienden los derechos humanos. Esser coincide, pero también quiere dejar claro un mensaje que les empuja a seguir adelante: “No es tan importante tener miedo o no, sino aquello en lo que uno cree”.

El 5 de julio de 2017 usted estaba en un seminario cuando fue detenida junto a otros nueve activistas. ¿Cómo recuerda ese día?

Yo estaba asistiendo a un taller que organizaba una plataforma de derechos humanos sobre ciberseguridad y estrategias para liberar el estrés, algo importante para los defensores de los derechos humanos, porque experimentamos el trauma en segunda persona debido a la gente con la que trabajamos. Llevaba un tiempo trabajando mucho y me dijeron que ese taller podía ser una oportunidad para relajarme.

Acabábamos de comenzar a trabajar en el taller. Eran sobre las 10 de la mañana y estábamos trabajando en una habitación del hotel cubierta de cristaleras y fue como una escena de película. De repente apareció la Policía apuntándonos directamente. La verdad es que fue un shock, no esperábamos para nada que esto ocurriera porque era un taller de lo más inofensivo. No recuerdo cuántos agentes eran exactamente, pero sí recuerdo que el primero nos dijo que dejáramos las cosas, que no tocáramos ni los móviles ni los ordenadores, y que pusiéramos las manos en alto.

¿Y qué pasó después?

Nos llevaron uno por uno a una habitación, nos quitaron los cuadernos, se llevaron los ordenadores y dispositivos que teníamos. Después nos llevaron al hospital para un control general y luego al centro de detención. A medianoche de ese día nos distribuyeron en distintos centros, y al segundo día nos llevaron a un centro de seguridad contra terroristas. Allí estuvimos unos diez días. No fuimos ante el tribunal hasta el día 17 o 18 de julio. Yo primero estuve en una prisión de mujeres, en distintos pabellones, y después nos trasladaron a una prisión de máxima seguridad junto al resto de detenidos.

No sabíamos de qué estábamos siendo acusados. Mientras estuvimos en los centros de detención no teníamos acceso a periódicos, no sabíamos cuáles eran los cargos. Nos acusaron de pertenecer a grupo terrorista, lo cual era falso, de planear un golpe de Estado, que tampoco, y de que la reunión en la que participábamos era secreta, que tampoco era el caso.

Estuvo en prisión preventiva hasta octubre. Durante el arresto, no pudo hacer llamadas ni recibir cartas. ¿Qué condiciones tuvo que soportar?

No se me permitió estar con las otras personas acusadas en el mismo caso, pero pude comprar periódicos y una televisión. Las restricciones para enviar y recibir cartas es bastante común. A veces se impone, a veces no. Si se está más tiempo en prisión, a veces se termina permitiendo.

A menudo era más fácil la vida en los pabellones porque hay más gente, se hace más fácil sobrellevarlo. Pero cuando hay superpoblación, se complica. Había pabellones en los que vivían 24 personas. Algunos dormían en literas, pero otros dormían en zonas comunes, en colchones en el suelo. Así se hace difícil llevarse bien con la gente, porque está en condiciones muy incómodas. Nosotros acabamos en un edificio antiguo, llamado la 'sección VIP', una parte que era de máxima seguridad dentro de una prisión de máxima seguridad, para que estuviéramos aislados.

Yo tenía permiso para leer libros y para ver a mi abogado, y después de unos meses pude ver a mis amigos. Así que la situación se volvió un poco mejor, pero seguía siendo muy difícil. Aunque no podía recibir cartas, podía leerlas en los periódicos. Por mi cumpleaños, AI y mis amigos publicaron unos anuncios para ponerse en contacto conmigo y eso me hace ser una privilegiada, porque hay mucha gente que no tiene una organización detrás.

Las condiciones cambian de prisión a prisión, también dependiendo de los casos y de la ciudad. No se puede generalizar sobre la vida en las cárceles turcas. A los periodistas se les ha permitido estar juntos, pero también han tenido que estar más tiempo. Quizás a nosotros sí se nos habría permitido en ese caso.

Y a nivel personal, ¿cómo fueron aquellos meses?

Tengo un sentido del humor negro, aprecio lo absurdo, así que establecí una rutina para sobrellevarlo. Hay gente que usa el enfado, yo decidí usar el humor. Todo el mundo que está en las cárceles establece una rutina para llevar una vida lo más normal posible. Cuando uno está en la cárcel no debe pensar en la injusticia que eso supone, hay que permanecer fuerte para enfrentarte a ello. No es un lugar adecuado para estar deprimido.

El hecho de ser una persona introvertida, el haber estado interna en un colegio o estar acostumbrada a vivir sola me ayudó a sobrellevarlo, tengo esa fuerza interna y no fue tan duro. Usé también mi imaginación para entretenerme. Me gusta leer y lo pude hacer. Hay mecanismos diferentes, cada uno encuentra el suyo. No fue una experiencia bonita, pero no ha sido el peor momento de mi vida.

Finalmente fue liberada, pero no su compañero, Taner Kiliç, detenido un mes antes que usted. ¿Cómo está él?

Taner lleva más de 300 días encarcelado, es el momento en el que uno empieza a cansarse de estar en prisión. Es mucho tiempo, pero él se encuentra bien, porque es una persona creyente, tiene su religión en la que apoyarse para sobrellevarlo. Él sí puede recibir cartas. Tiene una esposa muy fuerte y unas hijas maravillosas, puede mantener el contacto con ellas y sabe que tiene todo el apoyo de Amnistía Internacional.

Para cualquier preso, convertirse en alguien olvidado puede ser su peor pesadilla, y Taner sabe que ese no es su caso y que vamos a seguir trabajando para sacarle de ahí. Él ejercía de abogado para migrantes y estoy segura de que echa mucho de menos su trabajo, porque era un apasionado. Espero que pronto se pueda reunir con su familia, porque ha sido muy duro para ellos.

El juicio contra usted continúa. Si los declaran culpables por cargos de terrorismo podrían imponerles una pena de siete años y medio de prisión. Para Kiliç podrían elevarse a 15. ¿Cómo afronta el proceso? ¿Es optimista?

Pues continuando con nuestra vida normal. Tenemos un dicho en Turquía que dice: “El miedo no cambia la duración del tiempo o la existencia de la muerte”. No hay nada que podamos hacer. Si nos llegaran a condenar, todavía quedaría el proceso de apelación y recurrir a un tribunal superior, como el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos.

No hay ninguna evidencia que nos pueda condenar, así que creo que vamos a ser absueltos, lo que pasa que no sé si va a ser en el primer juicio o en alguna instancia posterior. Pero quién sabe. En cualquier caso, hay mucha gente que está en la misma situación, no somos los únicos. También nos podrían condenar por el mismo tiempo que hemos pasado en prisión y no tendríamos que volver a entrar. Veremos.

¿Cree que sus detenciones responden a que resultan incómodos para el Gobierno de Erdogan?

Creo que el Gobierno ha sufrido un trauma tras el intento de golpe de Estado [de julio de 2016] y esto ha hecho que empezara a tener problemas con los defensores de derechos humanos. Mi cultura no es muy abierta a recibir críticas, y el intento de golpe ha hecho al Gobierno aún más sensible ante estas críticas. A nadie le gusta ser criticado y el golpe ha creado una situación especialmente incómoda.

También hay un problema también respecto a la internacionalización de la defensa de los derechos humanos, que se ve como una imposición desde Occidente. Yo pienso que no es así, que es un concepto universal y tiene que ver con el desarrollo de los países de una forma democrática y sin discriminación.

¿Cómo es ejercer el activismo en Turquía ahora? ¿Qué cambios han notado?

El golpe de Estado fue algo traumático para el Gobierno, así que los problemas de derechos humanos se cuadriplicaron. Ha incrementado el número de personas en prisión, por tanto hay un problema de superpoblación en las cárceles. Nosotros, como defensores de derechos humanos, nos estamos enfrentando a restricciones a nuestro trabajo, que se está volviendo cada vez más difícil.

Cada vez hay más defensores que están sin trabajo, han sido arrestados, están siendo vigilados o están sufriendo algún tipo de control legal, así que como defensores de derechos humanos tenemos que dedicar más tiempo a apoyar a otros activistas que lo están pasando mal, a ayudarnos a nosotros mismos, y todo eso hace que las cosas sean más difíciles y haya más preocupaciones en general.

Se ha creado, en cierta manera, un clima de miedo. Es cada vez más difícil hacer llegar a la gente nuestro trabajo porque se han cerrado muchos medios. Se está hablando de regular los permisos para poder publicar en Internet. No sé de qué forma será, pero imagino que hará nuestro trabajo más difícil. Los problemas se han incrementado, los medios de los que disponemos han disminuido, así que la situación es complicada.

¿Y usted no tiene miedo?

No he dicho que no tuviera miedo. Todas las personas que trabajan defendiendo los derechos humanos hasta un cierto punto sí tienen miedo. No es tan importante tener miedo o no, sino aquello en lo que uno cree. Si crees que algo es importante y hay que decirlo, se dice. Quizás seamos más cautelosos que antes, pero nuestros principios son los mismos. Es más importante lo que uno cree que el miedo que pueda tener. Y no es solamente mi caso, sino el de todos los defensores de derechos.

Tras el intento de golpe, Mariano Rajoy calificó a Turquía de país “amigo y aliado”. ¿Qué mensaje mandaría a las autoridades españolas durante su visita?

Les diría que defiendan la causa de los derechos humanos, que defiendan el caso de Taner y que se aseguren de que los acuerdos internacionales que ha firmado Turquía se cumplan, pero también les diría que no asociaran esta idea con la identidad turca. Hablamos de políticas injustas, pero esto no debe asociarse con la identidad de Turquía. Estas leyes no pueden identificarse con la nación o la cultura turcas, son independientes. Le pido lo mismo al Gobierno turco que a los países de la UE, que defiendan los valores de la declaración universal de los derechos humanos.

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