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“En Italia, hay una creciente legitimación de la gente que se declara fascista: lo hace ya sin pudor”

La atleta italiana Daisy Osakue tras la agresión

Ismael Monzón

Roma (Italia) —

¿Lanzar un huevo a la cara de una persona puede considerarse un acto racista? Que se lo pregunten a la atleta italiana Daisy Osakue, de 22 años y padres nigerianos, que el pasado domingo tuvo que ser intervenida de urgencia por heridas en la córnea después de que unos desconocidos le arrojaran huevos desde un coche en la periferia de Turín. La lanzadora de disco de la selección sub 23 denunció la agresión, que según dijo iba seguramente dirigida contra una “persona de color”, como las que transitan por esa zona.

La Fiscalía está investigando el suceso y su posible vinculación con otros ataques anteriores atribuidos a la bautizada como “banda del huevo”, pero sin considerar el agravante de odio racial por falta de elementos. Esté o no claro el objetivo que perseguían los atacantes, su caso no es el primero que hace sonar las alarmas. En el último mes y medio ha habido al menos una decena de acciones contra inmigrantes, de las que los medios se han hecho eco ante la ausencia de estadísticas oficiales recientes.

El Observatorio para la seguridad contra los actos discriminatorios (Oscad), dependiente del Gobierno, señala que entre 2010 y 2017 se recibieron 2.030 casos (304 arrestos y 840 denuncias), de los que el 51,5 % estaba relacionado con la discriminación por raza o etnia. La Oficina de instituciones democráticas y derechos humanos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) recoge las últimas cifras de 2016, cuando la policía italiana registró 803 delitos de odio vinculados a la discriminación (338 por racismo y xenofobia), en considerable aumento desde 2012.

A pie de calle, los casos se siguen acumulando. El pasado domingo varios italianos mataron a golpes a un marroquí, al que tomaron por ladrón en la ciudad de Aprilia, en el centro del país. También aquí la Policía descartó la motivación racial en el asesinato, aunque la víctima despertara sospechas por ser extranjero. Se investiga si los habitantes de la zona han organizado una suerte de patrullas ciudadanas.

Antes que él, fueron otras las víctimas, la más pequeña una niña de etnia gitana de 13 meses que recibió un perdigonazo que le causó una lesión vertebral, lo que podría dejarla inválida. O el sindicalista maliense que murió en una fábrica abandonada en Calabria al ser alcanzado por los disparos realizados por un hombre con fusil a distancia.

También procedían de Mali los dos jóvenes que el pasado junio fueron disparados desde un coche en el centro de Caserta (sur) o el cocinero que vivió un episodio similar en Nápoles. En Latina, al sur de Roma, varios chicos fueron acusados de herir a dos nigerianos en una parada de autobús mientras “practicaban tiro”.

Son escenas que se repiten e inquietan a una parte de la sociedad italiana, como al presidente del país, Sergio Mattarella, que insiste en que “Italia no puede convertirse en el Lejano Oeste”. “El racismo se está insinuando en las fracturas de la sociedad”, aseguró el mandatario, para quien “no ver el grave riesgo que estamos corriendo después de que se multipliquen los casos de violencia sobre migrantes es un grave error”. Ya en febrero alertó contra los riesgos del “nacionalismo extremo y el odio étnico”.

Ese mes, en plena campaña electoral, un joven se puso a pegar tiros contra los africanos que encontró en las calles de la localidad meridional de Macerata, hiriendo a seis. Acabó haciendo el saludo fascista, con la bandera italiana a la espalda. Casi seis meses han pasado desde entonces, periodo en el que el discurso antiinmigración ha encontrado un amplificador en el Gobierno formado entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga de Matteo Salvini, impulsor del cierre de los puertos italianos a las personas rescatadas en el Mediterráneo.

Ante los últimos ataques, el ministro del Interior niega la mayor: “¿Emergencia racismo en Italia? No digamos tonterías”. Incluso el cómico Beppe Grillo, fundador del 5 Estrellas, ha quitado hierro al asunto al criticar “la indignación por un huevo en la cara”. “Con eso basta para quedar paralizados mediáticamente”, añadió. El líder de esa formación y vicepresidente del Gobierno, Luigi Di Maio, cree que acciones contra inmigrantes ha habido en años precedentes, solo que ahora “comienzan a ser noticia”. Mientras, desde la oposición, el secretario general del Partido Democrático, Maurizio Martina, culpa directamente a Salvini de provocar “esta corriente de odio racial”.

También la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) ha expresado su “profunda preocupación por el creciente número de ataques contra inmigrantes, solicitantes de asilo, refugiados y ciudadanos italianos de origen extranjero” durante los últimos meses. “Es difícil establecer una relación directa entre las agresiones y las políticas del Gobierno, pero sí es cierto que tenemos un ministro (Salvini) que ha basado su estrategia en la propaganda racista”, subraya Chiara Favilli, profesora de Derecho Europeo por la Universidad de Florencia y experta en políticas comunitarias de asilo.

La presidenta de la ONG Emergency, Rosella Miccio, ve con “extrema preocupación” estos hechos de violencia “intolerables”, que “no son esporádicos” ni mucho menos se pueden “minusvalorar”. “Hay una creciente legitimación de la gente que se declara fascista y que lo hace ya sin pudor” bajo el lema de “primero los italianos”, afirma Miccio. Considera que “se están creando enemigos que no existen y se demoniza al extranjero”, mostrando una incapacidad para “aceptar las diferencias”. Y apela a la “responsabilidad de los políticos” en este delicado momento.

El docente de Ciencias Sociales de la Universidad de la Sapienza de Roma Luis Antimo acusa, por su parte, al titular de Interior de ser “uno de los promotores de esta campaña alarmista sobre la inmigración clandestina”, aumentando la “hostilidad hacia los inmigrantes” a pesar de que su llegada a las costas italianas ha disminuido recientemente. Entre enero y julio de este año, llegaron a Italia un total de 18.392 inmigrantes y refugiados por la denominada ruta del Mediterráneo Central, cinco veces menos que en el mismo periodo de 2017, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Pero una cosa son las cifras reales y otra la percepción que de ellas tienen las personas.

Un reciente informe de la comisión parlamentaria italiana sobre los fenómenos ligados a la intolerancia recoge que la mayoría de los italianos creen que los inmigrantes son el 30 % de la población, cuando en verdad representan el 8 %. Según un sondeo de Ipsos difundido el pasado junio, el 59 % de los italianos opina que su “identidad” está en riesgo y el 59 % considera que la inmigración tiene un “impacto negativo” en su país. Para la profesora de Psicología Social de la Universidad Bicocca de Milán Chiara Volpato, la crisis económica ha debilitado el tejido social, pero en el actual contexto Salvini está utilizando la “propaganda política” para “culpar de todo a los inmigrantes”.

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