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'Alien', 'Matrix', 'Terminator': tus películas de ciencia ficción favoritas son conservadoras

Portada de '¡Vigilen los cielos!' escrito por Luis Miguel Ariza

Francesc Miró

Si miramos las películas más taquilleras de los últimos años, es fácil entender por qué hablamos del auge del superheroico como el más exitoso y popularmente aceptado género cinematográfico. Al calor de los números, las tres películas de Vengadores se cuentan entre las diez más taquilleras de la historia. Y si seguimos rascando podremos descubrir que entre los títulos que más han recaudado también se encuentran Black Panther, Iron Man 3 o Capitán América: Civil War.

Sin embargo, hubo un tiempo en el que el cine de ciencia ficción ocupaba ese hueco reservado a la auténtica fascinación. El espacio que ocupa la sorpresa, elemento esencial del séptimo arte, se recompensaba con la asistencia masiva a las salas de un público que no hacía más que ver un reflejo de algo posible y por ello perturbador, ya fuere hoy, mañana o pasado. De hecho, si hacemos el ejercicio de ajustar la inflación en el precio de la entrada nos nos costará comprobar que La guerra de las galaxias, E.T. el extraterrestre, Avatar o Jurassic Park siguen siendo algunas de las películas más vistas de la historia, como bien reflejan los datos de Box Office Mojo.

Y todas ellas dicen más de lo que parece. De una forma u otra, vehiculan formas de entender el mundo, modelos de pensamiento y política. Así lo describe Luis Miguel Ariza, periodista y escritor licenciado en Ciencias Biológicas que acaba de publicar ¡Vigiles los cielos! de la mano de arpa editores.

Ensayo ameno, de lenguaje sencillo y lectura desenfadada, que repasa algunos de los títulos más esenciales de la historia del cine de ciencia-ficción moderna para reflexionar, en palabras suyas, sobre “lo que estas películas cuentan sobre nosotros mismos, nuestras ideas, nuestra forma de pensar, nuestras actitudes ante los prodigios y los peligros que traen los desarrollos científicos y tecnológicos”. Rescatamos algunas de entre las 22 que el escritor reinterpreta.

Alien, el octavo pasajero (1979)

Alien, el octavo pasajero

El carguero espacial Nostromo interrumpe su viaje despertando a sus tripulantes. El ordenador central ha detectado una transmisión procedente de un planeta aparentemente deshabitado. Con el fin de investigar el origen de la comunicación, la Nostromo aterriza allí. La desgracia se cierne sobre la tripulación cuando uno de los tripulantes queda infectado de un parásito que evolucionará en una forma de vida alienígena dispuesta a no dejar títere con cabeza. Aunque tal vez quiera eso la compañía dueña del carguero…

La mítica película con la que Ridley Scott reinventó el terror espacial, se significó como una brutal contestación a la ciencia-ficción optimista de la era spielbergiana de E.T. El extraterrestre y Encuentros en la tercera fase.

Según Ariza, sin embargo, se trata de un film que responde a una narrativa clásica conservadora que ve en los progresos científicos y tecnológicos el gran mal de su era. “La lista de los horrores que aparecen en las historias de ciencia ficción es larga pero en su mayoría el origen radica en un uso inadecuado o imprudente de la tecnología”. Este uso es, justamente, el que define su discurso.

“Para establecer el tono político de la película fijémonos en el papel que desempeñan las máquinas”, explica el periodista y escritor. Re refiere, obviamente, tanto al ordenador MADRE de la Nostromo como al Androide Ash. Ambos, inteligencias completamente al tanto de los verdaderos planes de la compañía, que quiere capturar a la criatura xenomorfa aunque fuere a costa de la tripulación. “O sea que nos encontramos a un grupo de humanos asustados por culpa de una criatura espantosa y de añadidura con toda la inteligencia artificial de la nave en contra”. Para Ariza, una de las características más importantes de la película de Scott “es su temor y aversión profunda hacia las máquinas y cualquier forma de inteligencia mecánica”.

Por si su discurso anticientífico fuera poco, resulta ser que el Alien podría convertirse en un proyecto militar para crear un arma diabólica. “Lo que nos dice la película es que sus máximos responsables están a favor de la guerra y de usar cualquier recurso para ganarla. Que en definitiva es la ideología imperialista por excelencia: extender su poder y dominio sobre la sociedad mediante la calidad y la potencia de sus armas”.

Terminator (1984)

Terminator

En la ciudad de Los Ángeles del año 2029, las máquinas libran una guerra contra los humanos. Han acabado con casi toda la humanidad pero un grupo de rebeldes liderado por John Connor lucha contra ellas. Sin embargo a las máquinas se les ocurre una idea brillante para acabar con la rebelión: enviar a un robot asesino llamado Terminator al pasado. Allí tendrá que acabar con Sarah Connor, la madre de John, para impedir el nacimiento del líder rebelde.

Según Ariza, hay tres elementos que vehiculan una ideología fundamentalmente conservadora en Terminator: el papel de la mujer, el de la tecnología, y el del Estado.

Respecto al primero, es obvio que la película de James Cameron reserva a la mujer un papel fundamental en su desarrollo. Pero, ¿cómo lo hace? Defendiendo la maternidad como la clave de representatividad máxima de la feminidad. “Su condena al aborto es explícita y contrario a los movimientos feministas de liberación de la mujer”, reflexiona Ariza. “Miradlo de esta manera: Sarah Connor tiene un hijo en una aventura sexual de una sola noche. ¿Qué habría pasado si hubiera decidido abortar? El feminismo haría el trabajo de las máquinas asesinas y condenaría a la humanidad a la extinción”.

La repulsa al aborto domina el fondo de la narración en las dos películas dirigidas por Cameron. Y a eso se añade “el elemento de la traición de las máquinas, que representa el fracaso de la tecnología y, en suma, de la ciencia, que no son otra cosa que extensiones culturales y logros colectivos de las sociedades más progresistas”. Y por último, su desprecio hacia lo público se estructura en torno a la ineptitud de todos los estamentos públicos para pararle los pies a Arnold Schwarzenegger, ni la política, ni la policía, ni los militares. “No hay consenso posible, el triunfo siempre se alcanzará a costa de la iniciativa privada; es el individuo el que debe confiar en sus propias fuerzas. Por su inoperancia, el Estado no merece nuestra confianza”.

12 monos (1995)

12 monos

Bruce Willis es un viajero en el tiempo que llegará hasta nuestros días desde un futuro apocalíptico para intentar acabar con un virus que diezmará a la raza humana. Solo que… dará con sus huesos en un manicomio.

Una de las películas de culto de Terry Gilliam, que parece tener una carrera en la que solo figuran obras capaces de sostener esta etiqueta, es también una de sus películas más conservadoras. Siendo un hombre de difusa sensibilidad progresista aunque dado a la polémica, 12 monos es, a los ojos de Luis Miguel Ariza “un film distópico y anticientífico. Quizás una de las películas en la que los hombres de bata blanca salen peor parados”.

Cierto es que si nos atendemos a su representación del progreso, no hay nadie que salga bien parado: en el futuro, la sociedad vive dominada por una suerte de crueles tecnócratas formada por médicos, científicos y psiquiatras. Sin embargo, para Ariza “el color político de la película resulta fascinante: los científicos no pueden tener una imagen más pésima, son pequeños tiranos que juegan de forma maquiavélica con el engaño y la mentira”. Tampoco los psiquiatras salen bien parados. Incluso se pasea por ella un premio Nobel que, lejos de utilizar sus recursos para hacer algo por el bien común, es uno de los principales causantes de la liberación del virus.

Esa voluntad responde a los científicos de nuestros días que Gilliam convierte en “una anticipación del estereotipo ciertamente exagerado del científico terrorista, que busca acabar con la humanidad en lugar de con el progreso a cualquier precio”. En definitiva, según ¡Vigilen los cielos!,12 monos articula los miedos inherentes a la manipulación genética y la investigación científica: una reacción típicamente conservadora”.

Contact (1997)

Contact

Antes, Eleanor Arroway creía en Dios, pero tras la muerte de su padre su nueva religión es la ciencia. Trabaja con un grupo de científicos que analizan ondas de radio procedentes del espacio exterior con el fin de encontrar señales de inteligencia extraterrestre. Un día, reciben un mensaje que puede ser la clave para reunirse con estos seres. Sean lo que sean.

Aunque Eleanor al principio acude a la ayudad estatal, pronto esta le requiere unos beneficios inmediatos que ella y su equipo son incapaces de cumplir. Entonces recurrirá a la ayuda privada, posicionándose así como “una crítica muy intensa a la política científica estatal”. Según Ariza, la película dirigida por Robert Zemeckis, y que predijo en cierto sentido muchas de las derivas de la ciencia ficción actual, “apuesta por la iniciativa privada, el riesgo empresarial y la aventura capitalista. Contact es un film que apuesta por el corporativismo”.

En este film “el Estado ha fracasado: es la iniciativa privada la que proporciona a nuestra buena doctora una segunda oportunidad”, y eso hace oscilar a la película “desde lo liberar a lo individualista”. Aunque “Contact critica la extrema derecha y el mesianismo”, escribe Ariza, “reconozcámosolo, al final su misticismo se impone a la racionalidad. El viaje de Arroway podría ser consecuencia de una alucinación provocada por las drogas, un viaje iniciático repleto de mística new age”.

Matrix (1999)

Matrix

Thomas Anderson es programador de una respetable compañía de software. Vive hastiado en el trabajo y se siente frustrado con su vida. Sin embargo, por las noches adopta otra personalidad; las del hacker Neo. Un día, Neo recibirá la visita de alguien que le descubrirá que el mundo en el que vive no es real: es una simulación virtual pensada para mantener a los humanos esclavizados.

“Su mensaje es claramente anticientífico, y eso nos da una pista para descubrir su color político, ya que resulta una película muy conservadora en sus esquemas narrativos”, sostiene Ariza en ¡Vigilen los cielos!. Aunque las hermanas Wachowski sean, a día de hoy, dos de las voces más progresistas de la industria hollywoodiense, su película más famosa –habría que discutir si la mejor- es “uno de los filmes que más valoran la acción del individuo sobre el resto, y sin duda una de las más radicales películas de ciencia ficción en la que el estado se ha convertido en un enemigo mortal al que destruir”. Neo es un pirata informático y su retrato de dicha figura es “esencialemente un individuo versus el estado, es decir, un liberal nato”.

Ese hacker es el resultado de su mensaje mesiánico. “La sociedad, el estado, el gobierno, no son más que farsas. Toda la esperanza gira en torno a un único individuo entre millones. Tiene que ser especial, único. El consenso del resto es insuficiente para conjurar la amenaza de las máquinas”, describe el periodista y escritor.

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