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Miguel de Molina, víctima LGTB, represaliado del franquismo

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El artista malagueño Miguel Frías de Molina, Miguel de Molina, (1908-1993), llamado en su época El rey de la copla, fue un artista completo, multidisciplinar. De origen muy humilde, fue principalmente cantante de copla y bailarín, destacando su participación en el el aclamado Amor Brujo en el  Teatro Español, en abril de 1934, junto a grandes figuras como Antonia Mercé, Pastora Imperio y Vicente Escudero. Como actor, trabajó a las órdenes de importantes cineastas de la época  como el canario Claudio de la Torre, de quien este año conmemoramos el centenario de su Premio Nacional de Literatura. 

Al igual que tantos artistas de entonces, con los que compartió amistad, Miguel de Molina es expresión artística de una época cultural tan floreciente como convulsa. Pero también un exponente   del acoso más abyecto a muchos hombres y mujeres. Perpetrado durante los años del golpe militar, la guerra y la posterior dictadura de Franco, esta caza de talento traería la aniquilación de una generación completa de artistas e intelectuales florecientes. Representantes de la cultura más transgresora, libre y vanguardista, perseguidos y torturados por muchos motivos, fundamentalmente ideológicos. Pero también, y no conviene olvidarlo, homófobos. Miguel de Molina, amigo personal de Federico García Lorca, ya había visto pagar cara, con su propia vida, la libertad  y el talento  de su amigo. Tras una paliza que recibiría a la salida de una de sus actuaciones en el Teatro Pavón, en Madrid, decidió marcharse a emprender una vida de fama en Argentina, estableciéndose en Buenos Aires. No serían años sencillos, puesto que el azote de la obcecación homófoba también llegaría hasta ese país, por lo que también recabaría en otros lugares, como México. Apartado de su tierra, a la que regresó sólo en una ocasión, contempló siempre con la nostalgia del exiliado la vida que no se le permitió vivir, hasta su muerte en Buenos Aires, ocurrida en 1993. El interés que despierta hoy su figura es universal, no sólo desde el ámbito cultural, sino también académico y se extiende gracias a la magnífica labor de visibilización que ejercen sus herederos, a través de la Fundación Miguel de Molina.  

Recientemente y por iniciativa del Grupo Socialista, se ha registrado una moción en la comisión de Cultura del Senado para el reconocimiento del artista como víctima LGTB, represaliada del franquismo, y para que se valore la puesta en marcha por parte de las administraciones públicas, de un centro para la exhibición permanente de su legado. Miguel de Molina merece ser recordado como protagonista de un tiempo en el que la represión o persecución se manifestaba de múltiples formas afectando singularmente a las personas LGTB, con formas especiales de represión o violencia por causa de su orientación o identidad sexual, singularizadas incluso en normas. Llama la atención que la propia modificación de la Ley de Vagos y Maleantes para incluir a «los homosexuales» sea del año 1954. Y en agosto de 1970 se aprobaría la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que definía como peligrosos sociales a «los que realicen actos de homosexualidad».

La democracia en España vive momentos de perplejidad, con las anunciadas leyes autonómicas de la concordia, que no son más que un modo de anular la memoria necesaria de un episodio oscuro de nuestra historia más reciente. El blanqueamiento del franquismo con su equiparación de la Segunda República, en un momento en los que se pretende poner a las víctimas a la misma altura que sus verdugos, hace necesaria la reivindicación de la memoria de Miguel de Molina, cuya figura siempre estará ligada, sin ninguna duda, al arte de la copla como expresión artística nacional. Especialmente en una época de privación de libertades. Por ello, consideramos significativo -y no dejaremos de hacerlo- el recordar a la ciudadanía (especialmente a los más jóvenes) lo que muchos hombres y mujeres de este país tuvieron que padecer, en un tiempo de intransigencia en el que se nos arrebató el derecho más fundamental que existe: a ser nosotros mismos.

El artista malagueño Miguel Frías de Molina, Miguel de Molina, (1908-1993), llamado en su época El rey de la copla, fue un artista completo, multidisciplinar. De origen muy humilde, fue principalmente cantante de copla y bailarín, destacando su participación en el el aclamado Amor Brujo en el  Teatro Español, en abril de 1934, junto a grandes figuras como Antonia Mercé, Pastora Imperio y Vicente Escudero. Como actor, trabajó a las órdenes de importantes cineastas de la época  como el canario Claudio de la Torre, de quien este año conmemoramos el centenario de su Premio Nacional de Literatura. 

Al igual que tantos artistas de entonces, con los que compartió amistad, Miguel de Molina es expresión artística de una época cultural tan floreciente como convulsa. Pero también un exponente   del acoso más abyecto a muchos hombres y mujeres. Perpetrado durante los años del golpe militar, la guerra y la posterior dictadura de Franco, esta caza de talento traería la aniquilación de una generación completa de artistas e intelectuales florecientes. Representantes de la cultura más transgresora, libre y vanguardista, perseguidos y torturados por muchos motivos, fundamentalmente ideológicos. Pero también, y no conviene olvidarlo, homófobos. Miguel de Molina, amigo personal de Federico García Lorca, ya había visto pagar cara, con su propia vida, la libertad  y el talento  de su amigo. Tras una paliza que recibiría a la salida de una de sus actuaciones en el Teatro Pavón, en Madrid, decidió marcharse a emprender una vida de fama en Argentina, estableciéndose en Buenos Aires. No serían años sencillos, puesto que el azote de la obcecación homófoba también llegaría hasta ese país, por lo que también recabaría en otros lugares, como México. Apartado de su tierra, a la que regresó sólo en una ocasión, contempló siempre con la nostalgia del exiliado la vida que no se le permitió vivir, hasta su muerte en Buenos Aires, ocurrida en 1993. El interés que despierta hoy su figura es universal, no sólo desde el ámbito cultural, sino también académico y se extiende gracias a la magnífica labor de visibilización que ejercen sus herederos, a través de la Fundación Miguel de Molina.