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¿Hacia una guerra abierta?

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Si el terrorismo es una cuestión mundial, es obvio que concierne a todos los pueblos del mundo; sin embargo, del discurso de Estados Unidos -plenamente identificado con el de Israel- se desprende que ambos estados son los únicos que se preocupan y sufren por el “terrorismo” y, más aún, que sólo ellos son capaces de identificarlo y de combatirlo cuando, como y donde quieran. 

Esta actitud paternalista supone, además de un desprecio al resto del mundo, un monopolio de lo que significa la “conciencia” del peligro y del derecho a “combatirlo”. Se trata de una visión simplista del mundo que lo reduce todo a una dicotomía entre el “bien y el mal”, entre “Satán y el Misericordioso”, como señalara Jomeini, paradójicamente. En ella se da por sentado que Estados Unidos e Israel representan “el bien” y que los que ellos identifican como “enemigos” encarnan el “mal”. Se trata de distinguir entre los “poderosos” y los “débiles”, entre los “capaces” y los “impotentes”. Así pues, los poderosos y capaces se arrogan la facultad de decidir por el resto de los países, de velar por ellos y de protegerlos del terrorismo.

Es una visión que se basa en una especie de cowboyismo intelectual y político que, en definitiva, sólo sirve a quienes no respetan la Democracia, el Derecho Internacional y los Derechos Humanos. Se trata de una visión que retroalimenta a los terroristas y se alinea junto a las fuerzas neofascistas y a la derecha racista europea. Además, sirve para reforzar a regímenes dictatoriales.

Según esta visión, Estados Unidos monopoliza no sólo la “verdad” sino también la “conciencia”, preocupándose únicamente de sus propios intereses, derechos, libertades y soberanía. La pregunta que debe plantearse en este contexto sería: ¿expresa esa visión la mirada de Europa?; y en el caso de que no se identifique con ella, ¿qué está haciendo Europa a nivel mundial para cambiar la visión estadounidense que domina el curso de los acontecimientos, especialmente en la guerra de Ucrania y en las masacres cometidas por Israel en Gaza?

A la luz de lo anterior, parece que no hay lugar para los Derechos Humanos en el discurso político estadounidense, excepto cuando aplicarlos sirve a sus intereses. Un discurso que distingue entre los seres humanos que representan al “bien” y los que representan al “mal” termina por negar la condición humana de los últimos, hasta el punto de que su tortura o exterminio no debe suscitar ninguna objeción, ya que se trata de meros “animales”. Es más, señala a los “representantes del mal” como vulnerables a la invasión, el sabotaje y el asesinato “como castigo por su maldad”.

Etiquetar a los países como “ejes del mal” incluye privarlos de su derecho a la soberanía, a la independencia, a la libertad, etc.. Es una lógica colonial genocida de nueva generación que, además de despreciar las normas y los acuerdos internacionales, degrada al ser humano en su esencia. Es como si una enfermedad se alojara en el cerebro de la política estadounidense impidiéndole entender que el mundo está compuesto por seres diversos y complejos y que Estados Unidos es una parte más de esa diversidad y no su líder.

Este discurso de EEUU ha logrado enganchar a Europa a su locomotora, desestabilizando sus valores y desdibujándola artística y culturalmente. Basta ver la influencia ejercida por la “civilización” americana en los campos del arte, la música, la danza, los deportes, la pintura, la escultura, la poesía, la novela, el cine o los modos de vida y pensamiento, para darnos cuenta de que Europa está renunciando a una parte importante de su identidad. Entre las consecuencias de este debilitamiento está el hecho de que Estados Unidos comienza a considerar a Europa como otro “tercer mundo” y sobre esta base establece sus relaciones.

Frente al total apoyo estadounidense a las prácticas políticas de Netanyahu, que entiende que matar a decenas de miles de palestinos y demoler sus hogares es una política “defensiva”, el mundo necesita una Europa eficaz, activa y racional, que dé un paso adelante en la defensa de los Derechos Humanos que Israel está violando. Continuar ignorando estos derechos no sólo complica la situación en Palestina. Esta impunidad alienta, también, los ataques de Israel a otros países y alimenta el “terrorismo”. Es fundamental que Europa deje de ser el vagón de cola de esa locomotora estadounidense que apoya la sinrazón israelí en Gaza y Oriente próximo. 

Una oposición europea a la visión política estadounidense del mundo a estas alturas ya no es suficiente. Es necesario un “nuevo renacimiento europeo”, para establecer un mundo humano, no sólo por el bien del mundo, sino por el bien de Europa misma y por el bien de la humanidad en todo el mundo.

Si el terrorismo es una cuestión mundial, es obvio que concierne a todos los pueblos del mundo; sin embargo, del discurso de Estados Unidos -plenamente identificado con el de Israel- se desprende que ambos estados son los únicos que se preocupan y sufren por el “terrorismo” y, más aún, que sólo ellos son capaces de identificarlo y de combatirlo cuando, como y donde quieran. 

Esta actitud paternalista supone, además de un desprecio al resto del mundo, un monopolio de lo que significa la “conciencia” del peligro y del derecho a “combatirlo”. Se trata de una visión simplista del mundo que lo reduce todo a una dicotomía entre el “bien y el mal”, entre “Satán y el Misericordioso”, como señalara Jomeini, paradójicamente. En ella se da por sentado que Estados Unidos e Israel representan “el bien” y que los que ellos identifican como “enemigos” encarnan el “mal”. Se trata de distinguir entre los “poderosos” y los “débiles”, entre los “capaces” y los “impotentes”. Así pues, los poderosos y capaces se arrogan la facultad de decidir por el resto de los países, de velar por ellos y de protegerlos del terrorismo.