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Otra forma de luchar contra el cambio climático: una ballena absorbe el mismo CO2 que mil árboles

Las ballenas capturan carbono a través de su cuerpo y facilitando nutrientes al océano.

Laura Rodríguez

Las ballenas podrían ser como grandes bosques. Igual que las plantas, su gran cuerpo facilita la captura y liberación de carbono y, desde hace unos años, algunos las defienden como uno de los recursos naturales que tenemos para luchar contra el calentamiento del planeta. Un nuevo informe que acaba de publicar el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima el beneficio económico que supondría favorecer a las ballenas y defiende que, igual que hacemos con las grandes selvas, debemos compensar a los países para que las protejan.

“Cuando se trata de salvar el planeta, una ballena equivale a mil árboles”, señala el documento de un grupo de economistas liderado por Ralph Chami, director adjunto del Instituto de Desarrollo de Capacidades del FMI. Una ballena secuestra, con sus estimaciones, hasta 33 toneladas de CO de media en toda su vida mientras que un árbol unos 28 kilos al año, por lo que su potencial resulta importante.

Las ballenas capturan carbono a través de su cuerpo y facilitando nutrientes al océano, según han descubierto varios estudios en la última década. El colosal cuerpo de estos cetáceos es un gran depósito de carbono que se almacena durante su larga vida. Cuando mueren, las carcasas se hunden hasta el fondo del mar, donde el carbono queda secuestrado durante cientos de miles de años.

Además, mientras viven, las ballenas trasladan nutrientes esenciales desde el fondo del mar hasta la superficie y con sus colosales heces, que en inglés se conocen como poo-namis ('tsunamis de caca'), aportan minerales escasos en los mares, en especial hierro y nitrógeno, para la fertilización del fitoplancton. Estas criaturas microscópicas no solo contribuyen con al menos el 50% de todo el oxígeno de la atmósfera sino que se estima que capturan hasta el 40% de todo el CO que se produce, lo que según el informe equivaldría a 1,70 billones de árboles o cuatro bosques como el Amazonas.

Pero todavía resulta difícil cuantificar la capacidad de almacenar carbono de las ballenas. “Se trata de un concepto nuevo”, comenta Steven Lutz, coordinador del proyecto Bosques Azules, “y no debemos sobreestimarlo. Necesitamos mucha más investigación para evaluar el carbono de las ballenas y su significado global para poder traducirlo en políticas relevantes”.

Por eso el informe del FMI establece el valor económico de las ballenas como una estimación. Si se tiene en cuenta su valor monetario en el mercado actual de CO con una media de 33 toneladas por cabeza, más los beneficios que aportaría por el aumento de la pesca y las ganancias que genera con el ecoturismo, cada ballena representaría unos 2 millones de dólares y la población total existente sobre un billón de dólares (unos 910.000 millones de euros).

Durante el siglo XX, el número de ballenas descendió de 4 a 5 millones de ejemplares a los poco más de 1,3 millones que viven en la actualidad. A pesar de la reducción drástica de los últimos años en la pesca comercial, algunas especies no se recuperan y otras lo hacen muy lentamente. Muchos cetáceos todavía mueren al chocar con grandes buques, al estrangularse con redes pesqueras, al tragar plásticos en el mar y por los grandes ruidos, uno de los peligros más terribles para estos animales.

Para el equipo de Ralph Chami, poner precio a las ballenas permitiría crear un mercado de incentivos similar al que se ha desarrollado en la protección de los grandes bosques. Igual que el programa de la ONU para la Reducción de Emisiones de la Deforestación y la Degradación de los bosques paga una cantidad a algunos países para que preserven la selva, se podría, por ejemplo, compensar a las compañías de buques para que alteren sus rutas y reduzcan su riesgo de colisión.

El grupo de economistas del documento señala que las ballenas sufren de lo que se conoce como la “tragedia de los bienes públicos”, en la que los individuos no se sienten lo suficientemente motivados para cumplir la parte que les corresponde para preservarlos. Igual que las naciones no son capaces de comprometerse a proteger la atmósfera que compartimos aunque reconozcan su valor y sus beneficios, la conservación de muchos animales, como los grandes cetáceos, depende de una voluntad difícil de movilizar. Para estos autores, la solución implica buscar precios y pagar a los que deben sacrificarse. Pero, sobre todo, reconocer el equilibrio de los ecosistemas y buscar una manera para vivir dentro de los límites del planeta.

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