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Nace el primer obrador colectivo de Asturias: “El mundo rural sigue siendo visto como un recurso capitalista”

Verónica Sánchez, socia cooperativista de la recién creada Cooperativa Agroecolóxica de Cabranes.

Elena Plaza

Amieva —

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Cuando nació Verónica Sánchez, su pueblo, Argolibio (Amieva), contaba 40 habitantes. Hoy en día tiene 20, algo que le parece “muy importante” a destacar. Antropóloga de formación y con un máster en Agroecología, “que es lo más vinculado con la soberanía alimentaria”, vivió en Madrid y en México, en su recorrido de vida destaca ser activista de varios movimientos sociales, ser feminista, además de madre de dos peques. Actualmente da clases de Antropología Social en Educación Social y hace investigación con La Varagaña, una asociación que practica la agroecología con perspectiva de género.

Además es una de las socias cooperativistas de Kikiricoop, entidad que agrupa a Asturcilla y al catering Confusión Comidas, que se acaba de integrar en otra cooperativa mayor, la Cooperativa Agroecolóxica de Cabranes. De su mano nace el primer obrador colectivo de Asturias, instalado en el Vivero de Empresas de Santolaya. Con ella hablamos sobre agroecología, soberanía alimentaria y reto demográfico, ese gran cajón de sastre que atraviesa múltiples realidades.

¿Cómo surge Kikiricoop y hacia dónde avanza, por establecer un punto de partida?

Kikiricoop surgió de un grupo de personas que vivíamos en Cabranes y veníamos de los movimientos sociales. Se creó para dotarnos de un obrador para nuestros proyectos. Queríamos vivir allí y necesitábamos encontrar una fuente de empleo vinculada, como la recuperación de variedades locales de avellano, al aprovechamiento de recursos locales para el catering. Conseguimos un obrador muy chiquitín y empezamos con esos proyectos. Luego se sumó el de comedores escolares ecológicos. Los principios de Kikiricoop han sido siempre los básicos de la agroecología: un mundo rural vivo, hacer un trabajo que tuviese que ver con la producción local, generar beneficios sociales y medioambientales. Es importante para nosotros incorporar la economía feminista con la cuestión de los cuidados, poner en el centro la vida antes que las mercancías, la famosa tensión capital-vida: cuando tomas decisiones en favor de la vida normalmente son en contra del capital porque te salen más caras. Tomamos decisiones que no son monetariamente las mejores, pero que sí tienen que ver con nuestros principios. En ese momento no había escuela de 0 a 3 en Cabranes, y nos evitamos el debate de si queríamos compartir o no la crianza primera de nuestros hijos con ellos, así que establecimos una serie de medidas con bajas por maternidad y paternidad mucho más largas de lo que eran entonces a costa de la cooperativa, con jornadas laborales no superiores a 32 horas y con turnos en los que cada día una de las personas socias cuidaba a los niños y niñas de todos durante el horario laboral, siendo remunerada al mismo precio que el resto de tareas. Y esto duró bastantes años con un coste económico muy grande para la cooperativa pero que reportó bastante resiliencia al proyecto. Y hace un par de años entramos en el proyecto de hacer una cooperativa mayor con los compañeros de Fungi Natur.

Con los que formáis una red de apoyo mutuo entre productores, la Resistencia Neopaisana.

Sí, y de ahí han salido pequeñas cosas, como mudarnos de nuestro mini obrador a uno mayor, con el que hemos empezado ahora. Supone un salto de escala logístico, pero también organizativo con la creación de una cooperativa mayor, la Cooperativa Agroecolóxica de Cabranes. Ahora nos planteamos aumentar nuestra producción, clave para nuestra supervivencia porque tenemos ese problema que tienen todos los pequeños proyectos, el de la escala, y que necesitamos para ser sostenibles económicamente. Tenemos una pequeña tiendina que presta mucho porque los productos son locales y la gente que viene es del pueblo. Estamos viendo cómo hacer para compartir el obrador con otros productores, un tema estratégico porque para acceder a la transformación hace falta inversiones enormes. Tenemos un anhelo grande de salir de la precariedad relativa porque nos damos cuenta de que, como siempre en nuestro sector y como grandísima amenaza para la soberanía alimentaria, está esta cuestión de la rentabilidad, lo que genera un desgaste a largo plazo. Y digo que es una amenaza porque el sector primario, y nosotros que estamos en la transformación, muy cerca del sector primario, está tremendamente empobrecido en parte por la naturaleza del sector y en parte por la cultura de alimentos baratos en la que hemos nacido. Para que haya nuevas productoras, ganaderos, agricultoras, gente que haga artesanía alimentaria, nosotros a los chavales de nuestro pueblo tenemos que poder decirles “Mirad lo que yo hago, vas a vivir como yo, o sea, con dignidad”. Mientras no puedas decir eso, es imposible que haya relevo generacional.

Inauguráis obrador colectivo, una iniciativa no muy vista en Asturias en comparación con otros territorios como Cataluña, donde hay iniciativas tanto a nivel público como privado, pero que desde el Ayuntamiento de Llanes también interesa.

Sí, están intentando desde el Ayuntamiento impulsar un obrador colectivo en Llanes, y en Villaviciosa también se intentó, pero no se llegó a realizar.

¿Cómo funcionan estas colectividades a las que a veces se les cuelgan determinadas etiquetas?

La verdad es que nosotros no tenemos ningún cheque de nadie, ni de familias ricas, ni de inversores capitalistas, aunque hay que decir que en el obrador colectivo, y esto es importante, hemos tenido la ayuda de una fundación privada, la Fundación Daniel y Nina Carasso, y otra subvención del Ministerio para la Transición Ecológica, de la convocatoria de Reto Demográfico. Han sido ayudas muy significativas, cosa que no habíamos tenido antes. Y ahora paso a definir lo que entendemos por obrador colectivo: es una instalación de industria alimentaria en la cual existen distintos registros sanitarios que pueden corresponder a distintas entidades, es decir, que no todos esos registros pertenecen a la misma empresa, pero todos pueden utilizar la misma instalación, aunque también hay actividades que son incompatibles con otras.

Un registro sanitario dice que estás autorizada a elaborar productos de transformación, pero si de repente una agricultora tiene muchísimos tomates y quiere hacer conservas vegetales en nuestro obrador, tendría que pedir una autorización para ello pero no tendría porqué hacer un obrador nuevo, sino simplemente entrar a compartir. Hay varios obradores colectivos en el Estado que te puedes hacer socia de la propia cooperativa o ser un usuario puntual y pagar un pequeño alquiler.

¿Cómo contribuye la soberanía alimentaria al desarrollo y la dinamización de los territorios rurales y la lucha contra el reto demográfico?

Cuando hablamos del reto demográfico se nos olvida de dónde viene esta desmembración y desmantelamiento del mundo rural. El mundo rural no tiene que estar únicamente especializado en la producción de alimentos o de otras cuestiones, como el extractivismo para la ciudad, pero es verdad que los pueblos están donde están porque están dentro de eso que llamamos agroecosistemas, allí donde se podía producir alimento. Ahora pensamos en la llegada de población bajo distintas motivaciones, como nómadas digitales, pero la verdad es que algo fundamental para el arraigo en un territorio es el arraigo en esa tierra y no hay nada que lo sea más que la producción agrícola, ganadera, apícola… y desde ahí hay una relación entre el reto demográfico y la soberanía alimentaria. Uno de los principios de esta soberanía es que la producción y el consumo de alimentos sea lo más local posible, donde los y las agricultoras tengan la capacidad de participar en las decisiones acerca de cómo se producen los alimentos, la identidad cultural de los alimentos. La soberanía alimentaria atraviesa cuestiones desde el suministro alimentario hasta el paisaje pensando en la sostenibilidad de esos agroecosistemas de cara al futuro. Son dos conceptos, o dos grandísimos retos, totalmente complementarios. El reto demográfico en Madrid sería sacar gente, pero estamos hablando de llevar gente a lugares que están viviendo una desvertebración social y territorial completa por la falta de gente y por la carestía de servicios. Son dos cosas que, o caminan a la par, o difícilmente van a caminar porque obviamente soberanía alimentaria sin agroecosistemas y productores primarios no puede existir. Luego está el cambio climático. Y en cuanto al reto demográfico, ¿se puede vivir en los pueblos donde la gran mayoría de la población no tenga ninguna relación con el propio agroecosistema que lo rodea? Yo creo que no, pero no quiere decir ni que el 100% ni el 70% de la población tenga que dedicarse a eso, que es un poco el pasado, de donde venimos. En los pueblos hacen falta maestros, hacen falta músicas, personas mayores, críos… de todo. Pero es verdad que hace falta personas que hagan que esos agroecosistemas produzcan.

Aquí entra en colisión la gentrificación y la turistificación.

Ahí hay una cuestión que a mí me parece loca: es obvio que el campo y el territorio y las explotaciones agrarias han sido vistas por el capitalismo como una fuente de extractivismo. A veces creo que el mundo rural sigue siendo visto como un recurso, y lo digo en el sentido más marxista y capitalista del término, incluso para la conservación, no como un sujeto capaz de pensarse en cuanto a ente social, ¿no? Porque cuando hablamos de territorio hablamos de la política que se inscribe sobre la tierra, de la parte social, cultural y en cuanto a sus dimensiones físicas geográficas.

La turistificación es algo que también tiene que ver con todo esto, como un recurso para el ocio que se basa en los valores naturales y del patrimonio de las zonas rurales. Por supuesto la turistificación genera problemas, o la gentrificación, lo cual impide el asentamiento de población de manera permanente, genera unas dinámicas muy estacionales de empleo y de extractivismo de multitud de recursos. Es como la cuadratura del círculo, porque en ese momento en que la vivienda no es accesible y la tierra tampoco lo es demasiado, pues es muy difícil que la gente se asiente y mucho más que se asiente para hacer algo en el sector primario, que es profunda o intensamente poco rentable. Por tanto si no hay empleo, el que hay es de difícil consolidación, la vivienda es muy cara y las tierras no son accesibles, con múltiples problemas de ordenación del territorio, de presión urbanística, pues es bastante complejo. A ver, no quiero dar toda la visión negativa porque sí que sabemos que los proyectos de vida que tienen que ver con tener una vida digna en lugares un poco menos complejos o menos estresantes y la producción de alimentos cada vez se ubica un poco más como una vida deseable, tal vez porque venimos huyendo de formas de vida que hemos visto que no eran demasiado deseables o que cada vez lo son menos. También creo que vamos sensibilizándonos con lo que queremos que sea el futuro si queremos que este planeta no se acabe. Poco a poco en los imaginarios colectivos va apareciendo más esa cuestión de poder hacer trabajos más vinculados a la tierra que puedan ser deseables y que no sean vistos ya como algo despreciable. Esa fuerza del deseo se convierte en algo real y tiene que haber posibilidades reales de que esos proyectos de vida vayan al éxito.

¿Dirías que la pandemia supuso un punto de inflexión?

Pues yo no tengo esa impresión. La pandemia fue un impacto muy agudo en ciertas cuestiones, pero creo que esas tendencias se estaban dando ya en toda Europa desde hace bastantes años, de hecho en España yo creo que desde 2010 el mundo rural recibe más población de la que emite (también porque no le quedaba mucha población que emitir por la pirámide poblacional), pero estas dinámicas se han dado en toda Europa desde años ha y nosotros estamos al rebufo de esas cuestiones. Creo que mucha gente arregló la casa del pueblo a consecuencia de la pandemia por tener un refugio, que no es lo mismo. Y el campo siempre ha tenido esa función de refugio que, no nos olvidemos, ha estado ahí, que mucha gente no ha vendido la casa del pueblo por si acaso, que hace no tanto hubo una guerra. Y gente que ya estaba pensando en el traslado, pues la pandemia le dio la patada, pero creo que ese proceso venía de antes, aunque tampoco creo que lo haya disparado de una manera tan loca como a veces se piensa. Creo que sí se ha disparado la crítica a lo urbano, aunque luego puede que acabes viviendo en una urbanización a las afueras, o en el pueblo.

Hablabas de precariado y de ayudas. ¿Hacen falta realmente esas ayudas?

Hay una diferencia sustancial entre tener ayudas para la viabilidad de tu proyecto y a la inversión. Nosotras tenemos ayudas que han ido casi al 100% a la inversión: la falta de viabilidad de los proyectos o que la viabilidad sea muy limitada hace que no puedas generar ahorro y, por tanto, no puedes hacer inversiones. Alcanzar una escala mínima que te permita ser viable para nosotros ha sido algo importante porque si no hubiera pasado por un endeudamiento de muchísimos años y aumentar los años de profunda precariedad. Creo que hacen falta ayudas, y aquí va la segunda parte, porque las condiciones del ecosistema económico no permiten la viabilidad. La ayuda de primera instalación antes estaba vinculada a una inversión y ahora no, porque obviamente nadie va a poder vivir de ser agricultor. Es por eso que se dan esas ayudas y se supone que la media de edad de los agricultores en España está en 58 años, o sea, que en 2030 se van jubilar el 50% de los que hay hoy, y eso es una crisis total y absoluta. Esas ayudas están ahí porque la situación es desesperada.

Y por otro lado hay otras cuestiones, como ese doble vínculo que tiene la Unión Europea con las políticas agrarias y las políticas comerciales que, por un lado, el presupuesto mayor de la UE es el de la PAC y parece que se invierte muchísimo en seguridad alimentaria, pero por otro lado se firman tratados comerciales con otros países que rompen los precios por abajo. Por tanto por un lado se financia a la agricultura y ganadería europea (te doy dinero para que sobrevivas), y por otro lado se hace imposible su supervivencia. ¿Qué transición ecológica vamos a poder tener en estas condiciones si lo que está pensando cualquiera que se dedica a este sector, incluido el mío a nivel de artesanía alimentaria, es en cómo sobrevivir mañana? Porque la transición no es gratis.

Como apunte curioso, recibís ayudas del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, no del Agricultura, Pesca y Alimentación.

No puedo profundizar demasiado porque, la verdad, cuando planteamos iniciativas como las del obrador colectivo, el agroalimentario tiene mucho mejor y mayor encaje en los planteamientos de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Pienso que Agricultura está todavía más vinculada a la agricultura convencional y me da la sensación de que Transición Ecológica está más alineada con las nuevas necesidades y medidas de emergencia climática, pues ha entendido mejor la necesidad de determinados cambios y ha generado ayudas en las cuales otras propuestas encajan mejor, igual menos productivistas, pero sí que toman en cuenta las externalidades. Y ahí está el tema: una cosa es producir alimentos y otra es estar consciente de la relación entre cómo se producen los alimentos, el cambio climático y la parte social y humana de toda esta cuestión.

¿Se podría decir que Asturias está más alineada con ese desarrollo más sostenible con la ganadería extensiva y las artes de pesca artesanales?

Creo que en Asturias aquello que sobrevive de ganadería extensiva y artes de pesca artesanal ha sobrevivido a pesar, muchas veces, de las políticas enfocadas a la intensificación. No puedo analizar las políticas agrarias en Asturias ni mucho menos, desde luego, en profundidad, pero había una base social y una cultura que ha tenido bastante resistencia y que no ha sido gracias a las políticas que se han puesto en marcha, sino a pesar de ellas. Asturias tendría las condiciones para ser un paraíso agroecosistémico, para tener producciones pequeñas diversificadas de calidad, y eso lo ha dicho absolutamente todo el mundo ya teniendo en cuenta que las pequeñas producciones son menos rentables y todo eso, pero que existen posibilidades en este sentido. Y no digo que eso sea culpa de las autoridades asturianas, que muchas veces estas cosas vienen de la PAC y no hay manera de cambiarlas, pero otras sí.

Y en cuanto al consumo, ¿hay esa conciencia del kilómetro cero?

Mira, yo creo que ahí hay una disonancia cognitiva…, yo tengo la sensación de que la batalla cultural del consumo responsable del kilómetro cero está ganada prácticamente. Capas muy amplias de la población te van a decir esto con sus propias palabras, y eso mucha gente te lo compra, pero luego no se traduce en consumo: creo que el consumo responsable lo practican muy pocas personas muy concienciadas y más como propósito que como realidad. Y eso no sustenta que puedan sobrevivir proyectos como los nuestros.

¿Qué importancia tiene también la accesibilidad? Me refiero a mercados, comprar a las productoras…

La accesibilidad es súper importante pero claro, la gente con la inflación dejó de comprar en el pequeño comercio y pasó a comprar en la gran distribución más aún de lo que ya se compraba. Ahí no están accesibles en la mayoría de los casos los productos locales y, cuando lo están, es por las soluciones de marketing de las grandes compañías. Nosotras lo que queremos es ir a canales cortos de distribución para evitar los grandes viajes de los alimentos, pero también por el tema de los márgenes, ese milagro por el cual el limón vale 8 céntimos en la finca y 3 euros en el Carrefour. Queremos evitar esas cadenas. Entonces claro que están menos accesibles, pero es verdad que hemos nacido en la cultura de los alimentos baratos, algo importante en nuestra renta. De hecho la gente que tiene menos ingresos es la que peor come, y eso es así, con millones de estudios. Y detrás hay temas como la obesidad, y es muy triste… Pero luego personas que tienen un poder adquisitivo un poco mayor tampoco están dispuestas a aumentar su presupuesto y el consumo responsable es algo marginal. Y vas a la gran superficie buscando precios más baratos, pero no vas a encontrar ni la calidad ni el que sea un producto local porque la gran distribución abarata costes de muchas maneras, y una de ellas es la logística. Las externalidades negativas de ese tipo de producción las van a pagar tus hijos o las están pagando ya personas de otros países.

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