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Todos los mundos artísticos que caben en una naranja amarga

Luces de Barrio.

Alejandro Luque / Alejandro Luque

Sevilla —

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Lo normal es que la lluvia sea una amenaza para cualquier evento cultural al aire libre. Lo fue desde la mañana de ayer para Luces de Barrio, aunque finalmente firmó la tregua y hasta pareció servir de hermoso prólogo el encuentro de 15 artistas en el sevillano Espacio Santa Clara. Insertado en el marco de Alumbra, el programa navideño del Ayuntamiento hispalense, Luces de Barrio se ha convertido en una de las citas más originales e imprevisibles de cuantas pueden disfrutarse en estas fechas. Su secreto es invitar a diferentes artistas a iluminar rincones excepcionales de la ciudad a través de “una experiencia sonora, lumínica y gastronómica” única.    

Si el año pasado el leit motiv de Luces de Barrio era Jardín cosmopolita, alrededor de la idea de crear un mapa multidimensional que aunara botánica y cultura digital, esta vez el título era Noche naranja y se circunscribía a la noche del solsticio de invierno, en la que los creadores convocados tenían previsto desarrollar distintos proyectos en torno a las naranjas amargas de Sevilla. “Se trata de mirar con detenimiento y regocijo nuestro patrimonio cítrico”, comentaba Sergio Rodríguez, comisario del proyecto y miembro de Nomad Garden, quien señala que las naranjas amargas han formado desde siempre parte del calendario invernal de la ciudad, “Tradicionalmente, estas naranjas se recogían a partir del 7 de enero, entre otras cosas para ser enviadas a Inglaterra para la fabricación de mermeladas”.  

La importancia del espacio público

Todos los visitantes eran invitados a acudir con una de estas naranjas, que con la ayuda de la organización se convertían en velas, convirtiendo Santa Clara en un espacio casi onírico. También se sentían transportados a algún lugar fantástico si cerraban los ojos, gracias a la música del artista estrella de la noche: Llorenç Barber, nombre prestigioso de la música contemporánea española, especializado en campanas. Como valenciano, además, encarnaba la conexión entre la naranja amarga bajoandaluza y la de Levante.

“Es un viejo sueño que Llorenç esté aquí”, proseguía Rodríguez. “A nivel sonoro, ético y estético nos ha influido mucho a lo largo de toda nuestra andadura”. Minutos antes de su intervención, Barber se mostraba feliz de volver a Sevilla para volver a llenar el aire de tañidos asombrosos. “Esta propuesta es una especie de ejercicio pedagógico sobre la importancia del espacio público, tan discutido y olvidado como espacio de creación. A través de las campanas hablamos de una cultura para todos”.

Las campanas son para Barber “el líder del sonido del espacio público, un instrumento mítico, milenario, que vino de la India a través de la Ruta de la Seda para llegar a Italia en el siglo XIII, pero que ahora hemos olvidado: los sacristanes ya no lo saben tocar, los curas ni lo oyen. Yo lo reivindico para ser gozado muscularmente, en esta ocasión como una ceremonia de encuentro entre la vegetación y el sonar del aire”, añadió.

Llorenc Barber es además un viejo amigo de Andalucía, y ha colaborado con artistas como Andrés Marín o Niño de Elche, lo que le permite afirmar que “el flamenco experimental forma parte de mí, es una continuidad. Todas las mentes experimentales nos unimos, nos fortalecemos y abrimos puertas, porque ya no valen las etiquetas, ya no valen los géneros, ni los clásicos ni los flamencos, con sus pequeñas microrraíces propias. Vivimos en un mundo en expansión”.

Magia y mística

Sí, las luces se prendieron, las campanas colonizaron el espacio sonoro, la lluvia cesó y como setas empezaron a arracimarse los visitantes a Santa Clara, formando largas colas en la puerta para poder participar de todo ello y, cómo no, del resto de propuestas a cargo de Esperanza Moreno, La Ejecutora, Manuel A. Domíngue, Rocío Arregui Pradas, Jose Iglesias Gª-Arenal, Miguel A. Moreno, Carmen Andreu-Lara y Paco Lara-Barranco, David López Panea, Patricia Ruiz Soriano, varios estudiantes de AEDI –J. Ignacio Pardo, Mª Carmen Mármol, Julia Prats, Elena Herruzo, Roberto Díaz, Marceau Hamers, Carmen Torres–, Estudio Pätē, Carmen & Damián, Paka Antúnez y Juan Duque Oliva.

Bajo títulos tan sugestivos como Naranja solar, Tempus aureum o Ígnea dramaturgia, cada uno de ellos quiso provocar ideas y emociones en el espectador a través de un símbolo tan corriente como es la naranja. La diseñadora gráfica Bea Pavón, creadora junto al arquitecto Antonio Bonilla de Estudio Pätē, comparecía con el proyecto bautizado Los reflejos, en el que “partiendo de la premisa de la naranja amarga, investigamos la llegada de este cítrico a Sevilla, la conectamos con los patios y con la figura de Antonio Machado”, explicaba. “A partir de ahí, usamos los espejos como puertas temporales, vamos del patio de la Torre de don Fadrique al patio de los Naranjos de la Catedral y al palacio de Dueñas, con cuatro poemas de Machado como hilo conductor reflejados en los espejos. Es como un juego”.

Además, Noche naranja quiso que la gastronomía estuviera presente de la mano del colectivo LaPlasita (Lilian Weikert y Jaime Gastalver), que en su propuesta Xenia III invitaba a hacer  un viaje en el tiempo a través de sabores como el vino caliente Glühwein centroeuropeo, las confituras inglesas elaboradas con la naranja amarga sevillana o el cacao mejicano con sus chiles, sin olvidar los desayunos en las abiertas campiñas del bajo Guadalquivir o en la clausura de sus conventos; los desayunos de la sierra con bacalao y naranjas y los productos de empresas de alimentación sevillanas como el agua de azahar de Luca de Tena, Inés Rosales con la torta de aceite de naranja y romero o la mermelada de La Vieja Fábrica.

Y el personal, claro, encantado. Una de las visitantes, Valle Teba, profesora de la Escuela de Arte de Sevilla, había llegado a Santa Clara con un grupo de amigos y familiares “y estamos alucinando. Se ha generado una atmósfera preciosa, mágica, mística” confesaba. “Nos hemos quedado todos sin palabras”. Por su parte, Jesús, empresario vinculado a la cultura, reconocía que era la primera vez que acudía al programa Luces de Barrio, y usaba la misma expresión, “alucinar”, para describir su impresión ante “un evento tan meticuloso y tan bien hecho”, que “te hace participar de la magia del espacio. Es un circuito muy sevillano, y a la vez te lleva a algo muy druida. De pronto abres los ojos y te preguntas, ¿en qué siglo estoy?”.   

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