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Contra el desarraigo, hacemos Peña

Manu Rodríguez

Presidente de la Peña Andaluza La Gata —

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Uno de los atractivos turísticos más sutiles y curiosos que tiene Madrid es una pequeña placa que hay en la céntrica Puerta del Sol. Más allá del Museo del Prado, El Retiro o el Palacio Real, hay un elemento que atrae la atención de personas que se acercan con curiosidad: el Kilómetro 0 desde el que parten todas las carreteras de España.

Esta curiosa placa atrae hacia sí no sólo el principio –o el final, según se mire– de todas las carreteras, sino también recursos, oportunidades, puestos de trabajo… A la centralidad geográfica debemos sumarle el centralismo político y económico.

Como todas esas carreteras, somos muchas y muchos quienes hemos sentido esa atracción palpitante hacia la Puerta del Sol. Esas mismas autovías que apuntan hacia el centro, como también hacen las vías de tren –donde las hay– nos han servido a quienes hemos tenido que dejar nuestros hogares, con mayor o menor ilusión, para buscarnos la vida en Madrid.

Según el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, a 1 de enero de 2023 se contabilizaban 1.285.289 personas nacidas en Andalucía que residen en otros territorios de España. De ellas, el estudio señala que el 55% de los andaluces residentes en el resto del país se concentraban en las provincias de Barcelona (383.152 personas, 29,8%), Madrid (247.250 personas, 19,2%) e Islas Baleares (83.544 personas, 6,5%). De ellas, el 50,2% tiene más de 65 años, lo que nos hace pensar en la emigración andaluza de los años 60 y 70. Es esta población la que fundó las Casas de Andalucía, que en tantos territorios han intentado ser un punto de unión y apoyo mutuo, además de mantener vivas las costumbres andaluzas. Estas comunidades andaluzas se han organizado históricamente, llegando incluso a tener representación en el Parlament de Cataluña el Partido Socialista Andaluz (que tiempo después daría lugar al Partido Andalucista), con dos escaños de la lista encabezada por el profesor cordobés Francisco Hidalgo Gómez, quien consiguió el apoyo de 71.841 votos.

Quienes hemos vivido en nuestra edad adulta una crisis detrás de otra tenemos bastante claro que en soledad no se llega muy lejos

Junto a aquella oleada de emigración, en los últimos años hemos visto un nuevo movimiento migratorio de jóvenes nacidos entre los 80 y los 2000, hijas e hijos de la democracia y del Estatuto de Autonomía, en muchos casos del sistema universitario público andaluz, que ha tenido que enfrentarse a la crisis de 2008, recortes y mucho más. Según el Estudio sobre la Identidad Andaluza de 2024 del Centro de Estudios Andaluces, un 55,6% de los andaluces que han vivido en otra comunidad autónoma por más de un año lo ha hecho por motivos de trabajo, seguido de un 23% por estudios y un 27% por motivos familiares.

Ante estos datos, siempre surge una duda: ¿las oportunidades atraen o la precariedad expulsa? Quizás un poco de ambas.

Quienes hemos vivido en nuestra edad adulta una crisis detrás de otra tenemos bastante claro que en soledad no se llega muy lejos. Por eso quienes ya llevamos algunos años en Madrid sabemos que esta ciudad “invivible pero insustituible”, como dijera otro andaluz afincado en Madrid, Joaquín Sabina, es exigente para quien quiera quedarse entre sus muros. Dificultad para encontrar un alojamiento digno, ofertas de trabajo más esquivas de lo que parece, distancias que exigen medios de transporte para casi cualquier cosa… O simplemente un sofá o colchón para que quien viene detrás de ti se quede un par de noches hasta que encuentre algo mejor.

Por eso un grupo de –no tan– jóvenes andaluces y andaluzas emigrados a Madrid constituimos en 2021 la Peña Andaluza La Gata. Un espacio de apoyo mutuo para ayudarnos con todos estos problemas cotidianos que nuestra estancia en la capital nos ha enseñado a capear.

Por nuestro grupo de Telegram fluyen ofertas de trabajo, anuncios de alquileres, dudas y cultura, sobre todo mucha cultura. Organizamos conciertos, presentaciones de libros, debates, quedadas. No puede entenderse la red de andaluces en Madrid sin crear espacios culturales, porque la cultura está en el mismo ADN de la asociación. El germen de la Peña está en una serendipia: en el año 2021, aún en contexto de pandemia, muchos y muchas volvimos por primera vez a escuchar música en directo (sentados y con distancia personal) a un concierto del grupo Califato ¾, que tan bien ha sabido recoger el sentido común de nuestra época.

Probablemente hayan corrido bastante más ríos de tinta sobre la apropiación cultural de Rosalía que sobre las políticas públicas que necesita Andalucía para cambiar su estructura económica y poder generar las oportunidades necesarias para evitar la emigración

En este contexto y con mascarilla de por medio, muchas y muchos nos reconocimos de redes, de otros proyectos y otras luchas. Nos organizamos por Whatsapp y Telegram y tras muchas conversaciones por videollamada, dimos el paso. Para escoger el nombre tuvimos un arduo debate y finalmente decidimos, como las peñas flamencas de hace décadas, ponerle el nombre de una cantaora, en nuestro caso una artista millenial andaluza que también tuvo que emigrar a Madrid: Ana Isabel Lorente, Gata Cattana (1991-2017). Una artista que también interpeló a esta ciudad:

¿Soy yo la que se parece a ti o eres tú,

que me has estado tentando hasta convertirme

en lo que tú querías?

Este saco de ojeras y de huesos

que vaga por tus cloacas esperando

que te dé por sacarme de ahí y

me pagues lo que me debes.

Se nota que no tienes ni puta idea

de donde vengo,

se nota que no sabías quién era

hasta que me tragiste a tus cloacas,

si lo supieras

me habrías puesto en otro sitio.

A Madrid (2015)

Junto a los espacios de cooperación y reflexión, que desarrollamos con otros colectivos como Factoría Jarana, el Sindicato de Inquilinas, La Parcería, agrupaciones carnavaleras o comercios como La Arbonaida, también tenemos espacios para disfrutar y disfrutar de nuestra idiosincrasia: cada 28F organizamos un desayuno andaluz con molletes donde tocar el himno de Andalucía con la flauta dulce, ya que nunca dejaremos de ser esa generación del mollete, esos niños y niñas que merendaban viendo Canal 2 Andalucía, como cuenta en su libro Jesús Jurado, uno de los fundadores de la asociación. Además, catas de vinos andaluces, charlas y debates e incluso un grupo de consumo para comprar colectivamente aceite de oliva y otros productos andaluces.

Todo esto podrá parecer frívolo a algunos. Somos plenamente conscientes de los debates que hay actualmente sobre la identidad andaluza, el andalucismo militante y la sobrecarga de merchandising que explota la nostalgia millenial. Probablemente hayan corrido bastante más ríos de tinta sobre la apropiación cultural de Rosalía que sobre las políticas públicas que necesita Andalucía para cambiar su estructura económica y poder generar las oportunidades necesarias para evitar la emigración. La crítica a la fetichización de tatuajes, totebags, chapas de folclóricas y demás productos del camisetariado puede ser más o memos legítima, pero cuando vives fuera la cosa se ve distinto.

Parece mentira que en una ciudad tan universal, cosmopolita y diversa como Madrid aún haya que escuchar cierto tipo de comentarios sobre nuestra forma de hablar

Para la juventud andaluza en Madrid, encontrarte en la parada de metro a alguien con una camiseta de Malacara o Bernar USK, una de las totobag de Claudia R. Moneo, un tatuaje de JLR o sorprenderle viendo un vídeo de Noche de Repálagos en el móvil son señales de que no estás solo. Formas parte de una comunidad invisible de personas con historias similares que nos reconocemos por estos pequeños detalles. Como si de un silbato para perros se tratase, esos mensajes pueden pasar desapercibidos para la mayoría, pero generan una reacción en el público adecuado. Quienes conocemos esos códigos sentimos una secreta satisfacción: “No soy la única”.

Algo similar sucede con el acento. Parece mentira que en una ciudad tan universal, cosmopolita y diversa como Madrid aún haya que escuchar cierto tipo de comentarios sobre nuestra forma de hablar. Una de las cosas que nos ha enseñado juntarnos en torno a la Peña Andaluza La Gata es que todas y todos hemos, en mayor o medida, sufrido algún tipo de discriminación por hablar andaluz. A través de nuestros grupos de Telegram y redes sociales hemos recogido decenas de casos de lo más variopinto: a menudo son cuestiones sutiles y bienintencionadas, pero no dejan de estar cargadas de ciertos estereotipos que no siempre sientan bien. Una de las expresiones más recurrentes es: “¿eres andaluz? ¡Ay, me encanta vuestra forma de vida!”. ¿Qué quieren decir con “nuestra forma de vida”? Siempre me queda la duda de si entendemos lo mismo por “forma de vida”.

En otros casos, hablamos de comentarios que censuran la forma de hablar, por lo general atendiendo a una pretendida pureza del lenguaje o, mejor, para proteger de la incomodidad a la audiencia incapaz de entender las hablas andaluzas: “aquí se habla castellano neutro” es la frase recurrente que nos reportan las compañeras y compañeros que trabajan en medios de comunicación, pero también en cursos de locución o que trabajan hablando en público (como es mi caso).

Uno de los fines estatutarios de La Gata es promover el retorno voluntario para quien lo desee. Algo difícil cuando ya hemos tejido lazos, relaciones, familias con el territorio que nos ha acogido durante un tiempo

En tercer lugar, a menudo nos encontramos directamente aseveraciones profundamente hirientes basadas en prejuicios, que se justifican en un pretendido conocimiento profundo de la cuestión con argumentos como “sé de lo que hablo porque mi abuela era de un pueblo de Córdoba”, “la familia de mi marido tiene un campo en Jaén” o “he pasado toda mi infancia veraneando en El Puerto de Santa María”. Personalmente he sufrido en carne propia juicios de valor sobre la falta de cultura del esfuerzo, la ausencia de profesionalidad, ganas de trabajar o una pretendida tendencia a cobrar paguitas. Estos mensajes, que probablemente no se sentirían legitimados de decir a personas de otros territorios, son bastante irónicos cuando están dirigidos a interlocutores que en la mayoría de los casos literalmente hemos dejado nuestros pueblos y ciudades para trabajar con dignidad. Háblale ahora de las dificultades de desarrollar una vida en un territorio enorme con una economía dedicada mayoritariamente al sector primario, a la hostelería y el turismo. Tres sectores tan inestables que dependen de la climatología, intensivos en trabajo y de bajo valor añadido. Eso no cabe en un tuit. Probablemente se quedarán con una historia que le contó su tío el del pueblo que terminaba con “aquí la gente no quiere trabajar”.

Como decía Manuel F. Tirado en este mismo espacio, a veces nos asalta el miedo de que Andalucía sea una “Ítaca”, una idea romántica de un lugar que existe para desear volver. Uno de los fines estatutarios de La Gata es promover el retorno voluntario para quien lo desee. Algo difícil cuando ya hemos tejido lazos, relaciones, familias con el territorio que nos ha acogido durante un tiempo. Pero si en ningún caso se justifica que, queriendo, no puedas irte de Madrid. Eso ya no es acogida. Es un secuestro.

Si te sientes sola, si te asalta la nostalgia, si las inmobiliarias te acosan, si –no sabes muy bien cómo– has acabado poniendo marchas de Semana Santa en tu Spotify, si no sabes dónde comprar un buen mollete… no te preocupes, quien más quien menos hemos pasado por lo mismo. La Peña Andaluza La Gata es tu casa. La Casa de Andalucía Millenial aún no tiene un sitio físico, pero estamos poniendo los ladrillos poco a poco. Ya somos una casa digital, una red de afectos, un grupo de apoyo mutuo y un espacio seguro para decir “lavín compae” o “illo cabesa” con los pulmones llenos.

Uno de los atractivos turísticos más sutiles y curiosos que tiene Madrid es una pequeña placa que hay en la céntrica Puerta del Sol. Más allá del Museo del Prado, El Retiro o el Palacio Real, hay un elemento que atrae la atención de personas que se acercan con curiosidad: el Kilómetro 0 desde el que parten todas las carreteras de España.

Esta curiosa placa atrae hacia sí no sólo el principio –o el final, según se mire– de todas las carreteras, sino también recursos, oportunidades, puestos de trabajo… A la centralidad geográfica debemos sumarle el centralismo político y económico.