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La moda de lujo copia a las indígenas mexicanas: el saqueo cultural llega a la pasarela

Acusan de plagio a la nueva colección de Carolina Herrera

Mónica Zas Marcos

“Fresca, juvenil y fiel a las raíces de la marca”, así definió el director creativo Wes Gordon su nueva colección para Carolina Herrera: Resort 2020. O bien Gordon desconoce las raíces venezolanas de la famosa diseñadora o mete en el mismo saco a todas las identidades latinoamericanas sin distinción, ya que los modelos acusados de plagio pertenecen a diversas comunidades indígenas de México.

La línea roja que separa la inspiración del robo en propiedad intelectual es difusa, peligrosa y abunda en el terreno de lo legal. Sin embargo, en cuanto a identidades minoritarias, las leyes tienen poco que decir. La Ministra de Cultura de México ha reclamado explicaciones a la marca a través de una carta, en la que asegura que el origen indígena de los patrones robados está “plenamente fundamentado”.

La colección de Carolina Herrera incluye animales bordados como los de Tenango de Doria, reproduce las coloridas líneas horizontales del sarape de la ciudad de Saltillo y las flores que lucen las mujeres oaxaqueñas del Istmo de Tehuantepec. Son iguales (o por lo menos muy similares), pero el significado y la forma de elaboración están a años luz unos de otros.

Para las artesanas mexicanas, cada hilo cuenta una historia y cada pieza creada con mimo requiere semanas de confección. Es tal la cosmogonía de sus vestimentas que se niegan a desvelar el significado, como descubrió una redactora del LatinAmerican Post durante un reportaje sobre el universo de la moda indígena. “Al no transmitirlo, parecen entender mejor que yo este rasgo identitario de la prenda, pues ellas son las guardianas de esta identidad”, explicó.

Pero no todo el mundo lo comprende con tanta delicadeza y Carolina Herrera no ha sido la primera. En 2015, la diseñadora Isabel Marant fue un paso más allá e intentó patentar los tejidos mixe, de Oaxaca. Un año antes, la española Stella Rittwagen fue señalada por comercializar una colección con diseños Wayúu. Sin remontarse tanto, en 2018 la polémica alcanzó la New York Fashion Week de la mano de Michael Kors por unas sudaderas sospechosamente parecidas a las de los mercados mexicanos.

El argumento más socorrido es el de que las grandes marcas solo pretenden rendir tributo a estas comunidades, y Carolina Herrera no ha sido menos. En palabras de su director creativo, Wes Gordon, Resort 2020 homenajea “la riqueza de la cultura mexicana” y destaca el “maravilloso y diverso trabajo artesanal” del país.

Aunque no existen leyes al respecto, el artículo 31 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas recoge el derecho a “mantener, controlar, proteger y desarrollar la propiedad intelectual de su patrimonio cultural, sus conocimientos tradicionales y sus expresiones culturales tradicionales”.

Por eso, el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) ha puesto en marcha acciones legales para llevar el último plagio de Carolina Herrera a los tribunales. Además, el propio presidente López Obrador ha anunciado la elaboración de un informe sobre el caso de la marca estadounidense.

“El Gobierno mexicano probablemente tenga el problema de demostrar en un juicio que esto ha sido así y no producto de una inspiración, de una creación artística de la libre creatividad”, reconocen desde la plataforma Comercio Justo. Recuerdan que las grandes multinacionales suelen blindarse con buenos asesores y abogados y que solo “en el Parlamento Europeo hay 25.000 lobbistas trabajando para ellas”, según recoge un informe de Ecologistas en Acción.

Desde Comercio Justo hacen un doble trabajo de denuncia, “sobre todo en el sector textil, que representa muy bien el modelo de producción y distribución capitalista”, explica a eldiario.es su directora, Marta Lozano.

Sin embargo, al igual que en otras ocasiones han puesto a Inditex, Benetton, El Corte Inglés o Mango en el centro de la diana por “los atentados que provocan en el medio ambiente y las condiciones laborales de las personas que trabajan en sus cadenas de suministro”, con Carolina Herrera no se atreven a juzgar por desconocimiento. “En cualquier caso, entendemos que se rigen por las reglas del mercado convencional y que no son las del Comercio Justo”.

“Una dedica dos semanas para terminar una chamarra (camisa) y le dan 150 pesos (7 euros). Es muy poco, pero no nos queda más remedio que aceptarlo por necesidad”, denunció Margarita, una de las tejedoras de un poblado de Chiapas que acusaron a Zara del plagio de una de sus prendas tradicionales hace apenas un año. La historia se repite.

Al igual que el INPI, Lozano opina que “efectivamente, expropian a las comunidades de sus conocimientos y de sus prácticas ancestrales para beneficio de una compañía y de sus accionistas”. Por mucho que el Gobierno mexicano lo exija, las artesanas no verán su trabajo recompensado en forma de royalties, porque para eso es necesario un sistema de exigencias obligatorio, no potestativo como el actual, aunque algunos gobiernos y organizaciones como Comercio Justo están trabajando en ello.

Por qué sí es apropiación cultural

Este tema ha vuelto a abrir el melón de la apropiación cultural, un debate que, desde Rosalía, genera urticarias y desconfianza. Pero, como dice el activista y periodista Moha Gerehou, el expolio “siempre estuvo ahí” y en manifestaciones muy diversas.

“Lo peor es encajarlo como si fuera una discusión tuitera, cuando es una cuestión histórica y estructural, sin preguntarse por qué una parte de la población habla de ello”, opina. De hecho, quizá en casos como el de la cantante haya lugar para zonas grises, pero no así en el de las empresas.

“El problema no está en inspirarse en otros artistas o en movimientos para crear, sino en las marcas que directamente roban diseños, borran la identidad de unos creadores sin apenas capacidad de reclamar para luego sacar provecho económico de ello, y aplastando así una vía de desarrollo en países históricamente explotados”, explicaba Gerehou sobre la polémica con Nestlé, comparable a la de Zara y Carolina Herrera.

Usar la carta de la visibilización invisibilizando a la comunidad a la que se pretende homenajear es una estrategia falsaria. Aún peor si dichas campañas impactan de forma negativa en las mismas, y Resort 2020 lo hace: provoca pérdidas económicas para las artesanas, venden las piezas a un precio astronómico, las despoja del valor cultural, debilita su patrimonio indígena y ahonda en una mayor precarización.

Homenaje respetuoso, sí. Explotación, no. “Es la única salida para que los elementos que nos definen sean algo de lo que disfrutar y admirar por todos, y no una manera más de dominar a tantos”. Le toca a Carolina Herrera recoger el guante y convencer al gobierno mexicano de que su intención es loable y responde a lo primero.

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