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¡Sé feliz!

Foto: HypnoArt

Rosa María Artal

Las sospechas se confirman, nos han decretado ser felices. Una vez comprobado que consumir compulsivamente aporta un bienestar pasajero y siempre ávido de más, toca buscar nuevos caminos. El hecho cierto es un malestar patente, irritación, agresividad, angustia, entre buena parte de los ciudadanos. Apatía en algunos casos. Sensaciones extendidas entre cuantos experimentan el temor por la deriva tenebrosa de los acontecimientos. Incluso por quienes permiten ser convertidos en meros juguetes de esos vaivenes.

Todo el día oyendo una letanía de palabras clave –reclamos– insertadas de mentiras e insultos. La retahíla de algunos candidatos a la presidencia del gobierno y de sus voceros se hace chirrido insoportable. Y llega hasta el vértigo al ver qué puede ser de nosotros si en el barco no hay capitán que pilote con la mínima responsabilidad. Qué podría ser de los españoles si cayéramos en estas manos. Si quienes comen y distribuyen bulos llegan a decidirlo.

Cambiemos una vez más el foco. Hablar de las personas es hablar de política. La desazón y el desconcierto llevan a buscar atajos de soluciones mágicas, a creer que es posible lo que no cuenta con la certeza de serlo, ni siquiera una base posible. Creer, no saber. En la reflexión encontraremos el camino para ver en la oscuridad y oír en el ruido.

Una de las noticias más vistas estos días, en eldiario.es también, fue la que daba cuenta de un youtuber, neoyorquino al parecer, que lleva desde 2013 sentándose delante de la cámara y limitándose a sonreír en silencio durante horas. Ha completado 1.200 horas de grabación en 300 vídeos. Su éxito es arrollador. No solo sonríe el muchacho, tan positivo él, sino que crea misterio y morbo, elementos esenciales para la diversión.

Invitar a sonreír y ser feliz parece un acto positivo. Saludar con expresión acogedora es bien recibido, contagia. El problema es que no siempre es posible si una realidad dura pesa más. Es preferible buscar motivos de felicidad que sonreír sin causa. Pasa al vuelo una noticia sobre un manual de Recursos Humanos: “Contrata empleados que sonrían y no tendrás que enseñarles a sonreír”. Te fastidian durante 8 horas y te añaden dos más por ejemplo. Sé feliz que tienes trabajo. Sé feliz que no son 12 las horas.

Un artículo de The Guardian ha reparado también en la tendencia. Llega fuerte. Coinciden en el Reino Unido libros y programas que decretan la alegría. En uno de ellos se recomienda rechazar cualquier posesión que no “genere alegría”. Compre, siga comprando, pero solo lo que le genere alegría. Si no le gusta la verdura aunque la necesite, prescinda de ella. Compre, la clave que no cesa, fuente de permanente insatisfacción porque nunca dejará de reclamar más.

Ordene su casa y su vida. Es otro de los lemas de esta campaña. Y la última moda, todo el mundo a ordenar. Viene quemado por problemas a los que no encuentra solución, distráigase colocando el cajón de la ropa interior que viene a ser más fácil que los compartimentos defectuosos de la vida. Cuando acabe con los calcetines, las causas de sus angustias y miedos seguirán intactas. La autoayuda elevada a teoría filosófica. Muy propio de esta sociedad que así no encontrará su norte.

La felicidad por decreto ya la inventó el escritor británico Aldous Huxley en Un mundo feliz, publicada en 1932. La primera de las grandes novelas distópicas y premonitorias del tiempo que vivimos, como conviene recordar frecuentemente. Lo primero es la felicidad artificial, en buenos bocados de “soma”, un compuesto de drogas, para ir después a las granjas de cerdos, las cortapisas o la neolengua de Orwell. El camino para llegar al Cuento de la Criada son sin duda las mujeres neumáticas del Mundo feliz. Y nada igual para retornar al fascismo que crear en el laboratorio epsilones, la casta ínfima del mundo de Huxley, escasos de entendimiento y destinados a los trabajos más arduos. Quemar libros, cultura y memoria vino añadido por Ray Bradbury con su Fahrenheit 451. Poco o nada falta para llegar a todo ello. Y hay que advertirlo una y otra vez.

Cuando el profesor del futuro explique a los nuevos alumnos cómo era el Mundo no Feliz que erradicaron, los niños repetirán al igual que en el libro de Huxley: “Había algo que llamaban derechos”. Y otro paso más allá dirán a coro: “Había libertades”. Ya se encargará el instructor de aclarar que se han convertido en potestad de las castas superiores. “Hubieron de ser suprimidas para todos, como el amor a la Naturaleza, porque masivamente creaba muchos problemas”, argumentará probablemente.

Se crean hoteles en Suecia que pueden salirle gratis si no se entra en las redes sociales, si no usa el móvil. Una bombilla espía si se sucumbe a las tentaciones y sube la factura. Porque lo importante es estar relajado, no sufrir ni incomodarse. Y competir. Se ha ganado un precio barato. No sería igual hacerlo por decisión propia y en silencio.

En la misma línea, el artículo de The Guardian nos recuerda: “Todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre para sentarse en silencio en una habitación sola”. Lo dijo el filósofo francés del siglo XVII Blaise Pascal. Imaginen si entonces ya andaban tan agobiados por las distracciones exteriores, cómo es ahora.

Las setas solo precisan agua, tierra y que no las pisen para desarrollarse a gusto. Igual ser un hongo no es la aspiración de todos los humanos y, si acaso, se puede alcanzar un nivel ligeramente superior. Los nuevos gurúes de la felicidad distribuyen los sentimientos de culpa, tanto para eludirlos como para despojarse de ellos endosándolos a otros. La gestión del rechazo, el afán de la aceptación. Lo clásico y… permanente.

Han descubierto otra vez la importancia de saber decir NO. Un dilema eterno. Es muy difícil decir no, y un trabajo arduo aprenderlo. Una valenciana espléndida, Fani Grande, lo definió como nadie en su libro El Fémur de Eva (ALGAR, 2014) al explicar que decir no a tiempo esculpe más la personalidad que cualquier otra palabra en el mundo. “El No tiene un potencial brutal de transformación en tu entorno más inmediato a corto y a largo plazo, sobre todo cuando lo que se espera de ti es que articules un sí complaciente como respuesta, un sí dócil, un sí-bwana”, escribió.

Saber decir sí también es esencial, por cierto. La búsqueda de la felicidad pasa, como todo, por la realidad que la provoca. Cuando se sustenta en un globo suele pincharse. Hay personas que no dudarían en implicarse en un proyecto aun sabiendo de antemano su inevitable final. Piensan que es preferible vivirlo. Que el miedo a morir no es nada comparado con el miedo a no vivir. Varias películas, con mensaje también aunque más elevado, vienen formulándolo. Inadmisibles son los dolores innecesarios, gratuitos. Dañar por dañar.

En eso estamos, en la locura que ha poseído a esta sociedad. En los barcos a la deriva. En las setas cultivadas. En la felicidad de todos los “soma” que tampoco llenan. En los gurúes de un tiempo de destrucción. En los bulos como guías. Bastaría apreciar el privilegio de vivir con cuanto conlleva. Pensar como una luz que atraviesa el ruido y las tinieblas. Desnudar a los fantasmas.

Y, sin duda, vivir en un Estado social, que priorice el bienestar de las personas y la defensa de la justicia y todos los valores elevados, da más fundamentos a la felicidad personal que basarse en el odio, el clasismo, la mentira y una identidad basada en el folclore.

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