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OPINIÓN

La memoria histórica, las víctimas de la crisis, la amenaza de la extrema derecha y otras ausencias del discurso de Felipe VI sobre la Constitución

Felipe VI, en el 40 aniversario de la Constitución en el Congreso, el 6 de diciembre de 1978.

Andrés Gil

La Constitución llegó el 6 de diciembre de 1978, redactada por unos “Padres” y votada por los españoles. Y, a partir de ahí, “el mejor periodo de la historia de España”. Éste es, en síntesis, el discurso de Felipe VI de este jueves en el Congreso de los Diputados para conmemorar los 40 años de la Constitución española. En su texto, plagado de citas de los susodichos “Padres [sí, está en mayúscula] de la Constitución”, el rey dibuja una realidad a la medida de un relato en el que se deja parte de la historia reciente de España.

¿Referéndum sobre la monarquía? No, gracias. En su discurso, el rey, consciente de que la monarquía iba en el pack constitucional y no se votó independientemente, ha aprovechado para responder a quienes piden a día de hoy ese referéndum que no se celebró hace 40 años. Así, Felipe dice tener “un compromiso que no solo constituye una exigencia de mi responsabilidad, ahora como Jefe del Estado, sino que también es expresión de mi respeto y deber de lealtad al pueblo español que, al ratificar nuestra Constitución en libertad y en el ejercicio de su soberanía, otorgó legalidad y plena legitimidad democrática a todos los Poderes e Instituciones del Estado”.

Es decir, el rey subraya que el pueblo español, cuando votó el 6 de diciembre de 1978, dio “legalidad y legitimidad” a “todos los poderes”, incluida la jefatura del Estado hereditaria para los Borbones.

Padres y no madres, ni estudiantes, ni sindicalistas, ni antifranquistas... “Padres de la Constitución”, porque eran siete hombres los ponentes constitucionales. El rey, en su discurso, ha recurrido insistentemente a citas de los siete, poniendo en su boca sus reflexiones, como si así sintetizara las sensibilidades de los diferentes partidos representados en aquella mesa constitucional. Pero uno, al mirar hacia atrás, puede elegir entre poner el acento en los individuos o en los colectivos; en el papel de personajes concretos o en las sociedades; en las biografías o en los contextos... Y el rey elige a los siete hombres, quienes, como si de una Carta Otorgada se tratara, regalaron ilustradamente a los españoles las instrucciones para la democracia: “Por eso, quiero simbolizar ese agradecimiento en quienes, con todo merecimiento, hemos llamado Padres de la Constitución. Y quiero hacerlo a través de la autoridad de su propio testimonio, pues ellos nos ofrecen la interpretación más fiel de la obra que hoy conmemoramos”.

“Con todos ellos –y tantos hombres y mujeres que junto a ellos, debatieron y acordaron, desde ideologías tan opuestas y tradiciones tan diferentes–, España tiene contraída su más alta deuda. Sus nombres forman parte de nuestra mejor historia, porque con su visión política y su generosidad han hecho posible la libertad y el progreso de millones y millones de españoles”, apostilla el rey.

Pero, ¿y los estudiantes? ¿y los huelguistas? ¿y los militantes antifranquistas? ¿y los represaliados? ¿y los torturados? ¿y los asesinados en el tardofranquismo, como los abogados de Atocha? De acuerdo con el discurso del rey, “la visión política y la generosidad que han hecho posible la libertad” es patrimonio de los “Padres” y los diputados de las Cortes constituyentes.

¿Y la de 1931?  “No es una Constitución más de nuestra historia”, ha dicho el rey sobre la de 1978: “Desde aquel destello ilustrado y fugaz que supuso la de Cádiz en 1812: es la primera realmente fruto del acuerdo y el entendimiento y no de la imposición; es la primera que materializa la voluntad de integrar sin excluir; es la primera que no divide a los españoles sino que los une, que los convoca para un proyecto común y compartido; para el proyecto de una España diferente, de una España nueva: de una nueva idea de España”.

Es decir, para el rey, la Constitución republicana de 1931 no debió ser fruto del acuerdo y el entendimiento, sino de la imposición, aunque naciera de unas Cortes tan democráticas como las de 1978.  

Eso sí, en otro momento, el rey dice: “La Soberanía nacional, que fue recuperada por y para el pueblo español, devolviendo a los españoles su condición de ciudadanos y suprimiendo su consideración de súbditos”. Recuperada. Devolviendo. Es decir, una vez la hubo y fue arrebatada. Pero no dice ni cuándo ni por quién.

Y, además, afirma posteriormente: “En el ámbito internacional, España alcanzó su gran sueño de volver a la Europa democrática; desplegó todo el potencial político, económico y cultural que nos une con nuestras naciones hermanas de Iberoamérica. Recuperó, en fin, su presencia y su protagonismo en las instituciones internacionales y en los compromisos multilaterales con la paz, la seguridad y el desarrollo”. De nuevo, España “vuelve a la Europa democrática” y “recupera su protagonismo internacional”. Vuelve. Recupera. ¿Cuándo se fue? ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Cuándo estuvo? El rey no lo explica, pero supondría reconocer la Segunda República y censurar el franquismo.

Pueblo espectador. “Tampoco el pueblo español tuvo dudas ni debilidad: tenía inquietud y preocupación, sí, pero también una gran esperanza; vivía con una enorme ilusión, tenía incluso fe en que esta vez sí se iba a conseguir; y así lo demostró de manera clara y rotunda con su decisión libre, cívica y madura en el referéndum del 6 de diciembre de 1978”. Es decir, el papel del pueblo consistió en votar lo que le vino dado, en asumir la Carta Otorgada, como si no hubiera sido decisivo el hecho de que socialmente ya en 1978 era inaceptable que España siguiera siendo una dictadura, como si no hubiera habido militantes antifranquistas durante cuatro décadas mientras algunos de los “Padres de la Constitución” ocupaban altos cargos en el régimen que los encarcelaba, torturaba y perseguía, como si uno de aquellos padres, Manuel Fraga, no hubiera sido ministro de la dictadura que aplicaba sentencias de muerte.

Víctimas y verdugos. “Ese espíritu, esos valores y esos ideales, no podemos ni olvidarlos ni desvirtuarlos, sino reivindicarlos hoy con toda legitimidad, porque son la base del consenso político y social que resuelve las diferencias históricas entre los españoles y supera una España secularmente enfrentada y dividida”. Diferencias entre españoles. España secularmente enfrentada y dividida. En todo su discurso, el rey obvia algo fundamental: la Constitución representa el tránsito de la dictadura a la democracia. El rey habla mucho de democracia, pero no menciona la dictadura; habla mucho de reconciliación en una sociedad “secularmente enfrentada y dividida”. Es decir, para el rey, los golpes de Estado que conducen a Guerras Civiles que desembocan en dictaduras son consecuencia de “una sociedad secularmente enfrentada”. No es que haya un Gobierno democrático y unos golpistas; un dictador y una sociedad sin libertades... Son “diferencias históricas entre españoles”.

Exilio ¿de qué? “Nunca podremos ni debemos olvidar a esos españoles de diferentes lugares, ideas y sentimientos, del interior y del exilio que, movidos por unos mismos ideales, empujados por la fuerza y la ilusión del pueblo, con complicidad y una inmensa generosidad, se reconocían y se aceptaban en un reencuentro lleno de emoción, perdón, y renuncia”. Del interior y del exilio, dice el rey. Pero, ¿de qué interior? ¿De qué exilio? ¿De qué se tenían que exiliar los españoles? El rey no lo cuenta. Igual que tampoco cuenta que algunos no estaban ni en el interior ni en el exilio, porque acabaron en cunetas y en fosas comunes. Y, 40 años después de la Constitución, ahí siguen. Sin que el jefe del Estado tenga un recuerdo para ellos, ni para la amenaza que supone la ola de extrema derecha en toda Europa, incluido España.

“Ese abrazo estaba también lleno de futuro y de esperanza. Porque esos españoles quisieron legar a las futuras generaciones, por encima de todo, una España reconciliada consigo misma en la que nunca tuvieran que volver a vivir el sufrimiento, el miedo o el rencor que ellos habían padecido. Para que el desprecio no volviese a dividir a los españoles, ni el odio venciera a la razón”. Lo que no dice el rey es que los crímenes del franquismo siguen impunes, y esos crímenes no son “divisiones entre españoles”, son crímenes cometidos por motivos ideológicos, “la persecución política y la intolerancia” de la que habla sin señalar responsables.

El imperio de la ley. Del mismo modo que el rey obvia el imperio de la ley republicana de 1931, reivindica la de 1978 para resolver los conflictos existentes, en alusión al 1-O en Catalunya, en la línea de su discurso del 3 de octubre de 2017: “Una voluntad de resolver los conflictos y las discrepancias a través del diálogo, respetando las leyes y los derechos de los demás, sin imposiciones ni exclusiones”.

El “apoyo” de Sofía, única mujer del discurso. De quien no se olvida el rey es de su padre y de su madre: “La Monarquía parlamentaria, en la que el Rey es símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado. Una Monarquía Parlamentaria, en el seno de una democracia, que impulsó mi padre el Rey Juan Carlos I, de forma tan decisiva y determinante, durante aquel periodo trascendental de nuestra historia; y siempre junto a él, el apoyo permanente y comprometido de mi madre la Reina Sofía”. Es decir, su padre “impulsó de forma decisiva y determinante” el régimen actual –que el “pueblo español” se limitó aceptar– mientras recibía el aliento de su esposa. 

Los Padres... y todo lo demás. El rey es muy prolijo reconociendo el papel de los demiurgos de la Transición, de una Constitución que “es el alma viva de nuestra democracia. Una democracia que no tiene vuelta atrás en el sentir y las conciencias de los españoles”. Y deja para el final la enumeración de todo lo demás: “avances en derechos civiles y en protección e igualdad de la mujer, [...] la educación pública ha llegado a todos los ciudadanos y la sanidad pública, gratuita y universal, [...] los avances en turismo, transportes, infraestructuras, energía, telecomunicaciones, medio ambiente…, también en seguridad, por poner algunos ejemplos, son evidentes y realmente extraordinarios”.

En un discurso en el que regala la voz sólo a hombres, el rey deja apenas una frase para el papel de la mujer en estos 40 años, o de la cultura. Y tampoco se acuerda de colectivos como el LGTBI –perseguidos en el franquismo– ni de movimientos como el 8 de marzo –al día siguiente de que l Tribunal Superior de Justicia de Navarra confirmara sin unanimidad la pena de nueve años por abuso sexual a 'la manada'– o el 15M. 

Crisis, pero sin nombres y apellidos. “España, en fin, aun con las necesidades y dificultades que bien conocemos y pese al impacto de las crisis económicas –especialmente la más reciente–, ha alcanzado niveles de prosperidad y bienestar como nunca antes en nuestra historia”. Así despacha el rey los efectos de una crisis económica de la que no se han recuperado muchas familias, que generó miles de desahucios, que agudizó las desigualdades y empobreció a la mayoría de los españoles.

Una crisis que trajo consigo una reforma constitucional, no para blindar los derechos sociales de la Constitución, sino para reformar el artículo 135 para priorizar los ajustes y la austeridad, para garantizar el pago de la deuda. Pero de eso el rey no se ha acordado.

Eso sí, afirma que “el 19 de junio de 2014”, cuando juró como rey, se inició “una nueva y renovada época para la Corona de España. Una vida al servicio de todos los españoles, desde la independencia y la neutralidad, y comprometido con la Constitución que nos trajo la democracia y la libertad”.

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