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¿Regeneración del periodismo? Sí, también

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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Prefiero ver el vaso medio lleno que el vaso medio vacío. Así que creo que la pausa presidencial que se ha tomado Pedro Sánchez ha servido para algo importante: para hacer llegar a la calle un debate en el que solo participábamos una minoría llamémosle ilustrada, el relativo a los jueces prevaricadores por motivos políticos e ideológicos y a los panfletos ultras financiados con dinero público. Con una novedad significativa: por primera vez los socialistas, aunque con sus cautelas habituales, han reconocido la existencia de una máquina de fango en la que hasta ahora calificaban de impecable democracia española.

Es cierto que, como observó Xabier Fortes en la entrevista a Sánchez en TVE de la noche del lunes, los socialistas se habían puesto reiteradamente de perfil ante la guerra sucia padecida por Podemos, los independentistas catalanes y diversos raperos, tuiteros, titiriteros y periodistas. Ha tenido que sufrirla Sánchez en sus propias carnes para caerse del caballo. Pero más vale tarde que nunca. Como en otras ocasiones –el Gobierno de coalición progresista o la amnistía, por ejemplo–, Sánchez llega tarde a las cosas, pero termina llegando.

No le veo demasiado interés a jugar al Ya te lo dije. Es cierto que se le dijo cuando el escrache permanente ante la casa de Montero e Iglesias, cuando las disparatadas acusaciones contra Podemos en los medios y juzgados, cuando se le robó el acta de diputado a Alberto Rodríguez, cuando las revelaciones periodísticas sobre las cloacas del Estado, la Policía Patriótica y la Operación Cataluña, cuando las condenas de cárcel a raperos y tuiteros. Pero, qué le vamos a hacer, Sánchez viene de donde viene: de un PSOE templadito, institucionalísimo, acobardado ante los poderes fácticos. Así que fijémonos más bien en la despectiva reacción de Felipe González ante su actuación de los últimos días y deduzcamos que quizá algo bueno haya hecho Sánchez.

Lo que me parece relevante es que Sánchez asuma ahora la necesidad de una regeneración democrática. Ya no cree que vivamos en la mejor de las democracias posibles. Le ha visto las orejas al lobo del golpismo blando –el político, judicial y mediático– y ha comprendido que puede terminar tumbando a un Gobierno legal y legítimo. Albricias, pues. Bienvenido al club. Pero no se olvide, presidente, de lo del punto y aparte. Hay que hacer cambios.

De momento, no comparto, las críticas hechas a Sánchez por no haber efectuado propuestas concretas contra la máquina de fango el mismísimo lunes en que anunció que se quedaba en La Moncloa. Quiero creer que tiene algunas y que esperará al momento oportuno para ponerlas sobre la mesa. Y pienso que, entretanto, es la sociedad civil progresista la que tiene que hablar.

No soy jurista y desconozco la fórmula para desatascar el secuestro del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) por parte del PP. Que la busquen los letrados de las Cortes, abogados del Estado y constitucionalistas, que para eso están, digo yo. No sé si es posible aprobar una ley que disuelva automáticamente el CGPJ a los tres o seis meses de su fecha de caducidad. No sé si es posible reformar su modo de elección para que no precise de una mayoría de tres quintos, sino tan solo de la mayoría absoluta del legislativo. Pero sí sé que no quiero que se convierta en un órgano corporativo ajeno a la soberanía popular expresada en las urnas. Ese monstruo conservador ya existente que llamamos el poder judicial se convertiría definitivamente en una casta no democrática. Terminarían gobernándonos los jueces, la peor de las pesadillas de Montesquieu.

Tampoco sé si se puede legislar para que, como dice la doctrina del Tribunal Supremo, los jueces no puedan admitir a trámite denuncias y querellas basadas tan solo en recortes de prensa no contrastados, como la padecida por la esposa de Sánchez. Ni qué puede hacerse para que los propios jueces castiguen con rapidez y energía a sus colegas manifiestamente prevaricadores. Ni para agilizar los juicios contra supuestos informadores y medios que publiquen trolas descomunales, injurias y calumnias contra ciudadanos inocentes.

Soy, en cambio, periodista desde hace casi medio siglo. Y sufro mucho el deterioro que sufre mi oficio a causa de individuos y medios que lo utilizan para expresar sus odios. De ser muy apreciado por la mayor parte de la ciudanía en los inicios de nuestra actual democracia, el periodismo casi ha pasado a tener la credibilidad de los curanderos. Puede que diga la verdad, es probable que no. Y es que el periodismo, queridos colegas, no consiste en publicar toda la basura que te llega a la redacción porque va a dañar a alguien que te cae muy mal. El periodismo consiste en verificar escrupulosamente todo lo que te llega.

¿Regeneración del periodismo? Sí, también. No quiero que el Estado regule nuestro oficio, siempre he sostenido que la mejor ley de Prensa es la que no existe. Pero creo que los periodistas debemos autorregularnos. Por ejemplo, exigir que todos los medios publiquen en lugar destacado, a un solo clic, los datos de la composición de su capital, las subvenciones públicas que recibe y la publicidad institucional de la que se beneficia.  Hay demasiados medios que viven de la publicidad de ayuntamientos y autonomías, y, puesto que esto sí tiene que ver con el dinero de los contribuyentes, quizá cabría legislar al respecto.

Sí, estoy pensando en primer lugar en Ayuso, la reina madrileña del vermú que riega con nuestros impuestos a cualquier panfleto enfermo de odio a #PerroSanxe, y que mantiene en su puesto, también pagado por nosotros, a un sujeto que amenazó con triturar y cerrar este periódico en el que escribo.

En fin, prosigo con mi reflexión. Esta mañana le he escuchado proponer a una compañera en la tertulia de TVE que las asociaciones de periodistas, motu proprio, hicieran accesible al público la lista de los gacetilleros condenados en firme por injurias y calumnias. ¿Por qué no? Si los periodistas exigimos transparencia, tal vez deberíamos ser los primeros en ofrecerla.

Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados. Hay que distinguir nítidamente entre unas y otros. Esto es una columna de opinión, lo que piensa el que la escribe, y usted puede estar de acuerdo o discrepar. Pero los hechos, insisto, son sagrados. Tiempo atrás casi todos los periodistas lo entendíamos así, quiero pensar que lo seguimos haciendo la mayoría. 

                 

  

               

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