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¿Qué quieren los barones socialistas?

Antón Losada

En política existen pocas cosas más desastrosas que no saber qué se quiere. Ese es justamente el problema de los llamados “barones críticos” del PSOE. Lo único que tienen claro es lo que no quieren. No quieren a Pedro Sánchez. A partir de ahí todo se vuelven dudas y contradicciones. Depende del día y a quién le preguntes. En este estado general de la nación donde todo el mundo va de farol y aparenta saber aquello que en realidad ignora, hay que reconocer que los barones nos llevan varios cuerpos de ventaja en la carrera de la confusión.

Saben y sabemos perfectamente a quién no quieren. Pero nadie tiene claro, ni ellos aclaran, qué o a quién quieren exactamente. Repasemos algunas de las hipótesis más extendidas, aunque solo sea por poner algo de orden entre tanta conspiración.

Unos sostienen que todo responde a una maniobra de los grandes poderes económicos para impedir que Podemos llegue al poder y obligar al PSOE a entrar en la Gran Coalición, o abstenerse dejando paso al PP. Si es así parece algo raro que la primera condición impuesta a Pedro Sánchez haya sido precisamente votar NO en cualquier caso a un gobierno del PP.

Aunque a lo mejor votar NO hoy es la manera de conseguir el SI mañana y, de paso, liquidar al secretario general. Podría ser. En tal caso ¿la rueda de prensa-reality de Pablo Iglesias pidiendo la Vicepresidencia, RTVE o el CNI y facilitando a los barones comparecer como divas ofendidas por sus humillaciones también forman parte de la conspiración, o responden solo a su toque personal?

Otros creen que todo proviene de la percepción de que la unidad de España se halla en grave peligro y el extraordinario sentido de Estado que ha movido siempre a los barones. De acuerdo con esta hipótesis los barones formarían una especie de Equipo A yendo al rescate de la unidad nacional amenazada por un secretario general en manos de taimados independentistas. De ahí que el Comité Federal del sábado haya llegado al absurdo de imponer a Sánchez la condición de hacerse responsable de cuanto voten o no los nacionalistas catalanes.

Hasta aquí todo encaja. Pero esa insistencia en mantener como línea roja la negativa al PP desmonta por completo la teoría. De ser cierta, ante semejante peligro nacional, líderes con tanto sentido de Estado estarían defendiendo sin complejos las bondades de una Gran Coalición.

La gran mayoría afirma que, en realidad, los barones van contra Pedro Sánchez porque en el partido nadie se fía de él, ni de sus perspectivas electorales. Buscan un líder con garantías para iniciar la remontada. Esta tesis parece sin duda la más sólida. Los mismos barones que le auparon al puesto de manera transitoria le reclaman ahora que ceda ante la verdadera candidata que, en su día, no pudo, no quiso o no supo dar el salto: Susana Díaz… o quién sea, si le preguntas, por ejemplo, a Emiliano García Page o a Fernández Vara.

Este plan apostaría por la repetición de elecciones y el inmediato cambio de candidato. Parece verosímil. Pero entonces no se entiende muy bien por qué no lo ejecutan de una vez y se dejan de tanto requiebro. Tampoco se entiende tanto empeño en convertir la fecha del Congreso socialista en la madre de todas las batallas, cuando el candidato se elige en unas primarias que una aspirante con semejante poderío se llevaría de calle. A no ser que no esté tan claro qué pasaría en unas primarias competidas contra el actual candidato y el vencedor necesitase ganar aclamado como un salvador. Entonces la guerra sería sucia y el control del aparato resultaría clave para decantar el resultado.

Si hoy, en España, alguien cree que puede ganar unas elecciones anunciado su candidatura dos meses antes o cree en los milagros o se cree el Capitán América. Los socialistas deberían, tal vez, recordar algunos hechos, no opiniones. Es cierto que Pedro Sánchez ha obtenido el peor resultado de la historia socialista en unas Generales. Pero esta afirmación resultaría aplicable a todos los barones en todos y cada uno de sus territorios. Su problema es común: pierden el voto urbano, el voto femenino y el voto de los menores de cuarenta años. Van camino de que solo les quede un plan viable: después de matar al secretario general, el diluvio.

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