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La precariedad a la luz de las velas

Detalle de un anuncio danés de velas, 1932

Begoña Huertas

Unos días antes de la ceremonia de los Goya celebrada el domingo pasado se publicó un artículo que comentaba la precaria situación laboral de la mayoría de actores que, sin embargo, se pondrían sus mejores galas para asistir al evento. Esa precarización es común a muchos otros trabajos dentro del colectivo “artístico”, el caso de los escritores es un ejemplo que conozco de primera mano. A lo precario contribuye la tramposa definición de “autónomos”, los encargos irregulares y mal pagados, la inexistencia de una mínima seguridad (por no hablar ya de vacaciones o pagas extra), y todo esto sucede en el mejor de los supuestos, siempre que tengas un mínimo de trabajo y no caigas enfermo. No se trata aquí de elucubrar si el de actor, escritor, músico o ilustrador son trabajos necesarios o si podríamos prescindir de ellos. El caso es que requieren un tiempo y unos conocimientos, como cualquier trabajo.

Lo que llama la atención es cómo en el mundo del capitalismo neoliberal la precariedad se disfraza. El término “explotación” lo asociamos todavía a filas de obreros alineados y no a una persona sentada en el sofá de su casa con el ordenador sobre las rodillas. Ahora en lugar de monos de trabajo se llevan pijamas de moda, cómodos conjuntos para trabajar en casa que nos vende Oysho, Women Secret o H&M. Se puede trabajar horas y horas por un precio irrisorio e incluso hay quien lo hace gratis, pero gracias a la publicidad es incluso atractivo: disfrutas de una taza de café mientras te arropas con una manta.

En este contexto no resulta inocente el empeño que parecen tener últimamente los medios por señalarnos el placer de crear un entorno agradable al margen del mundo exterior, al margen de las circunstancias que nos rodean fuera del ámbito hogareño. Es el término de moda desde hace un tiempo, está ya por todas partes: Hygge. Es la palabra clave que alude al secreto de la felicidad danesa: unas velas, un confortable jersey de cachemir al calor de la chimenea mientras saboreas una copa de vino tinto.

Se insiste en que se trata de un placer al alcance de cualquiera, que no se trata de dinero, dicen. Los momentos felices no costarán nada, de acuerdo, pero ya de entrada necesitas una casa donde recrearlos, por no hablar de la calefacción, la luz, el gas y comida en la nevera. Me temo que encender una cerilla debajo de un puente con un brik de Don Simón no sirva para crear hygge. Por no mencionar a la mujer que tenía la luz cortada y murió al incendiarse su piso a causa de las velas que utilizaba para alumbrarse. ¿De verdad no tendrá nada que ver el nivel de vida de los escandinavos como algunos parecen empeñados en repetir?

En nuestro país, con un panorama de paro endémico, trabajo precario y con el 28% de la población en riesgo de pobreza, a parte del hygge tendríamos que hablar más de la renta mínima, la renta básica o el trabajo garantizado. Son tres opciones y no creo que una excluya a la otra. Sin embargo en cuanto se plantea algo así, aunque sea lo más básico –el Congreso tramita ahora la proposición de ley para establecer una ayuda mínima de 426 euros para personas sin recursos– saltan las alarmas de todo el espectro político desde el PP y Ciudadanos (que votaron en contra) hasta ciertos sectores del PSOE.

Los peros a la renta básica universal por parte de la izquierda son muy atendibles, y tal vez la solución podría ser establecer una renta mínima con el ojo puesto en un futuro de empleo garantizado. Seguro que hay varias posibilidades y pueden no ser excluyentes, o ser consecutivas en el tiempo. Pero sobre todo para plantar cara a este problema primero hay que verlo, y después hay que tener espíritu constructivo y comunitario para darle solución. 

“Es que mi mentalidad viene del sector privado”, dijo ante las preguntas de la fiscal Francisco Correa para justificar los sobornos y el dinero que se había llevado a Suiza sin declarar. Lo mismo podría decir Rato, de quien se supo esta semana que había escamoteado a la hacienda pública seis millones de euros, y cobrado 65.000 euros por conferencia. Hasta Montoro reconoció en el Congreso que en España había grandes empresas que tributaban cero, por no hablar de los fraudes fiscales de las grandes fortunas.

Por eso este no es un tema para dejar en manos exclusivamente de los economistas. La filosofía –la que están haciendo desaparecer de los colegios– tiene mucho que decir: hay que replantear la idea de trabajo, la relación de las personas desde el punto de vista laboral y su función dentro de la sociedad, los límites de los ingresos tanto por arriba como por abajo, etc.

La imagen idílica de trabajar en casa, sin jefe, a tu aire, rodeado de velas y cojines esconde la precariedad de falsos autónomos, freelance y trabajadores ocasionales igual que los trajes prestados en los Goya escondían las condiciones reales de los actores. El hygge puede ser al bienestar lo que el capital simbólico a un fajo de billetes: algo muy gratificante pero que por sí solo no basta para vivir. Y la trampa también puede ser la misma, convertir el asunto en un problema exclusivamente individual. La entrevista a la economista Miya Tokumitsu en la que advierte del peligro de enfocar el problema de los emprendedores apelando a la autosuperación en lugar de a la acción política es de lo más interesante que he leído esta semana, mientras me calentaba las manos con un té, en pijama, a las cuatro de la tarde.

En los países escandinavos llevan poniendo velas en sus civilizadas mesas socialdemócratas desde hace mucho tiempo, aquí hemos sido más de poner velas a los santos.

(Por cierto, que en la gala de los Goya robaron unas cuantas joyas que una firma había prestado para que los actores las utilizaran como atrezzo. ¿No es un cierre tristemente perfecto para el artículo que mencionaba al principio?).

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