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Mira la bolita

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Raquel Ejerique

La ideología dominante se genera en un mismo sitio y luego se almacena en pantanos de todo el mundo. Cuando es necesario o les apetece, los dueños del sistema zarandean a los políticos, que se desperezan y abren a chorro el grifo para inundar de agua ideológica nuestras bañeras y televisores. A veces, las 20 familias titulares del planeta dejan su juguete a los políticos para que manejen por un rato las llaves del mainstream.

Es por eso que ahora crees que Venezuela es importante. El sistema nos ha decidido, ha hecho un plan y nos ha estampado el país en la cara, como una almohada asfixiante. Como no cabe todo y el tiempo es limitado, nos han hecho borrar la intriga sobre qué pasó con Putin en Ucrania, el golpe en Egipto o el genocidio en República Centroafricana. Ahora lo que toca es Maduro a cucharadas.

Venezuela, de la que no podrías dar una cifra aproximada de paro, un número de habitantes ni el nombre de su principal partido, es el bypass para mover el corazón apagado de la política española. El establishment enchufa los electrodos y mueve el músculo para activar la casquería y la semiótica: Venezuela es un desastre, Podemos es Venezuela, ergo ya se sabe.

Para que nos solacemos, una vez la culebra venezolana ha entrado en la arquitectura mediática nos dejan retozar sueltos, para que hablemos y discutamos. Tras una recolección concienzuda de argumentos de tertulia y titular, llega nuestro papel estrella: desparramar ideas ajenas provocadas por otros. Una vez cumplida nuestra misión y obligación ciudadana hay que pasar a la siguiente fase. Ser deglutidos y unificados bajo el epígrafe “la gente”.

Formando parte ya de “la gente quiere, la gente pide” se nos usará como coartada y escudo, porque pediremos por nosotros lo que les conviene a ellos. Por ejemplo, la gente quiere un iPhone. Se les dará, para que lo recen con la devoción con la que un pulgar pasa cuentas de rosario. La gente está al borde de la revolución, les daremos la palabra “resiliencia” para que se la apropien y la roan hasta dejarla en los huesos. La gente siente que le toman el pelo. Les daremos “transparencia” y “Big Data”, y a cambio el sistema los predecirá y les pondrá en bandeja lo que quieren antes de que lo pidan. Si en un fallo del sistema la gente tiene la tentación de aburrirse felizmente en casa, les haremos creer que es de fracasados, porque el que gusta de aburrirse no gasta y no contribuye al sistema. Si a la gente le preocupa la justicia y el penoso estado del mundo, les coparemos sus anhelos justicieros dándoles luz sobre Venezuela y apagando el resto del mundo.

Como dice Byung-Chul Han en su libro Psicopolítica, quien es libre de manipulación es “el idiota, que es por esencia el desligado, el desconectado, el desinformado”. Encarna la resistencia a un sistema basado en la conformidad y el sobreexplotado sentido común, que no es más que lo que supuestamente siente la mayoría. “Habita un afuera impensable que escapa a la comunicación y a la conexión (...). El idiota como hereje es una figura de la resistencia contra la violencia del consenso”. Ya que no es posible pedir que no nos manipulen, ofrezcamos más oposición. Rebelémonos o convirtámonos al idiotismo.

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