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La corrupción, mejor gota a gota

El alcalde de Granada sale detenido del Ayuntamiento

Isaac Rosa

Solemos decir que lo peor de la corrupción es este goteo de escándalos: hoy el ministro Soria, ayer Granada, mañana ya veremos. Nos agobia que en los últimos años no haya una semana sin pringue. Cojan el calendario y lo comprobarán: ni en vacaciones cesa esa gota china.

¿Es tan insoportable ese goteo? Déjenme que lo dude un instante. ¿No será al revés, que ese goteo es precisamente lo que hace soportable una corrupción monstruosa, permitiéndonos digerirla en dosis, y separando unos casos de otros hasta difuminar la conexión entre ellos? No digo que sea intencionado, ni que el goteo no sea vomitivo; pero me pregunto qué pasaría si en vez de por entregas, nos la tragásemos de golpe, nos estallase toda de una vez.

Pienso en otros espantos, cuyo goteo es el que nos permite vivir con ellos. Los desahucios, por ejemplo, una realidad vergonzosa pero dosificada a lo largo de una década. Un goteo incesante, pero goteo al fin. Imaginemos que todos esos miles de desahucios, en vez de repartirse en años, se produjeran en un solo día, todos a la misma hora: que hoy a las 12 del mediodía desahuciasen a todas esas familias de golpe. Comprobaríamos su dimensión catastrófica, nos horrorizaríamos al ver algunos barrios colapsados por la caravana de familias sacando sus pertenencias de las casas, como en una ciudad bombardeada. Y lo mismo podríamos pensar de otros goteos con los que convivimos, como la violencia machista, o los ahogados en el Mediterráneo.

Pues igual con la corrupción, cuyo goteo parece una voladura controlada, la válvula de la olla a presión que suelta bufidos para no reventar. Imaginemos que ese goteo sin fin hubiese estallado el mismo día, en una sola mañana. ¡Boom! Imaginen el carrusel periodístico incapaz de llegar a todos los lugares noticiosos, las televisiones conectando en directo con reporteros a la puerta de tantos ayuntamientos, consejerías, empresas públicas, partidos, juzgados y prisiones; todos los cuerpos policiales movilizados para tantos registros y detenciones; y cientos de alcaldes, concejales, diputados, directores generales, tesoreros, comisionistas, intermediarios y por supuesto empresarios y banqueros, entrando a la vez en coches policiales mientras una mano les agacha la cabeza. ¡Boom! Se hunde el país.

Echen cuenta del interminable reguero de Gürtel, Púnica, Bankia, Palau, ERE, Bárcenas, Pokemon, Mercasevilla, Brugal, Noos, Pujol, Palma Arena, Mercurio, Campeón, Acuamed, ITV, Imelsa, Cooperación, Fabra, Taula, por citar solo los más conocidos, cada uno con decenas de implicados. Súmenles las interminables y ya olvidadas corruptelas locales, desde el más pequeño ayuntamiento, y no se olviden del saqueo de las cajas de ahorro y lo mucho que nos queda por saber de los años felices de la burbuja.

Que todos estallasen a la vez tendría su lógica: en el fondo, la mayoría coincidió en el tiempo y a menudo en el espacio; una simultaneidad que se nos despista precisamente por el goteo a lo largo de tantos años.

Hagan un ejercicio sencillo. Si tienen paciencia, cojan un mapa de España, y vayan marcando con una chincheta cada caso, cada administración saqueada, cada corrupto imputado. Cuando tengan el mapa taladrado, cojan un carrete de hilo negro y unan las chinchetas según las relaciones entre casos, pues nunca son aislados, suelen compartir elementos: un mismo partido, un empresario, un comisionista.

El resultado sería una telaraña, una madeja tupida que apenas deja ver el mapa. Un país enredado y enterrado en la corrupción. Con ustedes, España.

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