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El chapuzón de los imputados

La infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin.

Cristina Pardo

La infanta Cristina y su marido se han marchado de vacaciones con sus cuatro hijos a un hotel de 500 euros la noche en Vietnam, según ha desvelado 'El Mundo'. La verdad es que no me extraña que Iñaki dejara los compis yoguis para su cuñada y él fuera más de meter en sus mensajes lo de “duque empalmado”. Quién no viviría en un estado de permanente excitación con una cuenta corriente que te lleva de aquí para allá. Esta escapadita a Vietnam, de ser cierta, se produce en pleno proceso judicial por el fraude de Noós y viene bien para comprobar que la ignorancia de los duques fue momentánea. Se les pasó la amnesia en cuanto cambiaron al juez por una cabaña flotante.

Creo que lo más sangrante no es que esta parejita real se gaste un riñón en sus vacaciones de no sabemos qué trabajo. Tampoco que el empalmado sea sospechoso de defraudar un dinero que seguramente nunca devolverá. Ni siquiera que mientras la familia chapoteaba en el culo del mundo, el sobrino de Urdangarín estuviera contándole al juez que pagaba en sobres a los trabajadores de Nóos por orden de su tío. Para mí, lo peor viene cuando me acuerdo de cómo ella, con cara lánguida, confesaba su ignorancia en el juzgado. No tenía ni idea de nada. Confiaba en su marido, decía; el mismo que la ha conducido hasta el banquillo a pesar del fiscal. “No sé nada de finanzas” contaba la pobre Cristina, a la que sí le cuadran los números para despatarrarse al sol de Camboya y Vietnam entre banquillo y banquillo. El matrimonio, unido en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, en el no sé nada y el no me consta, en los viajes a Ginebra y a los paraísos acuáticos vietnamitas... Es la típica familia numerosa a la que le salen las cuentas nada más abandonar el juzgado. “Lo demás, merde”.

Lamentablemente, no son los únicos imputados que, en medio de un escándalo de corrupción, sienten la necesidad de desconectar poniendo los pies a remojo. Cómo olvidar a Rodrigo Rato enseñando la hucha con un bañador amarillo surcando las aguas de Mallorca a bordo de un lujoso barco, días después de ser detenido y de negarse a declarar ante el juez por delito fiscal o blanqueo o alzamiento de bienes, que ya perdemos la cuenta. Cómo no acordarse de Rato pocos días después, disfrutando de las aguas de Gijón, mientras el Ministro del Interior comparecía para intentar justificar que, entre chapuzón y chapuzón, había recibido al imputado en su despacho oficial. Cómo no recordar a Luis Bárcenas haciendo una peineta ante las cámaras de televisión recién aterrizado de su descanso en Canadá. O su petición al juez para que le dejara viajar unos días a Baqueira, pobre. Cómo no empatizar con los Pujol; qué menos que un poco de tranquilidad andorrana. La Marta, la Ferrusola, que si esquiaba todo lo que decía, debe de tener los brazos de un levantador de piedras. Ninguno de ellos se enteró nunca de nada pero, a juzgar por sus necesidades vacacionales, nosotros sí podemos llegar a una conclusión: delinquir tiene que ser agotador.

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