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Trabajando para que nada cambie

Rosa María Artal

El paquete incluye elementos altamente tóxicos, pero todo vale cuando se persigue un fin deseado, como definía Maquiavelo. Estamos inmersos en un tórrido verano electoral donde cualquier trampa vale para conseguir el objetivo. Algunos se están dejando en el empeño hasta el prestigio. La meta –buscada o sobrevenida- es que nada cambie en esta España récord en desigualdad y despropósitos que, sin embargo, tanto gusta a lo que llaman “el dinero”.

La trama Púnica del PP nos demuestra que no se cortaron ni un ápice con las macrocausas de corrupción previas como la Gürtel: ese mismo fangal está acreditado hasta las recientes elecciones municipales, y se sospecha llega hasta hoy mismo.

En resumen, han entrado en las arcas públicas a saco, llenando sus bolsillos de todo lo que fuera susceptible de ser afanado. Bolsillos, cuentas corrientes, zulos y maletas para Suiza. Andan de por medio jueces, empresas públicas, medios. Han mentido, extorsionado, robado y quién sabe qué más. Presuntamente. Las manzanas podridas del PP, nos dicen sus portavoces, dejan impoluto el cesto y les llenan de bochorno (no tanto como a nosotros). Pero, sin duda, harían caer gobiernos y partidos en cualquier país serio, con una sociedad decente. Aquí, Salvador Victoria, alto cargo del PP de Madrid, sentencia la frase definitiva: “Esto se ha hecho toda la vida y nunca ha pasado nada”. Y no le falta razón. Esto es España.

Conocemos estos días con detalle, cómo el dictador Francisco Franco –tras ganar la guerra desencadenada por su golpe de Estado- destrozó la ciencia. Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950) relata esa trágica labor que desmanteló pilares fundamentales del conocimiento para sustituirlos por la ignorancia y el fanatismo religioso. Muerte y exilio para gran número de docentes. Recordemos el escarnio al que se sometió también a las maestras de la República. Y varias generaciones de españoles educados en la irracionalidad y el oscurantismo.  No fue inocuo, y ese legado permanece de alguna manera. Cuarenta años es casi una vida. Y venía de atrás, de siglos de atraso.

Gran parte de la derecha española es hija aún de esos postulados. La asignatura de Educación para la Ciudadanía que Rajoy suprimió nada más llegar a la Moncloa, llegó a estudiarse -tras ser implantada por el gobierno del PSOE- con remiendos intolerables. El texto más difundido cuestionaba las teorías de Darwin sobre la evolución, reivindicaba la creación del estatuto del embrión –entidad humana desde el mismo instante de la concepción- y rechazaba la filosofía que interpreta el mundo sin la religión católica. Llamaba asimismo a la rebelión cívica en el caso de que España avanzara hacia un Estado laico y no consideraba posible ser “patriota” sin “amar, además del territorio, la religión”. Lo detallaba la periodista Manuela Prades en 2007. Ni que decir tiene que las nuevas leyes vienen impregnadas de ese espíritu ultraconservador. Y que los mismos adalides de esta ideología están sentados en el pleno de las corrupciones y que siguen en activo. Es inaudito ver a la presidenta de ese PP de Madrid que “les abochorna”, Esperanza Aguirre, no solo en política, incluso dictando doctrina a otros. 

Y esto es lo que no solo políticos sino numerosos medios y periodistas se afanan en conservar y proteger, a juzgar por su nada disimuladas campañas. Con todas las mutilaciones de lo esencial y unos datos económicos preocupantes, como el brutal aumento de la Deuda Pública, que contradice la aireada recuperación. Son una maquinaria engrasada y eficaz, como una gota malaya. 

 El PSOE aunque acierta al desmarcarse de algunas intolerables propuestas del PP como el cambio de la ley electoral, no parece ser consciente de su situación. Y no debería escuchar los cantos de sirena demoscópicos. La realidad es que ha seguido perdiendo votos aunque haya ganado poder municipal y autonómico. Y le condiciona la errática tendencia de la socialdemocracia europea en la que se inscribe de pleno: acaba de firmar con los conservadores europeos el informe del TTIP que consagra el poder de las empresas sobre la democracia de los países. Y, si ahondamos en lo pequeño pero nada nimio, tenemos a la Federación de Madrid con su Carmona y su Simancas (al que colaron el Tamayazo) avanzando que la alcaldesa Manuela Carmena no les acaba de gustar, dentro de una campaña infame de acoso y derribo por numerosos flancos a la edil de Madrid. Parece una forma muy poco sutil de anticipar cambios que les aúpen tras las generales. Igual no se limitan a la capital. Este punto habrá de quedar muy claro. Para hacerlo cuentan con decidido apoyo mediático, pero todavía es la ciudadanía quien vota.

 Entretanto, la locura parece haber impregnado a la izquierda, presa de una actividad febril. Está reeditando con creces sus viejas equivocaciones, egos, odios, descalificaciones, empecinamiento en el error. Sin darse cuenta de que la sociedad ha cambiado y que ya no le conmueven ni los “abajofirmantes”.  Es otra, condicionada por sus propias sensaciones de atropello y por una propaganda muy intencionada y la disuasión de los valores. Hay quien se preocupa por ellos. Existen personas luchando por los ciudadanos, numerosas, por mucho que ensucien su trabajo.

Pablo Iglesias y Podemos han cometido fallos. Como los demás. Pero se diría que la nueva unidad de la izquierda se basa en apear, precisamente, a Pablo Iglesias que -con la frialdad de la evidencia- es quien canalizó el malestar social. Otros no lo lograron. El rival no es él, ni Podemos. Es el PP y cuanto conlleva, son los verdugos de Grecia, los motores de la desigualdad. Abochorna ver cuantas fuerzas empujan a su favor, para que nada cambie.

La izquierda exquisita de siempre, la que, dentro de IU, la dinamitó y perdió todos los dientes en sus batallas internas no desaprovecha ocasión de meter palos en  la rueda de Iglesias, a ver si acaba de bruces en el suelo como el dios de la vieja izquierda manda. La que vio perder varios trenes, numerosas bicicletas y todos los dentistas. Si la confluencia sería deseable, se produce en un escenario de heridas abiertas y egos desbordados.

El escenario es inquietante por todo ello. La teoría da un mensaje claro: lo primero es el bien la ciudadanía, aparcando vanidades y verborreas varias. Y revisar esas listas en las que se cuelan los expertos en el trepe y el trinque, amén de alguna bajeza más.  Tanto en Cataluña –que ofrece inauditos compañeros de viaje- como en España. Ver si es posible una confluencia pero sobre todo provocar un cambio real.  Y sin perder el horizonte. La práctica es otra: que mejor es el suelo y sus cloacas que asaltar el cielo.

Un Agosto para superar la irracionalidad…  y el asco. Lo cierto es que este país disuade. Hay tiempo, ya poco, para enmendar. Pero lo hay.

  

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