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PSOE a tierra: el precio de no entender

Los secretarios generales del PSOE de Andalucía, Susana Díaz; de Aragón, Javier Lambán (d); y de Asturias, Javier Fernández (c), ahora también presidente de la gestora del PSOE.

María Eugenia R. Palop

Se mire por donde se mire, con su abstención, técnica, estratégica, ideológica, total, parcial, o mediopensionista, el PSOE está dispuesto a cambiar hoy gobernabilidad por impunidad facilitando el gobierno corrupto, antisocial y autoritario del sr. registrador en funciones. Visto que las terceras elecciones serían para el partido una orgía de “muerte y destrucción”, su pasokización sin paliativos, el PSOE ha juzgado esta inmolación como un mal menor en la vana idea de resurgir de sus cenizas en el futuro, saliendo de su propia ciénaga como el barón de Münchhausen.

Sin embargo, la situación que el PSOE tiene que enfrentar se antoja más difícil de lo que imaginan algunos, porque para resolver su crisis interna los socialistas tendrían que entender primero, al menos, un par de situaciones críticas que ni han entendido, ni quieren entender: la crisis territorial y el eje nacional, y la crisis de representación democrática.

— La crisis territorial y el eje nacional: El PSOE ha dado una respuesta, cuando menos, errática a la cuestión territorial y nacional. No ha entendido la reivindicación del derecho a decidir ni ha sabido encajar el referéndum en su confusa genealogía. Y esto ha tenido y tendrá para el partido consecuencias muy negativas, tanto orgánicas como programáticas.

Orgánicas: Las baronías territoriales en Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, Valencia, Asturias y Aragón, son los únicos tentáculos vivos que le quedan al PSOE, dado que recuperó un cierto poder en el ámbito autonómico y municipal, pero lo perdió en el ámbito estatal y en las CCAA más singulares (su pérdida de poder institucional en Catalunya frente al poder socialista andaluz es un cáncer que le devora, al menos, desde 2010).

De hecho, buena parte de la resistencia a Sánchez procede hoy de esas baronías, comunidades receptoras de fondos que se apoyan en un Estado fuertemente centralizado, por lo que, orgánicamente, la tensión entre el centralismo político y las nacionalidades históricas se ha acabado trasladando al interior del partido, que ni ha sabido ni sabe gestionarla inteligentemente.

Programáticas: Está claro que es difícil mantener una estrategia ganadora en el eje nacional y en el eje ideológico simultáneamente, visto que las CCAA ordinarias y las singulares han evolucionado de manera opuesta. Ciertamente, esta es una dificultad que afronta tanto el PSOE como cualquier otro partido, pero el problema es que, por una parte, el PSOE ha ido girando paulatinamente hacia apuestas ideológicas cada vez más desconectadas de su base social, con lo que previsiblemente su apoyo en las CCAA ordinarias tenderá a debilitarse (gobiernos en coalición); y por la otra, tampoco ha logrado manejar con lucidez (o no siempre) ni la cuestión nacional, ni la cuestión territorial.

El abordaje errático que el PSOE ha hecho de la cuestión territorial ha sido más que evidente. En la Declaración de Santillana (marzo, 2003) el PSOE se comprometió a impulsar reformas institucionales para construir una España en red y no radialmente, y Zapatero habló de la “España plural”, activando incluso la Conferencia de Presidentes Autonómicos. Sin embargo, los devaneos y el oscurantismo en la tramitación de la reforma del Estatuto de Autonomía catalán acabó por convertirse en una china en su zapato, y desembocó en una campaña feroz del Partido Popular y en un recurso de inconstitucionalidad que se saldó con la Sentencia 31/2010. Entonces, el descrédito del federalismo y la crisis del PSC fue solo uno de los efectos colaterales de la confusión de Zapatero; ahora a esta confusión también contribuye el PSC.

El 6 de julio de 2013, los socialistas aprobaron la Declaración de Granada sobre “Un nuevo pacto territorial: la España de todos” y la Resolución “Hacia una estructura federal del Estado”, abogando por un federalismo simétrico y vago que no ha resultado jamás ni persuasivo ni cautivador porque no ha tenido en cuenta la diferente vocación política de autogobierno de las distintas comunidades, y se ha traducido, finalmente, en la federalización del modelo autonómico vigente, reconociendo, eso sí, las nacionalidades históricas y convirtiendo al Senado en una cámara territorial.

Más allá de esto, lo cierto es que la tensión entre el eje ideológico y el nacional solo puede resolverse con un discurso unificador en el que los derechos sociales y los derechos políticos se presenten como exigencias vinculadas; asumiendo que un eje y el otro están conectados, que una sociedad igualitaria es necesaria pero no suficiente, y que los derechos sociales tienen una dimensión comunitaria que no se puede obviar. Sin embargo, el PSOE, lejos de situarse en esta senda intermedia, y salvo excepciones, ha acabado defendiendo posiciones jacobinas que lo han situado tanto en la órbita de un nacionalismo español excluyente como en el del más rancio fundamentalismo constitucional.

La crisis de representación democrática: Como dice Javier de Lucas, el PSOE no ha entendido “[..]que el juego político requiere hoy avanzar en una exigencia democrática que permita no sólo la regeneración interna, sino ponerse en condiciones de dar respuesta a una ciudadanía que, cada vez más claramente, abandona su posición de consumidor pasivo”. Vaya, que la cultura de partido, la cultura del aparato, ni funciona ya, ni va a funcionar en el futuro. Por lo mismo, ni una gestora oficialista, ni la costurera andaluza y su susanato (producto de esas Juventudes Socialistas que adiestran para matar o morir), van a ofrecer solución alguna a la crisis que atraviesa el PSOE. De hecho, la organización interna del PSOE es uno de los problemas que puede encontrarse en el origen de su descomposición.

La burocratización, la centralización y la carrera por el caudillaje; la falta de democracia interna, con su férrea disciplina de voto; los liderazgos verticales y depredadores que generan facciones permanentemente enfrentadas; y, sobre todo, la distancia de las bases y la desideologización, son algunos síntomas de la decrepitud política que sufre este partido y que, no por extendidos, resultan más saludables.

Los socialistas aparateros han visto en la consulta a la militancia el horror de los horrores, y eso que hablamos más de cuadros que de militantes y que éstos representan solo el 5% del total de sus votantes. Estamos, pues, frente al modelo prototípico del partido cath-all-party o partido atrapalotodo; esto es, un partido que ni está en la calle, ni se le espera, que no se ha enterado del cambio que se ha dado en España después del 15M, y que, por supuesto, no ha sabido ni entenderlo, ni rentabilizarlo. Los riesgos de una consulta, así las cosas, no parecen ser muy altos.

Por lo demás, el aparato ha ofrecido una visión funcional y pragmática de la política en la que no había ni proyecto, ni cómplices, ni acompañantes claros. La obsesión por ocupar el centro-izquierda del tablero le ha animado a ir, indistintamente, de la mano de C's, de UP, de los independentistas o del PP, y esto ha generado una profunda desconfianza entre su electorado. Lejos de podemizarse, como decía Javier Fernández, el PSOE ha sufrido, más bien, una enfermedad de moderación grave que le ha arrastrado a la más absoluta esquizofrenia. Y lo peor es que, en contra del criterio de la Gestora y de los amotinados, al PSOE le ha ido mejor cuando ha optado por un proyecto político claramente de izquierdas.

Así, como señala Pau Mari-Klose, cuando Felipe González obtuvo victorias apabullantes en 1982 y 1986 (48.1% y 44.1%), fue cuando su discurso fue más rupturista, y cuando perdió apoyos fue cuando articuló las políticas económicas más neoliberales, las de la beautiful people socialista. A Zapatero le ocurrió algo parecido con su agenda izquierdista, tanto en 2004 (42.6%) como en 2008 (48.3%). A partir de 2010, sin embargo, cuando los socialistas abrazaron el discurso TINA (There is no alternative), y se lanzaron a la reforma del artículo 135 de la Constitución, perdieron 59 escaños y 4 millones de votos. ¿De dónde procede, pues, el miedo a la podemización?

Por supuesto, estas no son ni muchos menos todas las cuestiones que el PSOE va a tener que resolver de ahora en adelante. Hay problemas estructurales, de fondo, que planean muy especialmente sobre el partido: la crisis del régimen del 78, el fin del bipartidismo, la crisis de la socialdemocracia y la sociedad del trabajo, la crisis del Estado social y del capitalismo postfordista… problemas que ya padecen otros socialdemócratas en Europa. ¿Podrá este PSOE tan enfangando y cerril sobrevivir a la amenaza letal que le supone hoy esta crisis multinivel? ¿Un PSOE que, cuerpo a tierra, ni siquiera ha pasado el filtro del psicoanálisis? Francamente, no lo creo.

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