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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Felipe González, último rugido

Felipe González en la entrevista de El País

Rosa María Artal

Irrumpe Felipe González en las deliberaciones para el nuevo gobierno, pretendiendo sentar cátedra, pero no ha conseguido sino certificar los estertores de un tiempo caduco. El presidente socialista –de alguna forma lo pareció en su día, socialista- comparece en una entrevista para El País con un furibundo discurso “anti Podemos” para pedir al PSOE de Pedro Sánchez que deje gobernar al PP. La apremiante urgencia de salvar el estatus vigente, le ha hecho coincidir en su campaña con José María Aznar, en mensajes casi textuales. El desprestigiado expresidente de gobiernos del PP, de la mano de González. Dos, por el precio de uno. Confluir, tras ancestrales enfrentamientos. Ambos ven al Podemos que las políticas de sus partidos llamaron a gritos, “un peligro para la democracia”. Temible la democracia de la desigualdad y de las arbitrariedades que nos venden ambos ex mandatarios.

Al shock por el cúmulo de furias y desatinos desplegados por González –lo del Leninismo 3.0 ya es la guinda-, siguió, casi de inmediato, la burla de una sociedad que da ambos por amortizados. Seguirán en la brecha los medios a su servicio, al servicio de que nada cambie, pero la ciudadanía ya camina por otra senda. Una buena parte. En realidad, hablan para esa otra que se deja conducir con la vara del pastor y que traga lo que le echen. Pero hasta ésa terminará sospechando de las taras del trigo que les sirven.

Todavía hay, dicen, socialistas de viejo cuño que valoran las palabras de Felipe González. Muchos comparten la idea de que Podemos no puede estar prácticamente en las instituciones. De ahí la pueril maniobra de mandar al partido de Iglesias al gallinero del Congreso o no darle un espacio físico para reunirse en el Senado. Pueril pero nada inocente. Mezquino y torpe, símbolo de cómo pretenden llevar la legislatura el bipartidismo y sus apéndices. De seguir esta legislatura aún no comenzada, sin recurrir a nuevas elecciones.

Resulta casi trágico ver cómo Felipe González ha destruido su propio legado. Suresnes aparte, el líder socialista llegó al gobierno en 1982 alado por ventanas que se abrían al progreso –así lo sugería el excelente spot electoral-. “Tenemos derecho a la esperanza, a recuperar el gusto por el trabajo bien hecho”, dijo en su última alocución antes de las elecciones. 202 diputados, récord jamás superado. Las calles se llenaron de banderas y abrazos entre sus votantes. Los análisis más serios certificaron que con la llegada del PSOE a la Moncloa acababa el peligro de una Transición abortada. Felipe González venía con otra estética y otro lenguaje, dominando con brillantez la cámara y el discurso. La Caverna alertó contra él. “Por el cambio”, venía. A desterrar a un Adolfo Suárez que hoy se reivindica como modernidad, ahora con más brillantina y aroma Varon Dandy, aunque venga en frasco de Armani

Quien quiera entender lo que Felipe supuso entonces no tiene más que leer su progresista discurso de investidura. “La dignidad de una nación se mide por el trato a los sectores marginados”, dijo entre otras cosas. De su mano entramos en la Europa, CEE, que nos había cerrado continuamente las puertas (entonces los fascismos estaban muy mal vistos en la dirección de Bruselas). Y a través de luces y sombras, se extendió la sanidad y la educación gratuita y universal. Pilares esenciales del Bienestar, de la dignidad, hoy cercenados.

El Gobierno de González se tambaleó por el De entrada, no que fue sí (en referencia a su cambio de opinión sobre la permanencia de España en la OTAN), por las durísimas reconversiones, la turbia lucha antiterrorista y, sobre todo, los escándalos de corrupción. Mientras, a lomos de gatos blancos y negros, descubría la adaptación del régimen chino al capitalismo salvaje. Los veinte años posteriores a su salida del Gobierno han conocido las puertas giratorias, la asesoría de Gas Natural, el cambio de pareja - nada casual - surgido entre los círculos de la jet set. El Felipe González de hoy aparece con un rostro torrado por el sol de los yates que terminaron por hundir su mito, si para algún progresista se mantenía. Poniendo de ejemplo al Pinochet de las carnicerías humanas frente a Venezuela. Valorado también por Aznar que así lo expresó en un terrible artículo, en el que llegó a culpar a los chilenos de “las desventuras” que se hubieran evitado de “haber cumplido con su deber” de no votar a la izquierda de Allende. Ahora forman tándem ante Podemos. La desmesura y desproporción desplegadas tienen un fin, el mismo de los medios que les asisten: mantener los privilegios que han consolidado las políticas del PP, sin ceder ni una migaja de las que caen al suelo en el abusivo reparto de la tarta. El clan es peligroso si se contrarían sus objetivos: mantiene gran poder de control y daño. A estas alturas de la historia, son tales los excesos de la campaña contra Podemos que sus propios integrantes deben estar atónitos del terror que despiertan.

¿Alguien ha escuchado a Felipe González, tan preocupado por la pobre Venezuela, criticar el récord de venta de armas de España a Arabia Saudí? Pues esa dictadura, ésta sí lo es, ejecuta opositores y los decapita. Y existen fundadas sospechas de que financia el yihadismo más extremista, el que acaba cometiendo atentados o expulsando a seres humanos de sus casas. ¿Le hemos oído algo de esos mismos refugiados que produce la barbarie, a los que encierran, marcan, confiscan sus bienes, o dejan morir de hambre y de frío en Europa?

¿Ha criticado siquiera una vez Felipe González las brutales desigualdades que ha creado el PP, los 14 millones de españoles en el umbral de la pobreza, el tercio de los niños que ya viven en la precariedad, los que solo hacen una comida decente en el colegio? No, pide que se le deje seguir gobernando.

¿Ha dicho media palabra al menos de los desahuciados de sus casas, de los parados, del trabajo miseria que crea la Reforma Laboral del PP, de los recortes tan precisos en ideología neoliberal, de la merma de libertades, del autoritarismo? ¿Ha pedido se deroguen las leyes Mordaza? No, quiere que siga el PP con la abstención de su propio partido.

¿Y de la corrupción? ¿Ha expresado algún resquemor Felipe González por mandar que siga gobernando un PP con estos mimbres?

¿Ha mencionado la soberbia gestión económica del PP con el mayor aumento de Deuda Pública en un siglo? ¿Nos ha alertado de que la UE, ahora, dice que es un gravísimo problema y hay que hacer ajustes fiscales que es como llaman a la tijera? ¿Algo sobre el saqueo a la hucha de las pensiones?

¿Ni siquiera piensa González en las presiones a las que están sometiendo al secretario general de su partido, Pedro Sánchez, víctima también del tratamiento de acoso al que ponga en cuestión siquiera las políticas que el PP representa? Hasta otro cadáver político como Rajoy aprovecha su aliento para echar sobre Sánchez las “culpas” de no mantenerlo en la Moncloa.

Una España sobrecogida por la corrupción, una Europa que se dirige ciegamente al fascismo y al más descarnado egoísmo, distrae su atención con las maniobras de Felipe González. Pero no tanto como esperaba. Hay otra España más instruida -que probablemente sus políticas contribuyeron a formar-, que prescinde de él por completo.

Felipe fue muy querido, casi venerado. Hoy parece rugir desde una jaula de oro en la que voluntariamente entró. Tan alejada de la sociedad que ni le oyen. Sin duda, le compensan sus beneficios. Ha dejado tanto prestigio aparcado, que muchos deben ser.

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