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Las de Caín

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el dirigente de Podemos, Pablo Iglesias, en una reunión.

Jesús Cintora

Es llamativo que, en una democracia como la española, Mariano Rajoy siga como presidente: rodeado por escándalos de corrupción, habiendo mentido repetidas veces a su pueblo, con los mayores recortes del sistema de bienestar que se recuerdan y con clamorosos incumplimientos de su programa electoral. Pero, ¿está a la altura la oposición para evitar que Rajoy siga en la Moncloa? La falta de acuerdos, la táctica, los egos y, sobre todo, las divisiones internas, ¿están lastrando a los partidos adversarios del PP hasta el punto de distanciarse cada vez más de sus potenciales electores? Quizás convendría esta reflexión, algo de autocrítica y que hubiera propósito de enmienda. Puede que aún estén a tiempo.

El bueno de Miguel Gila, teléfono en mano, fue un visionario: “¿Está el enemigo? Que se ponga. Oye, ¿atacamos o no atacamos? Que igual no conviene atacar…”. Gila, humorista reconocidamente rojo, que sufrió graves padecimientos por ser de izquierdas, no pudo imaginar que, hoy en día, la realidad podría superar a la ficción: las llamadas telefónicas son hasta demasiado para negociar en política, porque hay dirigentes que intentan, o hacen como que intentan, formar gobierno a golpe de mensajes de Telegram o de Whatsapp. Y hasta con intermediarios. Estas cosas están ocurriendo. Quién sabe si por desconfianza, por tacticismo, por incapacidad o por ir matando el tiempo.

Y el tiempo puede matarles a ellos. Ahí está Rajoy esperando a que Iglesias y Sánchez se queden sin cobertura. En el entorno más cercano a Pablo Iglesias me aseguran que el secretario general de Podemos y Pedro Sánchez se han visto este verano. Fuentes muy cercanas al líder del PSOE me dicen que quieren el compromiso de Unidos Podemos para sacar adelante la investidura de Sánchez. Pero hay importantes dirigentes del equipo de Iglesias que, a cambio, han exigido a los socialistas formar parte de ese gobierno, porque no se fían y consideran que no estar en el ejecutivo supondría incumplimientos del programa que, dicen, se están produciendo en algunas autonomías. Sumen a esto los recelos, de unos u otros, con los nacionalistas, de Ciudadanos, de los barones… En esas estamos. Y fluyen los mensajes enviados y por enviar.

Mariano Rajoy sigue con la llamada en espera. Deseando que pasen las elecciones vascas y gallegas. Para ver si, con los resultados, “pedristas”, “susanistas”, “pablistas”, “errejonistas” y otros enardecen su navajeo. No vale con la puntita. Que la disputa interna de sus rivales tenga la suficiente profundidad como para que él siga en la Moncloa. Bien por la rendición ahora de sus adversarios, bien porque las puñaladas entre ellos han sido suficientemente cainitas como para que Rajoy pueda decir en una tercera cita con las urnas que los demás son unos salvajes y que solo él garantiza el orden y la paz.

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