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El voto a los dieciséis no es una utopía

Cs ganaría las elecciones, con ventaja de 6 puntos al PP y 8 al PSOE, según sondeo

María Rodríguez Alcázar

Comisión Permanente del Consejo de la Juventud de España —

Seguramente mi abuelo jamás imaginó que mi madre podría votar con dieciocho años. Es razonable que a mi padre aún le cuesta imaginar a sus nietas votando a los dieciséis. Pero, por suerte, tendemos a ello. Austria ya lo hace y cada vez más países están reduciendo la edad para participar en comicios. Se está dando claramente un movimiento en este sentido. Desde espacios de muy diversa índole se reclama el derecho a voto a los dieciséis. Igual vemos la propuesta en las conclusiones de Foro de Davos como en el Congreso de los Diputados por ERC o Podemos. Hay una preocupación transversal a distintos partidos e ideologías sobre qué debe ser la ciudadanía y cómo evitar que la juventud sea excluida del conjunto de la sociedad: en 2015, más de la mitad de la juventud española se sentía como “ciudadanía de segunda”.

El voto a los dieciséis no es una locura

A los dieciséis años ya tenemos reconocidos ciertos derechos y responsabilidades. Se nos considera capaces para emanciparnos, trabajar, casarnos, conducir, responder penalmente a nuestros actos, tener relaciones sexuales… En cambio, se sigue dando la incoherencia de negarnos la posibilidad de decidir con nuestro voto las políticas que nos afectan.

Los datos demográficos no nos dan mucha esperanza a la juventud. Dado el envejecimiento de la población, la proporción de personas jóvenes en la sociedad se está reduciendo y, por tanto, cada vez estamos menos representadas en el electorado. Actualmente la juventud es el colectivo que más sufre la pobreza. El 37,5% de desempleo en menores de veinticinco, la imposibilidad de marcharnos de casa de nuestros padres o la precariedad en la que vivimos nos demuestran que las políticas juveniles son las grandes olvidadas. Reducir la edad del voto a los dieciséis años propiciará un mayor equilibrio electoral entre los más jóvenes y los más mayores. Y, por ende, una mayor representación de nuestras necesidades.

La juventud somos casi el 20% de la población, pero entre 1985 y el año 2000 se invirtió 35 veces más en pensiones que en políticas de infancia, familia, juventud y educación juntas. Ahora nos lamentamos porque las mujeres nos vemos obligadas a retrasar nuestra maternidad o tener menos hijos, o que la juventud precaria no cotizamos lo suficiente para mantener las pensiones. Lo que vemos es que necesitamos un proyecto de sociedad sostenible con solidaridad intergeneracional, porque los problemas de los jóvenes resultan también un problema para los mayores.

El voto a los dieciséis no es un sueño, es un derecho

Si escasean las políticas juveniles, todavía más las elaboradas desde y con la juventud. Y no será por falta de ganas. Las personas jóvenes queremos dar nuestra opinión y que sea tenida en cuenta. Queremos ser parte de la toma de decisiones. Queremos directamente incidir en lo que nos afecta. Como sociedad nos lamentamos de la desafección de la juventud con las instituciones. Quizás nos debemos plantear si se nos está dando el suficiente espacio para participar e involucrarnos en ellas. La motivación para participar activamente en los procesos de decisiones es mucho más baja cuando no se tiene la posibilidad de influir realmente en los mismos. Rebajar la edad del voto a los dieciséis años favorecerá la participación de los y las jóvenes en la vida democrática.

“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” nos enseñaron los superhéroes de nuestra infancia. Las organizaciones juveniles llevamos años demostrando la capacidad y el compromiso de las personas jóvenes. Llevamos años reclamando que queremos asumir esa responsabilidad, pero seguimos cargando en nuestra espalda con la desconfianza. Buscamos una sociedad crítica, activa y comprometida, pero ¿qué hacemos para llegar a ella? En nuestro sistema educativo no se nos educa para participar. Yo misma deseé que en el instituto alguien me explicara qué era eso de circunscripciones, diputados y senadores cuando iba a votar por primera vez. Pero educar en participación va más allá de formarnos en el funcionamiento del sistema político, sino que implica también aprender a reflexionar sobre nuestro entorno, pensar de forma crítica, tener iniciativa e involucrarnos en aquello que nos interesa y repercute. Competencias transversales que se acaban diluyendo entre contenidos para memorizar. ¿Para cuándo una asignatura donde abordar directamente esta cuestión?

Complementado con la educación para la participación, el voto a los dieciséis será un incentivo para ejercer una ciudadanía activa, así como para visibilizar y dar voz a la juventud en la toma de decisiones. Ahora bien, para que las personas jóvenes se empoderen alguien debe ceder poder. ¿Es esto lo que nos da miedo? Vuelve el debate sobre el voto a los dieciséis. Ojalá tengamos en 2019 los votos más jóvenes de la historia de nuestro país.

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