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Una red global de ciudades sin miedo

Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Joan Ribó, alcalde de Valencia.

Marcelo Expósito

Miembro de la Dirección Ejecutiva de Barcelona En Comú y Diputado de En Comú Podem en el Congreso —

En el encuentro Ciudades Sin Miedo nos reunimos con hermanos y hermanas de 180 ciudades de cuatro continentes de todo el mundo. El encuentro tuvo su apertura significativamente en una plaza del barrio del Raval, territorio histórico de la exclusión y de la rebeldía, hoy al cuidado de una mujer extraordinaria, nuestra concejala de distrito, la comandanta Gala Pin. Barcelona viene siendo un laboratorio político excepcional desde hace al menos un siglo y de cuya imaginación política para la rebeldía nosotras, Barcelona En Comú, nos sentimos humildemente herederos.

El título de este encuentro muestra al menos dos caras. “Ciudades sin miedo” porque, como se afirmó una y otra vez en las hermosas intervenciones en la plaza de Ada Colau, de Manuela Carmena, de Caren Tepp, de Rena Dourou, de Helen Gym y de Áurea Carolina de Freitas, somos ciudades valientes en las que estamos intentando ejercer políticas audaces. Pero mencionar el miedo significa también que reconocemos su existencia. Nuestras fuerzas políticas surgen en un clima mundial de ansiedad para las mayorías sociales que debemos mirar de frente. Nos encontramos, una vez más en la historia, en un mundo situado en la encrucijada entre la esperanza de la vida a plena luz y la incertidumbre de la oscuridad.

Voy a decirlo de una manera más clara. Si miramos con atención el plan del encuentro, observamos que su programa podría leerse como una especie de tribunal de los pueblos a punto de emitir un dictamen: no vamos a consentir que este sistema global siga ejerciendo crímenes contra la Humanidad en nombre de la economía y de los poderes no democráticos.

En contraste, cuando hablamos de municipalismo, nosotras reconocemos cuál ha sido históricamente la matriz de todos los movimientos populares: construir un espacio de cuidado mutuo, un espacio de protección y autodefensa que inmediatamente hacemos político.

El municipalismo tal y como nosotros lo entendemos no es un fetichismo de las instituciones. Consiste en trasladar a las instituciones del gobierno local una ética del cuidado aprendida ancestralmente, que busca restituir y reinventar el tejido de colaboración y la consistencia relacional de nuestras sociedades que el neoliberalismo ha explotado y destruido desde hace varias décadas. “Feminizar la política” es ni más ni menos que el nombre reciente que damos a este proceso que han descrito entre nosotras personas como nuestra compañera de viaje municipalista María Eugenia Rodríguez Palop, y por eso mismo nuestro querido alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, habla de nosotras como “ciudades cuidadoras”.

Cada uno de nosotros podría relatar una tradición propia de la cual provenimos (y nuestro hermano Jorge Sharp, el alcalde de Valparaíso, mencionó para mi emoción a Luis Emilio Recabarren, líder obrero porteño de origen vasco que llegó a ser diputado de la República de Chile). De estas tradiciones, nosotras tenemos que recoger lo más hermoso y provechoso para dejar atrás la pesada mochila del pasado y así poder volar renovados, sin peso en las alas.

Hace varios años, un amigo a quien también quiero mencionar, el pensador italiano Paolo Virno, compañero de viaje de los movimientos del Sur de Europa desde los años setenta, reflexionaba sobre el fin del ciclo del movimiento contra la globalización neoliberal afirmando que se había convertido en una enorme batería global totalmente cargada de energía crítica que no sabía exactamente dónde conectar para descargarse. El resurgir de los movimientos municipalistas que nosotras representamos en este encuentro de ciudades sin miedo, puede entenderse como un conector que descarga esa energía crítica global reforzando los contrapoderes locales, contrapoderes que ahora anhelamos dejar de solamente resistir para ejercer además un buen gobierno.

Los nuevos municipalismos nos enfrentamos así a un doble reto por abajo y por arriba. Por abajo, superar las limitaciones de muchas de nuestras experiencias previas de contrapoderes locales, para convertir las resistencias en políticas de gobierno que construyan un nuevo sentido común. Un sentido común que contrarreste el miedo tendiendo la mano a las mayorías sociales diciéndoles, no tanto “ven al rincón de resistir”, sino más bien: “Tu miedo es real, pero somos mayoría y seremos uno en los momentos de zozobra”.

Por arriba, tenemos la responsabilidad de no convertir el municipalismo en una compensación por nuestra dificultad para construir nuevas formas de buen gobierno también a escala translocal. El municipalismo no solamente será internacionalista o no será. También tiene que articularse con otros saltos de escala institucional sin los cuales, sencillamente, no tenemos futuro, porque sabemos que el neoliberalismo viene siendo también un proceso de estrangulamiento de las soberanías locales y del poder de las instituciones municipales. Y del doble reto de articular estas escalas entre lo más pequeño y lo más extenso debemos discutir también.

No quiero concluir sin hacer una mención especial. Cuando el presidente de la Argentina, Mauricio Macri, visitó oficialmente nuestro Congreso de los Diputados hace unos meses, le dijimos que no es bienvenido si acude aquí para vender su país. (Algo complementario proclamó Gerardo Pisarello en la plaza: quienes venís a explotar nuestras ciudades, como los fondos buitres de inversión, no sois bienvenidos.) Y esta recepción que le dimos sintetizaba en una sola imagen la demanda global de respeto a los derechos humanos que queremos expresar a través de redes translocales e internacionales. Esa imagen la quiero evocar de nuevo: pedimos una vez más la excarcelación de Milagro Sala y exigimos respeto para quienes en vuestros territorios trabajáis y lucháis por la dignidad, el bien común y el buen gobierno de vuestros pueblos.

Hace 25 años, también desde una parte del mundo que parecía insignificante surgió el grito de: “¡Ya basta! ¡Ha llegado el momento de la Humanidad!”. Desde muchas ciudades del mundo se siguió este encuentro de ciudades sin miedo. Pero también desde Barcelona, en reciprocidad, afirmamos que todo el planeta es nuestra casa y no hay territorio pequeño que se deba sentir desasistido. No estáis solos, no estamos solas, una gran nueva ola de solidaridad recorre el mundo.

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