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The Guardian en español

La vida en Marte pero en Hawái: recoger heces humanas y ducharse una vez al mes

La vida en Marte, recreada por un experimento de la NASA en Hawái.

Liz Barney

Honolulu —

Christiane Heinicke se daba una ducha al mes. En total, doce duchas durante todo el año en que ha convivido con otras cinco personas para simular cómo sería la vida en Marte, en una bóveda de 11 metros de diámetro ubicado en Hawái.

Según Tristán Bassingthwaighte, uno de los miembros del equipo, se tomaron “muy en serio el tema de la conservación del agua”. “Si olíamos muy mal, usábamos toallas de papel con un producto para eliminar olores. Pero es una de esas situaciones en las que si estás en un lugar que huele muy mal, después de la primera semana ya no te das cuenta de nada porque te acostumbras, de la misma manera que uno se acostumbra a no verse la nariz”, explica.

Entre ducha y ducha, Heinicke se lavaba con un balde de agua. “Realmente era bastante efectivo”, ha afirmado la voluntaria alemana esta semana, tan solo unos días después de que el equipo abandonara la bóveda. “Nunca me sentí sucia o con la piel grasa y sin duda jamás recibí una queja por mal olor”.

Durante doce meses, los miembros del equipo han convivido dentro de una bóveda blanca en la ladera de la montaña Mauna Loa. Estudiaban la viabilidad de la vida en Marte. Hasta la fecha, es el experimento más largo de Analogía y Simulación de la Exploración Espacial en Hawái (HI-Seas).

Durante el transcurso de este proyecto financiado por la NASA, se ha limitado el contacto de los miembros del equipo con el mundo exterior y se comunicaban con demoras unidireccionales de 20 minutos, dificultades muy parecidas a las que uno experimentaría en Marte. Las limitaciones hacían difícil mantener cualquier tipo de lazo con el mundo exterior. Varios miembros del equipo dijeron sentirse abandonados después de los primeros meses.

Pero el aislamiento y el olor eran problemas menores.

Según Bassingthwaighte, “el encierro era mucho peor”. “El aislamiento es un alivio”. El ruido constante del calzado enmendado con cinta americana golpeando sobre la cinta para correr servía como recordatorio de que, en un hábitat tan pequeño, nunca se está del todo solo.

“Las paredes son muy delgadas, el suelo hace mucho ruido y se puede escuchar prácticamente todo”, contó Carmel Johnston, comandante del equipo, en un blog. “Independientemente de lo silencioso que uno trate de ser, los pasos parecen como los de elefantes en clases de baile”.

Bassingthwaighte, que espera terminar su doctorado en Arquitectura, apunta que algunas de las características de la bóveda ayudaban a que los miembros del equipo pudieran sobrellevar el encierro creando la ilusión de que había espacio, como el techo del salón, tan alto como el de una iglesia. Pero otras características de la edificación, como la distribución de las habitaciones o las paredes delgadas, resultaron ser un agravante en una situación de por sí adversa.

Según Bassingthwaighte, “en términos generales, era un diseño pensado en función de la misión y no en función de las personas”.

A menudo, Bassingthwaighte utilizaba auriculares para ahogar los ruidos. Pero incluso así, estaba siempre a la espera de la inevitable llamada a su puerta: alguno de sus compañeros con alguna pregunta o alguna anécdota. Saber que en cualquier momento lo podían interrumpir lo mantenía en un constante estado de tensión social.

Paseos marcianos para mantener la cordura

El único método de evasión era la Actividad Extravehicular (EVA). Durante la simulación de estos paseos por Marte, los miembros del equipo utilizaban trajes espaciales y recorrían la superficie de los campos de lava de las inmediaciones para estudiar el suelo rocoso y explorar túneles de lava.

Según la física alemana Heinicke, esas misiones le han ayudado a mantener la cordura: “Eran muy importantes para mí. Para empezar, porque se podía caminar en línea recta. Pero también, desde un punto de vista emocional, porque te permitía estar en un lugar diferente y alejado de los demás”.

Según la web de HI-Seas, el objeto de estudio más importante ha sido la cohesión y la composición grupal. La intención era identificar las cualidades más importantes a la hora de conformar un equipo altamente eficaz. Los científicos continúan analizando los datos, pero los miembros del equipo ya han expresado sus propias opiniones a partir de lo vivido.

Según Bassingthwaighte, “para formar un grupo capaz, se necesita ser extrovertido e introvertido a partes iguales”. “De cierta forma, se necesita ser extrovertido porque si no, uno termina por autoexcluirse de las actividades grupales y del trato con otras personas, que, en un período tan prolongado, van a ser necesarias. Pero si eres extrovertido todo el tiempo, todos los que te rodean van a querer meterte un calcetín en la boca para que te calles”, analiza.

Para Heinicke, la capacidad de adaptación ha sido fundamental: “Hay que estar abierto a nuevas experiencias porque nada te puede preparar para las situaciones que se viven dentro de la bóveda”.

Como los inodoros de compostaje, siempre por encima de su capacidad máxima. Una vez por semana, por turnos, un miembro del equipo se ponía un delantal de papel y unos guantes y sacaba 9 kilos de excremento acumulado en el inodoro. La recompensa por recoger la caca: una ducha extra larga de 3 minutos (de media, las duchas para la mayoría de los habitantes de la bóveda eran de 1 minuto y 45 segundos, una vez al mes).

Estas rutinas semanales se convirtieron en las pocas cosas con las que el grupo mantenía la noción del tiempo. En una entrada de blog, el astrobiólogo del equipo Cyprien Verseux acuñó el término “tiempo difuso” para describir la incapacidad de diferenciar los aparentemente idénticos días que se sucedían uno detrás de otro.

“En este momento, todo es un tanto loco y borroso”, cuenta Bassingthwaighte. “Hace ya 370 días que no tengo ni un momento para mí y lo que necesito, más que nada, son dos días para relajarme y que me dejen solo con el universo para empezar a organizar mis pensamientos”.

De regreso a la “Tierra”, el equipo ya está empezando a formular planes para mejorar con esta experiencia el trabajo en sus respectivos campos. Heinicke quiere proponer una investigación sobre los hábitats espaciales y tiene grandes posibilidades de convertirse en la primera astronauta alemana de la historia. Bassingthwaighte vuelve a su doctorado en Arquitectura y confía en usar la experiencia de la bóveda para ayudar a diseñar el futuro transbordador Colonial Mars.

Traducción de Francisco de Zárate

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