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Antibióticos: Revolución o muerte

Comprimidos de medicamentos

Esther Samper

Médica e investigadora en ingeniería tisular cardiovascular de la Escuela Superior de Medicina de Hannover —

La historia de la humanidad está plagada de guerras, pero ninguna de ellas ha influido tanto ni ha causado tantas muertes como la guerra biológica que libramos eternamente contra los virus y las bacterias causantes de enfermedades infecciosas. Durante prácticamente toda nuestra historia, esta lucha ha dependido casi exclusivamente de nuestro sistema inmunitario. Sin embargo, con el descubrimiento y la producción en masa de la penicilina en el siglo XX, comenzó una etapa dorada para el ser humano en la guerra contra las bacterias: la era antibiótica. Por primera vez en la historia de la humanidad teníamos armas, más allá de nuestro sistema inmunitario, para contraatacar.

Gracias a los antibióticos, no sólo hemos sido capaces de tratar fácilmente enfermedades bacterianas que en otro tiempo eran una sentencia de muerte, sino que su uso ha permitido el desarrollo de cirugías y otros tratamientos médicos que hubieran sido una temeridad en el pasado. Tal es la importancia de estos preciados fármacos que, sin ellos, se estima que la actual esperanza de vida en los países desarrollados disminuiría 20 años. No obstante, esta época dorada está entrando en una verdadera crisis y las bacterias, que en su día tratábamos sin problemas, llevan décadas ofreciendo más y más resistencias a más y más antibióticos.

Las principales razones detrás del incremento de las resistencias son la inconsciencia y la estupidez humanas, por un lado, y la gran habilidad de las bacterias para intercambiar genes de resistencias a antibióticos, multiplicarse y evolucionar rápidamente, por otro. El consumo erróneo e injustificado de antibióticos para enfermedades como gripes y resfriados y su uso indiscriminado en la ganadería han incrementado la presión selectiva hacia a las bacterias, acelerando la aparición y transmisión de superbacterias resistentes.

El asunto se complica aún más si tenemos en cuenta el incremento de la población mundial y su gran movilidad a lo largo del planeta (que favorece la transmisión de bacterias resistentes a puntos distantes de la Tierra) y que, en los últimos 30 años, no se ha descubierto prácticamente ninguna clase nueva de antibióticos debido, en parte, a la limitada rentabilidad de estos fármacos en comparación con otros usados en enfermedades crónicas. Tanto es así que, de las 18 farmacéuticas más grandes del mundo, 15 de ellas abandonaron la investigación en este terreno en un momento u otro.

El panorama en las próximas décadas, salvo cambio de rumbo, se presenta desolador. Tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS), como el Centro de Control de Enfermedades (CDC) y autoridades sanitarias de diferentes países están alertando sobre el grave riesgo de entrar en una era postantibiótica en la que infecciones bacterianas comunes dejen de tener tratamiento y vuelvan a causar muertes. De hecho, la OMS estima que ya alrededor de 700.00 personas han muerto en el mundo cada año debido a infecciones resistentes a antibióticos. Si no se toman medidas, predicen 10 millones de muertes por esta causa para el año 2050.

Las voces más alarmistas señalan un potencial “apocalipsis antibiótico” en el que los antibióticos pasen a ser completamente inútiles y volvamos a enfrentarnos a las enfermedades infecciosas como antes del descubrimiento de la penicilina. Esta posibilidad es real, existe. La cuestión es cuán remota o probable será dependiendo de nuestras acciones presentes y futuras.

Por si las estimaciones y previsiones anteriores no fueran lo suficientemente contundentes, a principios de 2017 una noticia se abrió paso entre los medios de todo el mundo: Una anciana de 70 años había muerto en EE. UU. como consecuencia de una infección por una bacteria resistente a todos los antibióticos disponibles en el país (26 diferentes). Esta “bacteria de pesadilla” (como se referían a ella desde el CDC) era literalmente imposible de tratar. Lo más preocupante es que no se trata de un hecho aislado y, muy probablemente, más casos como el anterior irán apareciendo en los próximos años, demostrando de forma evidente que estamos perdiendo la guerra en estos momentos. 

Con el fin de evitarlo, la OMS publicó hace unos meses una lista con 12 familias de bacterias resistentes a antibióticos que suponen el mayor riesgo para la salud humana y para las cuales se necesita urgentemente nuevos tratamientos. Con esta medida, la OMS no sólo pretendía llevar a la opinión pública la crítica situación actual y su aún más preocupante futuro, también quería dar un toque de atención a farmacéuticas e instituciones científicas para dirigir la investigación de nuevos antibióticos hacia dónde sea más necesario en las próximas décadas.

En manos de la investigación

Que un potencial “apocalipsis postantibiótico” llegue o no dependerá de nuestra habilidad para ganar tiempo (haciendo un uso racional de los antibióticos en pacientes y ganadería) y de nuestra capacidad para desarrollar tratamientos antibióticos innovadores a contrarreloj, premiando económicamente para que investigar en este campo vuelva a resultar atractivo.  El futuro de los antibióticos y su potencial revolución se está decidiendo en laboratorios repartidos por el mundo y hay 2 estrategias principales:

-Emplear o crear nuevos fármacos, diferentes en mayor o menor medida de los antibióticos convencionales. Entre ellos la terapia con virus bacteriófagos (virus que matan selectivamente a cepas específicas de bacterias) se presenta como una opción prometedora e innovadora. Otras opciones son el uso de nanopartículas de metal o péptidos con capacidad antibiótica. También es posible modificar genéticamente a bacterias o virus para atacar selectivamente a bacterias resistentes antibióticos o desarrollar vacunas para evitar la infección desde un primer momento. Los enfoques más “conservadores” se basan en modificar estructuralmente antibióticos ya existentes para crear versiones más potentes o hacer un uso combinado de varios antibióticos. Al otro lado, existen opciones bastante llamativas como el trasplante fecal, en el que se trasfiere flora intestinal sana a un paciente con infecciones intestinales persistentes para tratarle.

Mejorar la búsqueda de nuevos antibióticos a partir de la naturaleza. ¿Cómo? Buscando donde hasta ahora apenas se había buscado (en ambientes extremos como el suelo del Ártico o el fondo de los océanos), mejorando el cultivo de bacterias que podrían producir antibióticos innovadores en placas de laboratorio (hasta hace poco, era imposible hacer crecer al 99 % de ellas, limitando enormemente su investigación), o haciendo screening masivo de gran cantidad de bacterias a través de análisis del ADN para detectar rápidamente aquellas con capacidad para producir nuevos antibióticos.

Por el momento, es difícil predecir cuáles de estas estrategias serán exitosas; los resultados de los ensayos clínicos decidirán. Sea como sea, no hace falta ser adivinos para saber que, sin una revolución antibiótica, en el futuro próximo de nuestra guerra contra las bacterias se vislumbran muchas muertes.

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