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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Los subnormales tienen derecho a ser hombres

Palabras retronas

Pablo Echenique-Robba

Antes de que la policía del lenguaje se lance contra mí, dejadme que me explique: El título no es mío. Es de este artículo de El País de 1977. En él, se comenta un libro de Alfredo Fierro titulado precisamente El derecho a ser hombres. Tanto el autor, como el filósofo José Luis López Aranguren y el médico Rafael González Más, discuten la situación en la España de 1977 de un grupo de humanos a los que ellos se refieren como “los subnormales”. Algo similar ocurre en este otro artículo de Aranguren —sobre el mismo libro— titulado esta vez El mundo de los subnormales.

Sólo en el primer artículo, ya podemos leer frases como las siguientes:

“Uno de cada cien españoles es subnormal.” (La periodista que firma el primer artículo: Rosa María Pereda)

“En España hay más de 350.000 subnormales, un 1% del total.” (Pereda)

“Alfredo Fierro, sicólogo y licenciado en Derecho, es director de publicaciones de la Federación de Asociaciones Protectoras de Subnormales, especialmente interesado en las relaciones entre subnormalidad y sociedad, tema central de este libro que es casi un manifiesto.” (Pereda)

“Hay una correspondencia directa entre subnormalidad y todos los demás subs: suburbio, subdesarrollo, subcultura.” (Fierro)

“Por eso yo hablo de un proceso de subnormalización...” (Fierro)

“... el concepto de subnormalidad no aparece hasta el siglo pasado.” (Fierro)

“Yo puedo darle una visión de no especialista, pero de afectado por el problema. Nosotros tenemos un hijo subnormal.” (Aranguren)

“Rafael González Más, médico, lleva mucho tiempo dedicado, con amor e imaginación, al adiestramiento y maduración de subnormales.” (Pereda)

“Rechazo la actual escolaridad de los subnormales, y todo el sistema educativo que se sigue con ellos.” (González Más)

“Yo pediría una amnistía mundial para los subnormales...” (González Más)

Etcétera.

He de decir que, incluso a una persona como yo, a quien, como ya he dicho públicamente, la elección de los vocablos le importa bastante poco, el uso tan relajado y normalizado del término “subnormal” que se hace en estos dos artículos me resulta bastante chocante y me produce un je-ne-sais-quoi en el estómago. Quizás sea porque hoy en día se usa habitualmente como un insulto, o por ese “sub” con un significado tan claro de inferioridad. No lo sé, pero lo cierto es que me molesta.

De hecho, estoy a un tris de aliarme con los policías del lenguaje que suelen visitar este blog con frecuencia y lanzarme a escribir cartas al Director de El País exigiéndole vehementemente que ponga fin a este ultraje insensible y frene esta ofensa brutal de los sentimientos de aquellos que presentan alguna discapacidad intelectual y de sus familias. Que parece mentira que un medio que se dice “progresista” sume escarnio e insulto a la ya de por sí infame discriminación a la que nuestra indolente sociedad ha sometido históricamente a estas gentes. Que quite ya mismo esos dos artículos horribles y lesivos de su web y las correspondientes copias en papel de todas las hemerotecas.

Podría hacerlo... pero no lo voy a hacer. Y la razón es muy sencilla:

Si, en vez de quedarme atascado en la forma de estos dos artículos, intento sobrepasar ese sentimiento visceral que se apodera de mí por las connotaciones que yo pongo en el vocablo “subnormal” y me centro en el fondo de los mismos, me doy cuenta instantáneamente de que los autores de las anteriores citas no ponían, de hecho, las mismas connotaciones que yo en tan sonora palabra.

Nada más lejos de la realidad.

Si leo con atención los artículos, veo fácilmente que —obviando por un momento su controvertida biografía (aunque, también, ¿cuántos no pecaban de lo mismo en 1977?)— la visión de los autores es sorprendentemente moderna para la época. Es una visión que no es nada difícil alinear con los discursos más avanzados de los hoy denominados “movimientos de vida independiente”. Es revolucionaria, centrada en la dignidad y en los derechos, culpando a la sociedad de muchos de los problemas del colectivo, contestataria, incluso anticapitalista.

Y sí, es una visión llena de respeto también. Porque el respeto no está en las palabras que se usan sino en lo que se dice con ellas. Salvando las distancias, no olvidemos que Martin Luther King decía negro y no african-american.

Pero, si no me creéis, si pensáis que quizás he interpretado incorrectamente estos dos textos, os invito a que los leáis.

En el caso de que el vocablo “subnormal” os moleste tanto como para imposibilitar la lectura, podéis pedir a algún amigo más insensible que copie los artículos en otro sitio y cambie “subnormal” en todas partes por “discapacitado intelectual”, o “diverso intelectual”, o “persona de pensamientos saltarines”, o lo que más os guste.

Luego comparáis el resultado con cualquier texto de 2014 que sí use, de entrada, palabras bonitas, y me contáis.

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(Con sus parecidos y sus obvias diferencias, este artículo pretende ser una metáfora de un hecho recienteun hecho reciente.)

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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