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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

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Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Podemos y “los que faltan” (II)

Sebastián Lavezzolo

  • En una entrada anterior de este blog –Podemos y “los que faltan” (I) – se planteaba una comparación inicial entre los votantes de UP y Confluencias con “los que faltan” (aquellos votantes que el 26J no apoyaron a las listas de Podemos pero que en las encuestas indicaban que sí estarían dispuestos a hacerlo).

En una entrada anterior de este blog –Podemos y “los que faltan” (I) – inicié una comparación entre los votantes de Unidos Podemos y las Confluencias con aquellos votantes que no habían apoyado a ninguna de estas opciones el 26J pero que señalaban en la encuesta postelectoral del CIS que, con una probabilidad considerable (mayor o igual al 40 por ciento), sí estarían dispuestos a votar a Podemos. Es decir, una comparación entre los votantes de UP y Confluencias con aquellos a los que la formación morada debería aspirar a conquistar para ensanchar su base social y sorpassar al PSOE. Aquellos a los que el secretario político de Podemos suele referirse como “los que faltan”.

De aquella comparación surgían cosas obvias y otras no tan obvias. Entre las primeras veíamos que “los que faltan” (LQF) son en gran medida actuales votantes del PSOE o abstencionistas, que son más moderados en términos ideológicos que los votantes de Unidos Podemos y las Confluencias, y que a diferencia de estos sitúan a Podemos en dos o tres casillas a su izquierda en la tradicional escala ideológica. Pero también veíamos –y aquí las cosas no tan obvias– que LQF se parecen mucho a los votantes de UP y Confluencias en algunas actitudes que suelen ser muy importantes en términos de valores (su actitud hacia la libertad vs. la seguridad, hacia la integración de los inmigrantes, o hacia la prestación de servicios públicos), así como en el nivel de orgullo patriótico o en sus preferencias sobre la organización territorial del estado. Que no es poca cosa.

En esta entrada incorporaré algunos datos más a la comparación e intentaré responder a la pregunta de si este ejercicio comparativo aporta o no al debate actual entre pablistas y errejonistas, aunque –permítanme la advertencia– no prometo ser concluyente ni parcial.

El gráfico 1 recoge el contraste entre ambos grupos de votantes en términos de edad, sexo, nivel de estudios y religiosidad. Vemos que, probablemente en sintonía con el perfil del votante socialista, LQF son algo mayores que los votantes de UP y Confluencias. Mientras que el 31% de LQF son mayores de 55 años, ese grupo de edad no llega al 25% entre los apoyaron el 26J a formaciones entorno a Podemos. Como muestra el gráfico, las diferencias se notan aún más entre los mayores de 65.

En lo que respecta al sexo, las divergencias son prácticamente inexistentes. En ambos grupos cerca del 53% son hombres y cerca del 46% son mujeres. Lo cual indica que el perfil del votante al que aparentemente podría aspirar Podemos sigue siendo más masculino que femenino. Creo que este dato no es trivial, puesto que la brecha de género en los votantes y simpatizantes de Podemos ha sido una particularidad de dicha formación, y probablemente –junto al también (aunque menor) sesgo masculino en el voto a Ciudadanos– nos este informando sobre el fenómeno de la emergencia de nuevos partidos.

Por otro lado, LQF tienen en términos comparados un menor nivel de estudios. Aunque aquí tampoco las disimilitudes son muy significativas. Entre esos ciudadanos que tienen a Podemos bajo el radar como su posible partido, cerca de un 60% tienen estudios secundario o un nivel inferior, mientras que en torno al 40% tienen estudios superiores o FP. En cambio, los votantes con niveles de estudios secundarios o inferiores que ya han apoyado a UP y Confluencias en las urnas solo representa cerca del 46%, mientras los que tienen estudios superiores o de FP representan el 54%.

El contraste que más diferencias desvela entre este grupo de variables es el relativo al nivel de religiosidad. Como se puede ver en el mismo gráfico, el 62% de LQF declaran en la encuesta tener algún tipo de actividad religiosa (aunque entre ellos la mitad reconoce que casi nunca asiste a misa u otros oficios religiosos), mientras que este es el caso de solo un 37% de los votantes de UP y Confluencias, pues en el conjunto de estos últimos son clara mayoría los que se declaran no religiosos (no creyente o ateo), un 63%, vs. el 38% en el caso de LQF.

El gráfico 2 reúne una serie de contrastes relativos a las características socioeconómica entre LQF y los votantes de UP y Confluencias. En términos generales, aquí también ambos grupos se solapan. Y bastante. Pero así y todo podemos destacar algunas diferencias. Vemos que, en términos comparados, la proporción de votantes morados que se encuentran en una situación económica personal muy buena o buena es mayor a la de LQF: 5 puntos porcentuales. Así mismo, entre los primeros, son también cerca de 5 puntos porcentuales más los que están trabajando en comparación con los segundos, aunque todos ellos coincidan en su percepción sobre el grado de precariedad de su empleo –véase la probabilidad subjetiva de perder su trabajo–, y 5 puntos porcentuales menos la proporción de jubilados y pensionistas que en el grupo de LQF.

El último de los contrastes que aparece en el gráfico 2 –el de las categorías de estatus socioeconómico elaborados por el CIS– puede que nos de pistas del porqué ambos grupos votan diferente pareciéndose demasiado: el 47% de LQF son obreros cualificados y no cualificados, mientras que entre los votantes de UP y Confluencias, éstos están representados por un 38%. Asimismo, mientras que ambos grupos tienen la misma proporción de votantes pertenecientes a las viejas clases medias (entorno al 10%), sí se diferencian en lo que respecta a la proporción de nuevas clases medias (20% LQF vs. 27% UP+Conflu) y clases alta y medio-alta (21% LQF vs. 25% UP+Conflu).

En definitiva, a pesar de que los que aún no han votado morado pero podrían hacerlo comparten muchas características sociales y económicas con aquellos que ya han dada su apoyo a la coalición liderada por Podemos, aquellos –LQF– pertenecen a un estrato social diferente, no tan marcado por “la clase” pero sí por su menor juventud así como por un menor nivel educativo ligado, por supuesto, a lo primero. Quizás la gran diferencia entre LQF y los votantes “podemitas” sea un buen reflejo de la brecha generacional.

El último grupo de contrastes se presentan en el gráfico 3. Ahora la comparativa se centra en cuestiones relacionadas con el interés por la política y con el compromiso político en términos de participación ciudadana.

Para empezar, vemos que el porcentaje de LQF que indican que están poco o nada interesados en política es el 58%, mientras que en los ya “seducidos” ese porcentaje no llega ni al 39%. Es decir, LQF pasan bastante más de la política que los que sí han apoyado a la coalición UP y Confluencias. En la misma línea, un 41% de LQF declaran en la encuesta que nunca han asistido a una manifestación, mientras que los “podemitas” lo hacen en una proporción del 26%. Se trata de una diferencia de 15 puntos porcentuales en términos de “desmovilización”. No es poca cosa. Por otro lado, la comparación en clave de asociacionismo no es tan gruesa como la anterior, pero también deja a la vista una diferencia de 6 puntos porcentuales: mientras que entre LQF un 36% pertenece a algún tipo de asociación (deportiva, sindical, política, laboral, de vecinos, AMPA, etc.), entre los votantes morados el porcentaje alcanza el 42%.

Una vez repasados los datos, resulta interesante plantear una pregunta que conecta con la propia motivación de esta serie de posts. Una pregunta que nos la hemos hecho muchos desde que explotó el “fenómeno Podemos”: ¿En una sociedad como la española, se puede construir un proyecto transversal? O dicho de otro modo ¿En el contexto actual sería capaz Podemos de atraer a esos votantes que intencionadamente llama “los que faltan” sin perder a los que ya tiene? ¿Es posible atraer a una votante avanzada en edad, ubicada en el 5 de la escala ideológica que, por ejemplo, tiene estabilidad laboral y repele a los nacionalismos pero sin perder el voto del recién graduado joven y precario del 3, sensible a las demandas de cambio que llegan desde Cataluña? Podríamos abrir aquí aún más aristas y prolongar la discusión, pero doy por seguro que no es arriesgado contestar que se trata de una tarea difícil. Muy difícil. Y que todavía se espera de Podemos que termine por explicar la fórmula para cuadrar el círculo.

De hacerlo, la transversalidad requeriría liderazgo. Es decir, que la sociedad se mueva hacia las posiciones del líder. Y en esto posiblemente los dos dirigentes de Podemos que hoy luchan por el timón del partido difieran. Por un lado, el errejonismo entiende que esa tarea implica una moderación del perfil de Podemos (“no dar miedo”) a la vez que se forja –día a día, paso a paso– una nueva identidad que teja –a través de las emociones– esa complicada articulación de intereses y controle las potenciales fugas de “los que ya están”. El pablismo, en cambio, apuesta por cavar trincheras para asegurar posiciones (“ya hemos robado todo lo posible al PSOE”) y, desde ahí, politizar a la sociedad civil. Es decir, crear transversalidad a través de una sociedad civil militante, para que la indignación cruce, como en el 15M, las fronteras ideológicas.

Podría decirse que los datos que hemos analizado avalan la apuesta del (hasta ahora) número dos. Pero lo cierto es que estos datos no nos dicen nada sobre los riesgos a corto plazo que conllevaría, en términos de pérdida de votos, una moderación que atraiga a LQF. Y nada nos dicen sobre la capacidad de esa identidad patriótica y pluralista a la que apela Errejón para amarrar votantes. También podría defenderse que los datos darían alas al pablismo, puesto que las diferencias entre “los que están” y LQF no parecen insalvables. Así, a su favor quizás juegue la posibilidad de que, de prolongarse mucho más tiempo la crisis –o la sombra de la crisis–, el caldo de cultivo para ensanchar su base social existe. Y mejor hacerlo desde posiciones sólidas que volátiles.

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